Con los recursos aportados por el filántropo, empresario y ex candidato a la presidencia de Chile, se materializará la construcción del memorial, cuyo proyecto se gestó en septiembre pasado con la exhibición a la presidenta Michelle Bachelet por parte del comité ejecutivo del concurso internacional de escultura Cantalao, Pablo Neruda.
El proyecto de Cantalao nació y tomó forma en 1971, cuando Neruda obtuvo el Premio Nobel de Literatura: un pueblo con callecitas y casas destinadas a poetas y artistas con talento, pero sin recursos para concretar sus obras o para quienes necesitaran la soledad de un paisaje maravilloso para inspirarse.
Neruda eligió el lugar. Un agreste paraje cercano a Isla Negra, frente al océano Pacífico, con roquedales recónditos y una cueva de piratas que responde a lo mejor de la imaginación del poeta, que creía que en ella había tesoros escondidos por corsarios.
Cantalao, en sus orígenes, contó con el apoyo entusiasta del gobierno de entonces, presidido por Salvador Allende, en el que numerosos artistas, incluido el propio Neruda, que fue embajador en Francia, ocupaban cargos que les permitieron poner en marcha las obras, hasta que el golpe militar de 1973 frustró la iniciativa.
La muerte de Neruda, pocos días después del golpe militar, había terminado por echarla al olvido. La idea durmió hasta 1987, cuando escultores de todo el mundo participaron en un concurso que culminó con la instalación de sus obras, inspiradas en el «Canto general», en los terrenos destinados a Cantalao, pero la maleza tapó las esculturas y también la memoria de quienes debían responder con recursos financieros al sueño de Neruda.
La ilusión reapareció en 1991, cuando el tema central de la Bienal de Arquitectura fue precisamente Cantalao. Los ganadores, Hugo Molina y Gloria Barros, diseñaron un pueblo con bosques y una trinchera muy especial, cuyo trayecto forma la palabra «palabra».
Quienes caminaran por la «palabra» irían encontrando en cada recoveco los poemas de Neruda escritos en los muros, y al final, el «Muelle de la espera», un edificio que se adentra en el océano y en cuyo interior habría una sala de convenciones, un gran acuario y una impresionante vista al mar, recuerda, nostálgico, Hugo Molina.