El viaje de la memoria
Acostumbrado a este continuo viaje al pasado, no es extraño que a García Alix cualquier viaje físico, a un sitio real, le haga pensar en ese otro intangible, de la memoria. Así le ocurrió con su viaje a China: “Yo había estado revisando fotos antiguas -estaba ya dándole vueltas al proyecto del vídeo y exposición De donde no se vuelve– cuando fui a Pekín. De repente, todas las imágenes de Pekín me llevaban al pasado”. Fue entonces cuando decidió, así, a bote pronto, que el lugar donde se desarrollaría el proyecto sería la capital china y no Bogotá, destino que inicialmente se había barajado.
Consciente de la perplejidad que causa este caprichoso cambio de una localización a otra absolutamente distinta, el fotógrafo afirma que “el lugar da igual. Lo importante es el viaje”.
Fotografiando las emociones
¿Y las imágenes? Si al visitar Pekín se le venían a la cabeza las imágenes del pasado, ¿podríamos decir, entonces, que la memoria es fotográfica? “Rotundamente no. No te acuerdas de imágenes; la memoria es otra cosa”. Eso otro, que según García Alix es lo que recordamos, son las emociones. Lo que encontró en Pekín, por tanto, no fueron tanto imágenes, sino sensaciones que le recordaron a su Madrid rockero: “El punto de partida fueron esos cables y edificios que mutilaban el cielo”, como mutilan las jeringuillas y las cicatrices la piel de sus retratados.
La fotografía de García Alix no trata de imágenes, pues, sino de emociones. “En el estudio, cuando retrato a un modelo, prolongo el tiempo de espera antes de cada disparo, me acerco con el objetivo hasta un palmo de sus ojos, le pongo nervioso, y entonces, cuando el modelo está tenso; entonces disparo”. Alix, todo un romántico empedernido oculto tras los tatuajes de un rockero nihilista, cree ciegamente en el arte como vehículo plasmador de las emociones del autor, y también en eso que los fotógrafos llaman “el momento decisivo”. No sólo eso, sino que, según él, nunca ha retratado otra cosa que no fueran sus emociones.
Un proyecto autobiográfico
Ese es el argumento que esgrime para contrariar a cualquiera que, tratando de trazar sus líneas evolutivas, afirme que según se ha ido haciendo más introspectivo y reflexivo su obra se ha ido volviendo más abstracta. Al parecer, aunque en esas fotografías desenfocadas de arquitecturas fantasmagóricas nosotros veamos ejercicios compositivos claramente tendentes a la abstracción, no se trata en ellas de composición sino, como siempre, de emoción: “Cuando retrato un objeto, como en Homenaje a Conrad -un primer plano de un jugador de futbolín atravesado por la barra de metal- en el fondo es lo mismo que cuando retrato a una persona, porque lo que refleja es un sentimiento” –en este caso, el que le estaba generando la lectura de El corazón de las tinieblas cuando tomó la foto.
Entonces, si lo que siempre retrata son las emociones que le genera el objeto retratado, ¿podríamos afirmar que el objeto de todos sus retratos no es otra cosa que él mismo?
Poner voz a las fotos
En efecto, desde hace unos años García Alix nos viene dando pistas de que su obra forma parte en realidad de un gran proyecto autobiográfico, en el que cada foto conforma un fragmento de pasado, de su memoria. “Quería ponerle voz a las fotos para completar la narración -afirma al explicar el porqué de esta incursión en la creación audiovisual. Esto denota una absoluta conciencia de estar construyendo una narración, una historia canónica con principio, nudo y desenlace. Y el hecho de que esa narración, que nació queriendo ser un diálogo -“mío con las fotos, y mío con Nico [Nicolás Combarro, comisario de la exposición], que no hace más que preguntar y preguntar”-, acabase siendo un monólogo, nos revela quién es el protagonista de esta historia de mil rostros: nadie más que él mismo, que se nos cuenta a la vez que se conoce a sí mismo mediante un viaje a las profundidades de su memoria.
Una memoria autoimpuesta, a la que sus propias fotos le obligan a volver una y otra vez, como en esas “horas solitarias en el laboratorio, porrillo y cubata en mano, cuando revelaba una foto de algún amigo ya muerto y veía poco a poco surgir su cara en el papel baritado y me le quedaba mirando y acordándome… Mis fotos no son más que un montón de cadáveres”.
“La fotografía es el recuerdo. Te haces una foto, y cuando la miras ya no eres ese”. Y entonces te tienes que hacer otra, y otra, y otra… Y entonces tenemos De donde no se vuelve, en el Museo Centro de Arte Reina Sofía hasta el 16 de febrero de 2009.