La proyección estuvo precedida de un concierto preparado expresamente para acompañar dicho montaje, los conjuntos La Venexiana y Schola Antiqua, bajo la dirección de Claudio Cavina y de Juan Carlos Asensio, respectivamente, interpretaron Música para el Sábado Santo, de Paolo Ferrarese. Esta pieza musical fue compuesta para el Sábado Santo del año 1565, y el autor era un monje perteneciente al monasterio de San Giorgio de Venecia, en cuyo refectorio estaba situada la pintura de Veronés.
Sorprendente y efectista
El concierto logró este objetivo a la perfección. Ambos conjuntos interpretaron la composición litúrgica con gran meticulosidad, e introdujeron al público en un ambiente propicio para la obra de Greenaway. Destacaron especialmente las voces en ambas formaciones, tanto en Schola Antiqua, compuesta íntegramente por un coro masculino, como en el apartado vocal del conjunto italiano. Al llegar al descanso se había conseguido un clima ideal para la presentación del montaje. A continuación comenzó la proyección.
Es esta una obra extraña, sorprendente en ciertos aspectos y un tanto efectista en otros. Su estructura está planteada de manera progresiva, con un comienzo tranquilo, un desarrollo que va ganando en intensidad y un final apoteósico. Los primeros minutos del film narran, con voz en off y a modo de documental, el origen del cuadro, su expolio por parte de las tropas napoleónicas y los entresijos de la composición, tanto pictórica como iconográfica, del amplio elenco de personajes representado por el pintor. En esta parte, Greenaway analiza la importancia de la figura de Cristo, centro de la composición y pieza angular de la misma, que a partir de aquí aparecerá constantemente a lo largo de todo el montaje.
Hipótesis de Greenaway
El autor plantea la conocida hipótesis de encontrarnos en realidad frente a la boda del propio Jesús con María Magdalena, figura que habría sido sustituida por la de la Virgen María a instancias de los clientes monacales, y recuerda el hecho de que la pintura estaba situada en un refectorio, siendo más lógico por ello que hubiera sido la Última cena, y no esta boda, la escena representada. Y es que, ciertamente, como se afirma en la película, al ver el cuadro parecemos contemplar una última cena: Cristo, en el centro, está rodeado por sus discípulos y exento de participación alguna en las conversaciones, mientras que los desposados aparecen aislados en un extremo de la mesa.
En primer plano, Veronés se retrata a sí mismo y a sus colegas de profesión, incluidos Tintoretto y Tiziano, y entre la masa de rostros descubrimos a Aretino, fuente literaria en la que se apoyó el artista. El narrador va destacando todos estos personajes, sus posibles connotaciones en la época y los aspectos formales relacionados con la obra de Aretino. Asimismo, se nos recuerda constantemente la presencia del vino, motivo fundamental del milagro acontecido, que aparece en multitud de formas y recipientes a lo largo de todo el banquete.
En este momento, tras haber expuesto los distintos elementos del cuadro, se inicia en la película un diálogo ficticio entre los personajes que acaba con la consecución del milagro, la acción de convertir el agua en vino. Es ahora cuando la obra aumenta su ritmo de manera radical, y cuando se hace patente el uso de técnicas digitales para presentar el cuadro de una manera nunca vista hasta ahora.
Recursos cinematográficos
La obra utiliza desde el comienzo recursos visuales sólo posibles en el ámbito cinematográfico, divide la pantalla en distintos segmentos para mostrar varios fragmentos de la pintura al mismo tiempo, oscurece y resalta determinadas figuras para destacarlas entre la masa, y aumenta el tamaño de ciertos objetos para poder contemplarlos mejor. Sin embargo, es en estos últimos minutos cuando la proyección se convierte en un espectáculo puramente visual: Greenaway deja de lado el estudio teórico y pasa a desmembrar la composición, convierte las figuras bidimensionales en tridimensionales, ofrece una toma cenital de la misma para que nos sea posible percibir la perspectiva real del banquete, y acaba ofreciendo una serie de efectos especiales, incluidos el fuego, los relámpagos y la lluvia, que cambian totalmente el carácter de una pintura que ya ha dejado de ser pintura.
En todo momento, la trama visual está acompañada por piezas musicales especialmente seleccionadas para ello, incluido un fragmento de Vivaldi que casa a la perfección con la sucesión de planos. En este final de la obra, la música no pierde fuerza respeto a las imágenes, ambos elementos se funden y consiguen una secuencia final cargada de intensidad.
Al finalizar la exhibición, si uno vuelve a contemplar la obra original, puede parecer algo exorbitada la traca final creada por Greenaway, bastante alejada del ambiente clásico y estático de la composición de Veronés. No obstante, el trabajo realizado por el director británico es muy interesante, denota un trabajo previo laborioso y una originalidad meritoria. Quizá los minutos finales puedan resultar demasiado impactantes, incluso recurrentes en algunos momentos, pero lo que es innegable es que es un proyecto arriesgado, personal y ambicioso, que proporciona otro modo igual de válido de acercarse a esta obra maestra de la pintura.