Todo ello lo cuenta, con ritmo frenético y entusiasmo casi juvenil, en Ángeles bailando en la cabeza de un alfiler (Libros del K.O.), que viene a completar su obra de 2011 Los 70 a destajo.
Entrevistamos a Ribas poco después de recibir el premio Giménez-Frontín, con el que la Asociación Colegial de Escritores de Catalunya (ACEC) reconoce la labor de figuras del ámbito de la cultura a favor del entendimiento, y que el galardonado recibe agradecido “porque ves que tu labor de tantos años se ve un poco recompensada o reconocida. Yo nunca he sido muy partidario de premios, pero ahora, visto con la perspectiva que te dan los años, tengo que reconocer que me da cierta satisfacción”.
– Acaba de publicar Ángeles bailando en la cabeza de un alfiler, ¿qué se proponía con este libro y en qué se diferencia de Los 70 a destajo?
Cuando escribí Los 70 a destajo no había prácticamente nada publicado sobre estos asuntos, porque aquella época fue borrada por el poder, por los partidos tanto de derechas como de izquierdas, porque planteaba incógnitas incómodas, y el resultado es que todo lo que pasó se fue obviando y, por tanto, se fue olvidando. Considero que todo aquello fue muy importante porque todos los movimientos sociales que se han venido desarrollando en las últimas décadas y que todavía tienen labores pendientes, como la ecología, el feminismo, los derechos LGTBI, el antimilitarismo… todo eso había empezado entonces. Los 70 a destajo fue un libro que tuvo mucha repercusión, y ha dado fruto a otros libros en los que se mezclaban cosas con las que yo no estaba de acuerdo. Bueno, no estaba de acuerdo porque sabía que no eran ciertas, porque aquello lo viví desde un minarete muy privilegiado, como era la revista Ajoblanco. Yo no soy ni he sido nunca dogmático. Me centro mucho más en las ideas que en las ideologías, porque las ideas permiten el debate y las ideologías no.
– ¿Ha influido también en la idea de escribir el libro el éxito de la exposición Underground y contracultura en la Cataluña de los 70, que estuvo el año pasado en CentroCentro de Madrid y de la que usted fue comisario?
Sí, eso me ayudó también a ver que faltaban cosas, que quedaban muchas cosas por contar. Por ejemplo, faltaba lo que había pasado en Madrid. Porque en Los 70 a destajo sí había hablado de lo que había pasado en otras ciudades, como Sevilla, que es un lugar muy pionero, pero la verdad es que en Madrid no me había detenido demasiado. En parte esto fue porque yo había perdido un diario en el que tenía anotadas muchas cosas, pero más tarde sí encontré otra libreta que era la que yo usaba para los viajes y ahí sí encontré mucho material interesante. Después de acabar la exposición, una de las cosas de las que me di cuenta es que mi generación había tenido muy poco que ver con la heroína, cuando siempre se había dicho, o al menos desde ciertos ámbitos, que la contracultura había sido la causante de la entrada de la heroína… sin embargo, me di cuenta de que todo el mundo estaba vivo. Los músicos, salvo alguna excepción, claro, estaban todos vivos. Ya mayores, se reunían los fines de semana para tocar juntos… Todo esto, sobre todo cuando estuve en Madrid, me llevó a investigar y recuperé nombres que habían tenido muchísima relación con nosotros y que se habían conocido sobre todo a partir de La Cloaca, que eran las últimas páginas de Ajoblanco, en las que publicábamos anuncios.
– ¿A quién va dirigido el libro, a quienes vivieron aquella época o, más bien, a un público más joven que apenas conoce lo que pasó?
Tenía la idea de que fuera un libro muy bien escrito, en el sentido de que fuera muy fácil de leer, muy para la gente joven, para que estas nuevas generaciones entiendan también que es muy importante crear espacios de libertad, espacios en los que experimentar, y que eso solamente se puede hacer en colectivo. Creo que a las nuevas generaciones todo esto les sorprende. Yo me maravillaba con la cara de sorpresa que ponía la gente en la exposición de CentroCentro, a la que fue muchísima gente, más de 120.000 personas, entre las que, efectivamente, había muchos jóvenes, y se quedaban realmente asombrados viendo la creatividad tan plural de esos cuatro o cinco años en cómic, en poesía, música, cine, fotografía… en todo. ¿Cómo podía ser aquello? Todavía con Franco vivo, o medio vivo.
– Barcelona fue una ciudad pionera, ¿por qué cree que allí se pudieron hacer cosas que en otras ciudades, como Madrid en particular, no se podían o era mucho más difícil?
