Con ritmo de thriller y un fondo que hiela la sangre, Las hijas del califato (Rabia es su título original) explora los siniestros rincones del fanatismo extremo y el profundo valor de la libertad al contar una historia real y aterradora: la de la marroquí Faitha Mejjati (alias Oum Adam), que gobernó con mano de hierro varios hogares de mujeres durante el dominio del Estado Islámico en Raqa (Siria).

En pantalla asistimos al viaje de Jessica, una joven francesa que está a punto de concluir sus estudios de enfermería pero insatisfecha con su existencia e impulsada por la promesa de una nueva vida, viaja a Siria. Tiene nociones de árabe, le atrae el mundo islámico  y desconoce lo que realmente es el Dáesh, al que tiene intención de incorporarse.

En la ciudad de Raqa, es acogida en una casa donde mujeres de todo el mundo esperan convertirse en esposas de los combatientes del Estado Islámico. Pronto se gana la confianza de Madame, la carismática y temida directora del centro, quien ejerce una fascinante y peligrosa influencia sobre ella. Esta relación, marcada por la absoluta sumisión y el control, empuja a Jessica más allá de sus propios límites, enfrentándola a una realidad cada vez más oscura.

Su viaje supone un descenso del paraíso al infierno, la destrucción de un sueño. El personaje comienza su viaje en el cielo, cerca de un sol deslumbrante y de la suavidad de las nubes tras las que imagina su paradisíaco destino. En lugar de alcanzarlo, acabará como esclava en las tierras calcinadas de un país en guerra.

Escrita por la propia directora en colaboración con Samuel Doux (guionista de películas como Arthur Rambo, de Laurent Cantet, o Rouge, de Farid Bentoumi), protagonizan la película Megan Northam (Los pasajeros de la noche, Un verano con Fifí ) y Lubna Azabal (Incendies, El caftán azul, Adam).  

“El punto de partida de mi película es lo incomprensible, comenta la realizadora que aterrizó en el cine tras estudiar literatura comparada, historia del arte y psicología. Me agarró por el cuello en un McDonald’s de Saint-Etienne, en marzo de 2016. Frente a mí estaba Sonia, recién llegada de Siria, donde había pasado varios meses con el Estado Islámico. Me habló de su visión del mundo, basada en el odio y la exclusión, la venganza y el miedo. Organicé esta reunión para tratar de entender cómo una joven que vive en una sociedad en la que tiene gran libertad elige una ideología asesina que la priva de todo”.

“Veo a esta joven con regularidad, así como a otras de diferentes clases sociales y nacionalidades, y sus historias se convierten en la base de mi guión. A menudo, ellas proceden de países europeos, hablan poco o nada de árabe y saben poco o nada sobre el islam y el país al que se dirigen… Más que religiosas o políticas, sus motivaciones son psicológicas. Es aquí, donde comienza el proceso de radicalización, y es ahí donde tiene lugar mi película”.

Las hijas del califato se presentó en el Festival War on Screen (el único certamen de cine dedicado en su totalidad a reflexionar sobre los conflictos de guerra y sus consecuencias), y obtuvo el Premio Ornano-Valenti en el de Deauville.

“Sonia tenía 17 años cuando se radicalizó, – prosigue Mareike Engelhardt -, la misma edad que mis abuelos cuando se unieron a las filas de la Hitlerjugend y luego a las SS, cegados por una ideología basada en sistemas de pensamiento similares a los de organizaciones terroristas como el Estado Islámico. Soy parte de la última generación que conoció a quienes participaron en uno de los peores crímenes de la humanidad. Su historia es el omnipresente fuera de campo de la historia de mi familia, enterrada bajo su vergüenza y cuidadosamente ocultada por mis padres para ‘perdonarme’. Ocurrió lo contrario. Esta sombra familiar me ha perseguido desde entonces y mi cuestionamiento de la fascinación del mal se ha convertido en el hilo conductor de mi obra”.

