Sostenía que no se puede vivir sin agua y sin música. También decía que a él le enseñaron a vivir sus compadres Ray Charles y el citado Sinatra. Tenía en su haber los números más espectaculares del negocio (más de mil composiciones, más de 300 discos, 27 premios Grammy, la producción del disco más vendido, etc.). Podría presumir de pionero: primer negro en componer bandas sonoras, primer negro en ser candidato al Óscar a la mejor canción…

Sabemos estas cosas y otras más como su amor a la familia y su adicción al trabajo y al vodka porque se lo contó a su hija Rashida en el documental Quincy, un retrato que, como no podía ser de otra manera, ofrecía más luces que sombras de una de las grandes leyendas que aún quedaba viva de la música negra del siglo XX.

Nacido y criado en un barrio pobre y conflictivo en el Chicago de los años treinta, la de gánster fue su primera vocación y lo habría sido («llevaba siempre navaja y hacía lo que hiciera falta por sobrevivir») de no haber descubierto un día que había negros envidiables llenos de dignidad como Count Basie, Duke Ellington o Clark Terry.

Enamorado del jazz, con 14 años ya tocaba la trompeta en una banda y con 18 le había reclutado Lionel Hampton para su orquesta. Pronto se dio cuenta de que su instrumento, en realidad, iba a ser una big band. Tras debutar como arreglista para Dinah Washington, era cuestión de tiempo que Sinatra se fijara en él y reclamara sus servicios.

Firmó a finales de los sesenta numerosas bandas sonoras, algunas tan memorables como las que sonaron en La huida, El prestamista o En el calor de la noche. Fue el productor más solicitado en los setenta. En los ochenta hizo posible el éxito galáctico de Michael Jackson.

Aquel documental se preocupaba demasiado por mostrar a un triunfador hecho a sí mismo, por reflejar su generosidad con los músicos jóvenes y el fervor que despierta a su paso entre las viejas glorias (Paul McCartney, Lionel Richie, Steve Wonder) y las estrellas actuales (Kendrick Lamar, Beyonce) pero también revelaba a un tipo marcado por la enfermedad de su madre («un día se la llevaron con una camisa de fuerza»), bastante egocéntrico (aunque él mismo diga que «el ego es inseguridad disfrazada”) y poco maduro para mantener una relación adulta con sus parejas. Evidenciaba su bien ganada fama de músico indestructible (aneurismas, ictus) e infatigable dispuesto a aprender y a explorar nuevas vías desde su temprana marcha a París para formarse como director de orquesta hasta su entusiasta relación con el hip hop.

En sus últimos años no le apetecía hablar de Michael Jackson y cuando lo hizo fue para menospreciarle; en cambio, era transparente la predilección por su etapa sesentera con Sinatra. Contaba Jones que el cantante le llamó emocionado como un chiquillo cuando se enteró de que la versión que ambos habían grabado del Fly me to the moon en 1964 fue la primera música en sonar en la Luna gracias a un casete del tema que se llevaron en un reproductor portátil los integrantes de la misión Apolo 11. Swing estelar.