La razón principal es que el franquismo quedaba más lejos en Barcelona. Además, Cataluña en su conjunto tenía un tejido productivo muy plural y muy activo. Frente a las grandes industrias burguesas estaban también las medias y las pequeñas, muchísimos talleres en ciudades pequeñas llenos de artesanos. Y esa gente tenía bibliotecas, tenía memoria. Luego, claro, vino el turismo, el tráfico de los hippies del norte de Europa y de Estados Unidos que paraban en la Plaza Real esperando al barco que los llevara a Ibiza, que entonces era la capital europea de los hippies. Todo esto creó una mezcla entre los gitanos del Somorrostro, los hippies, el hash de los legionarios del barrio chino, que eran los que venían del norte de África… también se mezclaban con los de los futbolines, que eran sobre todo estudiantes que en su mayoría habían abandonado los estudios. Todos ellos intercambiaban discos, libros… Hay que tener en cuenta, también, que en Barcelona había más libertad, porque el poder estaba mucho más dividido. No había una autoridad franquista tan monolítica como en Madrid. Además, estaba Carlos Barral con su editorial, que atrajo a muchos autores del boom latinoamericano, la nova cançó, la recuperación del catalán, que arranca ya a finales de los cincuenta y principios de los sesenta. Todo eso acabó creando un caldo de cultivo muy propicio, hasta que en el comienzo de los setenta surgimos revistas como Ajoblanco y Star, en el año 73 o 74, con una orientación muy cercana a la de la contracultura norteamericana a la que nos había acercado gente como Luis Racionero o María José Ragué.
Madrid no pudo tener una contracultura callejera o un underground más consolidado, pero tuvo muchos núcleos de actividad y muy valientes, porque los Guerrilleros de Cristo Rey en Madrid mataban. En El Rastro, por ejemplo, muchos domingos o iba la policía o iban los Guerrilleros y destrozaban los puestos más progresistas, los de comics… Los ateneos los desmontaban, los conciertos los prohibían, había atentados en los teatros, la bomba de La Vaquería, etc. En Madrid sí había modernidad y contracultura, pero lo cierto es que lo tenían mucho más difícil. Una de las aportaciones de este libro con respecto a Los 70 a destajo es precisamente la de contar lo que pasaba en Madrid.
– ¿Cómo definiría la contracultura?
La contracultura implica vivir al margen del sistema, establecer una vía alternativa, y para esto necesitas un mundo bastante libre y con ciertas posibilidades económicas, que puedas establecer una economía también alternativa. Esto ocurrió en Barcelona. Primero porque el dinero no era el único rey, dueño y señor de la creación. No todo se intercambiaba con dinero, había mucho trueque. Era también la era del nosotros, la era colectiva. No había apellidos. Era la primera generación en la que los apellidos no importaban; no nos preocupábamos de dónde venía cada uno, si uno era burgués o tendero, si eras hijo de un obrero o de un abogado. Nos ayudábamos y hacíamos botes comunes, de manera que el que tenía dinero pagaba y el que no lo tenía no pagaba. Y no pasaba nada. Vivíamos en grupo, que no eran exactamente comunas en el sentido clásico, sino que eran pisos compartidos en los que teníamos una vida en común.
La contracultura exige, sobre todo, una vida alternativa y una creatividad sin autoría. Todo esto está muy bien explicado en el libro de María José Ragué, California Trip, que para mí es la biblia de la contracultura, porque nos transmite muy bien lo que eran los Black Panthers, el nuevo urbanismo, la nueva espiritualidad, la música, el teatro colectivo de Bread and Puppet… todo eso llegó a Barcelona; lo vimos en primera línea, en la calle, en el teatro Grec, en la sala Villarroel. Tuvimos la gran suerte de poder crecer con todos estos fenómenos contraculturales, que incluían sexo en grupo, pero también creatividad en grupo.
Todo esto fue posible durante un tiempo. Madrid tuvo conatos, Sevilla los tuvo, Galicia y algunos otros sitios también, pero en Barcelona fue muy significativo y muy extendido.
– ¿Hasta qué punto la contracultura en España tuvo su propia identidad?
Creo que sí hubo rasgos característicos propios. Había una gran diferencia entre Star y Ajoblanco, y es que Star estaba mucho más cerca del underground británico, buscaba más las modas inglesas, lo último que salía en cada momento, para modernizar la creatividad hispánica. Ellos copiaban o se inspiraban más en revistas inglesas y americanas. Nosotros éramos otra cosa. No teníamos periodistas y lo que pasó es que fueron los lectores los que se apoderaron de la creatividad de la revista, a través de manifiestos, de llamamientos… por la inquietud brutal que había. Empezaba a pasarse por la redacción un montón de gente de todas partes. Creábamos colectivos, unos eran más artistas, como los que hacían los festivales de cine independiente en Super 8, otros formaban el colectivo gay, el colectivo de comunas, antimilitarista, antipsiquiatría… y la gente estudiaba y estudiaba en serio.