“No trato de hacer atajos entre el terrorismo islamista y el nazismo, pero la película nos recuerda que el fallo proviene del interior de nuestras sociedades y que necesitamos afrontarlo colectivamente en lugar de huir de ello. No es una película sobre el islam o la yihad, sino sobre el reclutamiento masivo y los mecanismos de deshumanización, y la frustración de una juventud sin rumbo. Rabia, el personaje interpretado por Megan Northam, elige el camino de los verdugos y, al hacerlo, incita al espectador a cuestionarse sus propias elecciones y recordarnos de lo que somos capaces, para evitar que vuelva a suceder… Lo que me sorprendió de las historias de estas mujeres es que ellas no se consideran víctimas en absoluto. Aunque esta es la base de su defensa ante los jueces de los tribunales europeos, en nuestras conversaciones quedó claro que casi todas ellas sabían a dónde iban y por qué, igual que los hombres. Desde un punto de vista feminista, esta diferencia es fundamental, y en mi película quería demostrar que las mujeres pueden ser tan culpables como los hombres. Creo que es importante crear personajes femeninos más ambiguos y complejos, algo que sigo echando en falta en el panorama cinematográfico”.

Las mafadas

“Las imágenes de la guerra y la violencia en Oriente Medio, el terror impuesto por el Daesh, las calles de Raqa, son ahora, tristemente, parte de nuestro imaginario colectivo. Pero, sin simplificar ni acortar la realidad, quiero mostrar el lugar que ocupan las mujeres en esta organización terrorista. Existe un sistema de sometimiento de las mujeres por las mujeres del que se habla poco”.

“Las madafas son un ejemplo perfecto. Eran casas aisladas del mundo  donde se encerraba a mujeres solteras o viudas a la espera de casarse. Aquí, Oriente y Occidente chocan en torno a los temas de la virginidad, la maternidad, el amor y el matrimonio. Estos lugares solían estar regentados por mujeres, la más conocida y temible fue la marroquí Fatiha Mejjati (también conocida como Oum Adam), que inspiró el personaje de Madame (Lubna Azab). Extraña amalgama de prisión, secta, burdel y albergue juvenil, las madafas me recordaron inmediatamente a los lebensborn, las guarderías nazis que se utilizaban para procrear la raza. Encontrar, a miles de kilómetros y setenta años después, una instalación tan similar me conmocionó”.

Tras un proceso de investigación y documentación en el que ha invertido años, la realizadora concluye: “Cuando asisto a las audiencias de los juicios de estas chicas ante el tribunal de París, el vínculo con mi propia historia por fin se me hace evidente. Básicamente, la pregunta es la misma que nos golpea a todos los alemanes de mi generación: ¿Qué tiene la vida que hace que la gente se pase al bando equivocado? ¿Cómo es posible dejarse absorber por un sistema que nos despoja de nuestra humanidad? Y, sobre todo, ¿por qué la gente se queda allí?”.

En marzo de 2019, Daesh perdió su territorio, pero la organización terrorista sigue existiendo. Los combatientes del Estado Islámico siempre han permanecido activos, sobre todo en el desierto sirio. En la actualidad, como confirman los especialistas en terrorismo, Daesh está en proceso de reorganización.

Las hijas del califato

Dirección: Mareike Engelhardt

Guion: Mareike Engelhardt, Samuel Doux

Interpretes: Megan Northam, Lubna Azabal, Natacha Krief, Lena Lauzemis, Klara Wördemann, Maria Wördemann, Andranic Manet

Fotografía: Agnès Godard, AFC

Música: David Chalmin

Sonido: Guilhem Donzel, Tarik Abu Ghoush, Alexis Jung, Claire Cahu, Xavier Thieulin

Montaje: Mathilde Van De Moortel

Producción: Lionel Massol

Drama basado en hechos reales

Francia, Alemania, Bélgica/2024/94 minutos

Adso Films