Beneficiándose de los aires de modernidad de la España de los años treinta, De Velasco destacó con una de las carreras más brillantes de la década, enfrentándose a los prejuicios persistentes hacia las mujeres artistas. Sus primeras obras reflejan un estilo academicista, fruto de su aprendizaje con Fernando Álvarez de Sotomayor, director del Museo del Prado y académico de San Fernando.
A partir de ahí, evoluciona rápidamente hacia los postulados de las vanguardias procedentes de Italia (representados en la revista Valori Plastici) y Alemania (Nueva Objetividad). Ambas corrientes forman parte del movimiento conocido como «retorno al orden», que promovía un estilo claro y depurado, ya fuera mediante la vuelta a lo clásico de los italianos o el realismo de los alemanes. De Velasco asimila estas influencias sin perder de vista la tradición, especialmente la del primer Renacimiento —con nombres como Giotto, Masaccio, Piero della Francesca o Mantegna—, que marcará toda su carrera.
La muestra también ofrece ejemplos de su interesante y versátil incursión en la ilustración, un campo en el que exploró estilos tan diversos como el possimbolismo, el art déco o sencillos dibujos lineales. Entre sus obras destacadas en esta área se encuentran las ilustraciones para Cuentos para soñar (1928), de María Teresa León, y Cuentos a mis nietos (1932), de Carmen Karr.
Un aspecto destacado de esta exposición es la oportunidad de ver, por primera vez, obras provenientes de colecciones privadas, algunas localizadas y recuperadas específicamente para esta muestra. Estas se exponen junto a grandes piezas procedentes de instituciones públicas, como Adán y Eva (1932, Museo Reina Sofía), La matanza de los inocentes (1936, Museo de Bellas Artes de València), Maragatos (1934, Museo del Traje) o Carnaval (anterior a 1936, Centre Pompidou).