Nosotros copiábamos mucho menos, nos gustaba inventarnos, y además conectábamos con el pasado libertario español, con toda la cultura pacífica que habían creado los anarquistas. En ese sentido, sí había una esencia diferente y propia en la contracultura española.
– Usted se sigue definiendo como libertario.
Sí, pero libertario ácrata. Creo que la libertad es muy importante, porque una libertad bien entendida, con cultura y con educación, exige la igualdad, descarta una sociedad con unas diferencias sociales o culturales muy grandes. Implica que todo el mundo tenga una formación y tenga una posibilidad de tener capacidad crítica. Esto es fundamental para un país, igual de fundamental que tener una memoria no ideologizada. He visto estos años que ha estado Colau en el poder en Barcelona cómo han sido muy sectarios. Creo que la izquierda en España ha fracasado, o está fracasando, porque no es amplia, porque su canon es muy estrecho. Pasa un poco como en el arte. El arte ha de tener una enorme pluralidad. He vivido en Berlín y me di cuenta de que allí el canon es múltiple, no es solamente una única cosa la que vale. Hay que ser muy plurales y aceptar los diálogos para aceptar las diversas formas de comprender, de crear, de inventar y de vivir.
– Hablando de la izquierda, en el libro cuenta cómo muchas veces, más que el propio franquismo, el gran obstáculo era la ortodoxia izquierdista.
Claro. Es tremendo, porque algunos comunistas decían que, por ejemplo, la ecología era un capricho de niños bien para eclipsar la lucha de clases. Esto está escrito en Triunfo o en la Revista de Occidente. Eso es una barbaridad, claro. O lo que hacían con los gays, que hasta finales de los setenta los tenían por decadentes. Lo que pasaba es que la izquierda tradicional española, en cuestión de costumbres, era bastante reaccionaria. Luego también hemos olvidado una cosa, y es que el franquismo fue una dictadura religiosa, más que una dictadura militar. Fue una dictadura religiosa que impuso un sistema de vida y una sexualidad y una serie de creencias que hicieron que los padres fueran en muchos casos la policía. Los jóvenes de entonces tenían a la policía en casa en la figura de sus padres. Muchos chicos cuando cumplían dieciséis años huían de casa y muchos venían a Barcelona, sobre todo al café Zurich, para, a través de una organización que se llamaba OAF, Organización de Ayuda al Freak, acceder a una serie de servicios, como médicos, abogados, ayuda para conseguir alojamiento o maneras de ganarse la vida haciendo artesanía o vendiendo prensa alternativa.
– El libro se lee de una forma casi frenética; entiendo que la vida era igualmente frenética en esos años.
Sí, cada día pasaban muchísimas cosas. Por eso la cronología es tan importante, porque en poco tiempo hubo una evolución mental enorme. Muchas veces se dice que la contracultura fracasó en España, pero no fue así en absoluto. Fracasó el intento revolucionario de cambiar el sistema, pero no el cambio mental que se produjo en el conjunto de la sociedad. Hoy en día se acepta el feminismo, los derechos LGTBI, el matrimonio homosexual, la supresión de la mili, el avance de la laicidad y un montón de cosas que son consideradas con normalidad pero que entonces no podían ni imaginarse. Todo esto nace entonces. Nace de esa generación posterior a la de la Gauche Divine y a la de las células de la gente que había mandado durante tantos años, a la generación de Felipe González, que eran mucho más moralistas, de hablar lo que no viven. Para nosotros la palabra y el hecho siempre iban juntos. No teorizábamos, sino que vivíamos.
– Precisamente un sambenito que se les colgó fue que la contracultura era un asunto burgués.
En realidad yo era de los poquísimos que había. Soy hijo de un matrimonio mayor, que se había educado en los años veinte y treinta en una familia con un nivel cultural muy alto. Mis padres fueron para mí casi unos abuelos humanistas, que me dejaron hacer lo que quise porque vieron que tenía mis razones. Pero vamos, Toni Puig era hijo de un tendero de un pueblo de cerca de Manresa, Fernando Mir era hijo de una familia de clase media, Quim Monzó era hijo de una costurera y un obrero… La verdad es que había de todo. En Ajoblanco eso era lo habitual, que nos juntáramos gente de procedencias totalmente dispares.
