En la ingente producción operística de Donizetti –70 óperas escritas con increíble premura a lo largo de su corta vida– destaca la llamada «Trilogía Tudor» –Anna Bolena (1830), Maria Stuarda (1835) y Roberto Devereux (1837)–, cuya trama gravita, directa o indirectamente, en torno a la figura centrípeta, implacable y excepcional de Isabel I de Inglaterra. Las luchas de poder sanguinarias en su corte, con maquinaciones cortesanas, traiciones, asesinatos, amoríos y sentimientos desenfrenados encajaban perfectamente con el ímpetu creador de Donizetti, que unió con habilidad y simplicidad el melodismo belcantista de las emociones exacerbadas con el paroxismo de las situaciones dramáticas.
Maria Stuarda es un duelo de reinas que luchan por el mismo cetro y el mismo amor, víctimas ambas de fuerzas políticas y religiosas que manipulan sus destinos desde la infancia en la tramoya de las encarnizadas guerras de poder que las involucran y trascienden. Partiendo de la obra homónima de Friedrich von Schiller (1759-1805), alejada de la verdadera historia de la reina católica, por la que toma partido en relación con su rival anglicana, Donizetti creó una partitura de grandes vuelos melódicos y contrastes abruptos que privilegia el perfil psicológico de las protagonistas, atrapadas por una red asfixiante de relaciones disfuncionales y tóxicas. Es precisamente esta caracterización musical y dramatúrgica la que seduce actualmente a importantes directores de escena, más allá de la belleza de su belcantismo.
David McVicar, que dirigirá su sexto título en el Teatro Real –después de Otra vuelta de tuerca (2010), La traviata (2015), Rigoletto (2015), Gloriana (2018) y Adriana Lecouvreur (2024)– ofrece una visión intimista de la ópera, que explora la complejidad de los sentimientos y pasiones de los personajes, caracterizados con un espectacular vestuario renacentista diseñado por Brigitte Reiffenstuel.
La escenografía parte del dibujo de la escena de la ejecución de la reina María I de Escocia realizado por Robert Beale, diplomático de Isabel I presente en ella. Sobre las líneas de ese esbozo se irguió un decorado conceptual, transformando la ópera en el trágico camino de la protagonista hacia el patíbulo como destino inexorable que subyace bajo toda la trama.
En ese decorado simbólico, concebido por la escenógrafa Hannah Postlethwaite, bajos relieves de orejas y ojos evocan el permanente estado de vigilancia, tensión y alerta; ráfagas de sombras insinúan la sangre derramada, o una contundente orbe irrumpe con el implacable peso del poder político y religioso, indisociable en esos tiempos en los que Inglaterra luchaba por su desvinculación de Roma.
Este espacio diáfano está concebido para que brillen las voces de los dos repartos que se alternarán en el escenario –las sopranos Lisette Oropesa y Yolanda Auyanet (Maria Stuarda), las mezzosopranos Aigul Akhmetshina y Silvia Tro Santafé (Elisabetta), los tenores Ismael Jordi y Airam Hernández (Roberto, conde de Leicester), los bajos Roberto Tagliavini y Krzysztof Baczyk (Giorgio Talbot), los barítonos Andrzej Filonczyk y Simon Mechlinski (Lord Guglielmo Cecil) y Elissa Pfaender y Mercedes Gancedo (Anna Kennedy)– que actuarán junto al Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real, bajo la dirección de José Miguel Pérez-Sierra, gran enamorado del repertorio belcantista.
– Maria Stuarda. Tragedia lírica en dos actos. Música de Gaetano Donizetti (1797-1848). Libreto de Giuseppe Bardari, basado en la obra Maria Stuart, de Friedrich von Schiller. Estrenada en el Teatro alla Scala de Milán el 30 de diciembre de 1835. Estreno en el Teatro Real.