Se apagaban 103 años de alguien que mantuvo lúcidas cabeza y pensamiento hasta ese momento último en que volvió a demostrar la dimensión de los grandes. En los años finales sólo la voz iba perdiendo materia y, aunque siempre inteligible, se le iba aflautando. “Estoy volviendo a hablar con el tono de la infancia; con la voz de los niños”, comentaba socarrón en sus últimas apariciones.
Precoz
Escritor precoz, a los 19 años publicó sus primeros textos. “Entiendo que dar razón de mi obra literaria equivale a dar razón de mi vida pues desde muy temprano sentí que, siendo mi vocación las letras, si había de escucharla y seguirla todo lo demás tendría que supeditarse a su cultivo”. Autor complejo, que no críptico ni complicado, a lo largo de ocho décadas Ayala aborda prácticamente todos los campos de la creación literaria, con la excepción acaso del teatro. Y lo hace de un modo lúcido y libre. Sin ataduras.
Sociólogo de formación, “por respeto a la literatura, apunta de propia voz, evité el depender de sus magros gajes; y así, no he sido jamás, en rigor, un escritor profesional, no he vivido de la pluma, sino de otros oficios y menesteres que me libraban de someter la invención poética a las servidumbres de la dura necesidad. Entre esos oficios, el más constante y el más afín a mi vocación ha sido el de profesor universitario: profesor de ciencias políticas y profesor de literatura”.
Pero Ayala es más. Es el liberal convencido empujado al exilio, el demócrata de compromiso, el lector voraz, el crítico ejemplar que nos enseña a leer mejor, a ver donde otros no han visto. Es el experto en cine, y el analista político, y el historiador, y el humanista… Todo ello se manifiesta con la contundencia de una obra plural, sin fisuras, en donde se mezcla la narrativa con el ensayo, la crítica con la historia, la poesía con el análisis.
El sueño de una obra
Hace apenas año y medio, cumplidos de largo los 101, Ayala materializó uno de sus sueños al asistir a la publicación de la cuidadísima edición del primero de los seis tomos que integrarán las Obras Completas que tiene en cartera la editorial Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
Como puntualizó en aquel acto Carolyn Richmond, responsable de la edición y profunda estudiosa de la obra de su marido, “en décadas recientes, conforme su prolongada vida se acercaba al centenario, el autor venía repitiendo con creciente insistencia que para él, la verdadera realidad es tan sólo aquella que encuentra expresión bajo forma literaria. Esto significa que la vida, su propia vida, es, en definitiva, literatura”.
Así lo confirmó en aquella ocasión el propio Francisco Ayala, con una clarividencia y frescura intactas pese a su edad, al presentar el tomo sobre Estudios Literarios, con el que arrancaba una edición que él mismo había supervisado de primerísima mano y en el que se recogen todos sus ensayos que comprenden temas tan diversos como la visión de sus literatos preferidos, con una muy especial atención a Cervantes, o sus escritos periodísticos o sobre cine.
A este inicial le siguen cinco volúmenes más con los títulos: Sociología y ciencias sociales, Ensayos políticos y sociológicos (ya publicados), Narrativa, Autobiografía y Artes y artículos de prensa (por publicar).
Esa posibilidad de dar una lectura final al conjunto de su obra era el primero de los muchos valores que el propio escritor entonces destacaba, “incluso tengo esa suerte, por cuanto suelen publicarse este tipo de obras cuando el correspondiente autor ha fallecido y, en consecuencia, no puede hacer la revisión definitiva de su propia obra. Esa circunstancia incrementa de forma substancial la posibilidad de que se incluyan textos incorrectos o desechados por su creador. Así ha sucedido con Machado, Unamuno y Ortega, por citar sólo tres ejemplos”, dijo.
Balance de vida
En 2007, cuando quien ésto escribe le entrevistaba y le pedía un «a modo de balance» sobre vida y obra, Ayala, desde el sosiego y la sabiduría concretaba:
“La vida ha sido buena conmigo, y generosa. No soy persona de nostalgias, sino de mirar, de cara, el presente y el futuro. Así he llegado hasta hoy. He dejado escrito que me he dedicado a elaborar unas cuantas ficciones. Sin embargo, con esto no está todo dicho pues me veo en la obligación de aclarar el sentido que esa dedicación ha tenido y sigue teniendo. Pudiera haberme dedicado a escribir novelas y otro tipo de fabulaciones y no fabulaciones con el objetivo de ofrecer al consumo de los lectores un entretenimiento más o menos intenso o un simple objeto para el posible disfrute. Pero no ha sido así, jamás escribí con tan altruista intención, sino con otra en el fondo bien distinta como es la de poner mis capacidades para lograr formular en imágenes mi visión del mundo y contárselo a los demás”.
“Cada vez en mi vida, apostillaba, se fue haciendo más difusa la frontera entre el narrador y lo narrado, entre la vida y la literatura. Porque, para mí, la vida es literatura. A través de toda mi obra he buscado dialogar, al tiempo, conmigo mismo y con el lector. Así justifico mi presencia y paso por el mundo. Así, por decirlo de alguna forma, expreso mi compromiso”.
Justificadas tantas cosas. Cumplidos tantos compromisos ahora se ha ido dejándonos un larguísimo conjunto de textos que constituyen una auténtica fiesta para el disfrute y la inteligencia.
Rindiendo honor a su deseo, recogiendo el espíritu y el mensaje «ayaliano», es preciso asumir que la literatura tiene también que ayudarnos a vivir, ¿de qué serviría si no? La de Ayala nos insufla un aire continuo lleno del mejor oxígeno. Nos enseña a ver. Nos enriquece y predispone para ser mejores ante nosotros mismos y ante el mundo.