– ¿Ajoblanco nació con un objetivo concreto?
A nosotros nos cerraron la facultad pocos días después de haber inaugurado una exposición de poesía universitaria, en la facultad de Derecho, en la que no pensarías que hay poetas, pero de repente colgaron poemas más de doscientas personas. Cuando cerraron la facultad nos hicimos un viaje por el sur de Europa con la intención de ir a la India, aunque nos quedamos sin dinero mucho antes. Pero me dio tiempo a ver varios países de Europa y comprobar cómo la juventud tenía espacios, cómo experimentaba, sin ningún miedo… vi un mundo que me dejó asombrado y entonces convoqué a Nabucco, que era un grupo poético que teníamos en la facultad, entre los que había algunos que tenían alguna conexión con la Gauche Divine, con Jaime Gil de Biedma, con Marsé… Pero me di cuenta de que nosotros éramos diferentes a esa generación, pensábamos de otra manera y teníamos la seguridad de que había muchísima más gente como nosotros, pero no sabíamos dónde estaban. Así que decidimos crear un espacio para encontrarnos y empezar a desarrollar nuestro camino.
– En muy pocos años pasaron de la nada a vender más de 100.000 ejemplares, ¿fue una sorpresa?
Absolutamente. Además, es que los primeros años fueron muy duros. El primer año de repente nos quedamos sin dinero, y ya hubo gente que pensó que nunca más volveríamos a despegar, sobre todo los que eran más escépticos con la cuestión de la contracultura, como Monzó o Montañá… pero luego conseguimos algo de dinero, poco, porque siempre fue poco, pero con eso y mucho trabajo conseguimos remontar otra vez. El haber estudiado Derecho nos daba también una consistencia, porque conocíamos un poco el mecanismo de las cosas, las letras de cambio, poder pagar a plazos… luego nos hicimos muy amigos del distribuidor y del impresor, y empezamos a saber cosas como dónde comprar el papel más barato, dónde hacer los fotolitos… todo eso fue muy importante, sobre todo en los momentos de penurias. Luego ya, a partir del número seis o siete empezamos a crecer ya con mucha fuerza. Tuvimos el número de las fallas, que reivindicaba la fiesta mediterránea, con toda su perversión, y nos pusieron una multa y una suspensión de cuatro meses. Pero eso nos hizo replantearnos todo, volvernos mucho más libertarios y a partir de ahí empezamos a vender muchísimos ejemplares, hasta llegar a los cien mil. Luego montamos las jornadas libertarias, a las que fueron más de medio millón de personas.
– ¿Cree que la aparición del movimiento libertario solo podía haber sucedido en aquel momento y en aquellas circunstancias? ¿Ve alguna posibilidad de que en la sociedad contemporánea se dé algo parecido?
Hoy en día el dinero se ha convertido en el dios único. Todo se compra con dinero. Eso hace que sea mucho más difícil que surja un movimiento libertario fuerte, pero, de hecho, la idea libertaria está en todas partes y en todos los tiempos. Por eso creo que la izquierda tendría que ser mucho más abierta de lo que es. Tendría que ser mucho más flexible y dejar hacer. Cuando Podemos empezó a subir, tú ibas a las asambleas (yo mismo, después del 15 M estuve en algunas) y te hacían callar. No creen en la espontaneidad; creen en el dirigismo, en la estructura jerárquica, en la planificación de los acontecimientos… eso frena mucho el movimiento libertario en un momento en el que es más necesario que nunca. Sería muy conveniente que la gente vuelva a ponerse las pilas y a salir a combatir este sistema tan injusto, arropado en buena medida por la falta de información, por las noticias falsas, la información deficiente de las redes sociales…
– ¿Cómo ve la realidad del periodismo de hoy en día?
Con mucha tristeza, porque los medios ya no se deben al lector, sino a la subvención, a la publicidad institucional o a la de las multinacionales. La prensa vive para ellos, no para los lectores. Se ha venido abajo el periodismo de investigación, apenas hay corresponsales… los periódicos, los medios, hablan de los políticos, pero no hablan de lo que les pasa a los ciudadanos. Todo son juegos de poder. La verdad es que interesa muy poco, porque ya estamos todos muy hartos de que los políticos se dediquen a pelearse entre ellos y desatiendan completamente al ciudadano.
Ángeles bailando en la cabeza de un alfiler. La explosión libertaria de 1976-1977. Pepe Ribas. Libros del K.O. 326 páginas. 22,90 euros.