El resultado ha sido formidable. Las mencionadas Jornadas de México incluyeron dos conciertos muy acertados. El lunes 29, Anna Margules ofreció un recital de flauta en solitario, celebrado en el Museo de Arte Abstracto, en el que interpretó una serie de piezas del repertorio mexicano, compuestas a partir de 1950 por distintos autores, las cuales abarcaban desde referencias atonales hasta acompañamientos electrónicos. El concierto, realizado ante un público reducido debido a las dimensiones del lugar, y en el ambiente íntimo del museo, logró momentos de gran belleza, especialmente el Canto a Hanna, tema compuesto por Gabriela Ortiz, del que la flautista repitió un fragmento antes de retirarse.
Música y teatro
Al día siguiente estaba prevista en la iglesia de San Miguel una actuación particular, una fusión de música y teatro, con melodías de Marcela Rodríguez, voz de la soprano Catalina Pereda, un monólogo de Jesusa Rodríguez (todas ellas nacidas en México) y música del Cuarteto Quiroga bajo la dirección y piano de Miguel Huertas. Todo el acto giraba alrededor de la figura de Sor Juana de La Cruz, sin embargo, tanto el aspecto actoral como el melódico habían sido concebidos desde una perspectiva moderna.
De igual modo, las obras encargadas por la propia dirección del festival estaban inscritas en un contexto contemporáneo. Tanto el concierto del domingo 28 como el del viernes 2 obedecían a estos patrones. El domingo se pudo contemplar la obra titulada Kamech ch´ab (Recibid lo creado), compuesta por la también mexicana Hilda Paredes, una obra compleja, escrita a partir de fragmentos de la liturgia maya, que fue interpretada por dos prestigiosos conjuntos, el cuarteto de cuerdas Arditti Quartet y el conjunto vocal Hilliard Ensemble.
Contexto contemporáneo
Tras esta obra, ambas formaciones tocaron otra composición contemporánea, esta vez de Wolfgang Rihm. Era este un proyecto arriesgado y novedoso, sin embargo, la actuación fue llevada a cabo con gran precisión técnica, siendo fieles ambos grupos a la fama que les precedía. Lo mismo ocurrió con la otra obra de encargo, Línea de Vacío, realizada por Abel Paúl e interpretada por los portugueses Sond’ar-te electric ensemble, grupo innovador que incluye elementos de la electrónica en sus estructuras.
Quizá el concierto del miércoles 31 fue el más sorprendente. Celebrado también en el Teatro Auditorio, no reunió a tanto público como habían hecho las partituras de Bach, pero acabó convirtiéndose en uno de los grandes éxitos de la edición de este año.
La noche corría a cargo del afamado pianista Piotr Anderszewski, que escogió un repertorio impecable, incluyendo piezas de Szymanowsky, Janácek y Schumann, que abordó con una ejecución poco menos que perfecta, al principio en solitario, y más tarde acompañado, sucesivamente, por el violinista Henning Kraggerud y la soprano Iwona Sobotka. Fue este un recital muy elaborado, con ciertos momentos de suma virtuosidad técnica por parte de los tres músicos, así como algunos otros de profundo lirismo, especialmente en la Märchenbilder de Schumann y las tres melodías de Szymanowsky.