Este proyecto, realizado por Luis Casablanca y Mar Garrido, pretende contribuir a la legitimación y recreación del patrimonio cultural al fijar su mirada en un patrimonio especialmente potente como es el mundo de las mujeres lorquianas. Un mundo difícilmente reinterpretable que nunca dejó de ser ni de estar; la magia con la que Federico lo definió hizo de él un modelo representativo de todos los tiempos y espacios de todas las andalucías posibles.
El desarrollo de un carácter
Cuando Federico García Lorca presentó Yerma dijo: “Yerma no tiene argumento: es el desarrollo de un carácter”. Esta frase puede hacerse extensible a todas las mujeres lorquianas y, por tanto, intentar hacerlas presentes por medio del lenguaje de las imágenes -en este caso ausentes- sólo resulta un éxito cuando artistas como Mar Garrido y Luis Casablanca ponen en juego toda su sabiduría profesional y provocan en el espectador un espejismo para hacerle sentir que está ante imágenes de algún pasado.
Las obras de esta exposición han necesitado para su creación que los artistas trabajaran en su proceso partiendo de la ilusión visual que comparten las artes plásticas y el teatro… En este caso, para recrear el mundo lorquiano, los artistas han utilizado su propio ritmo interior como instrumento generador de ideas.
En largas conversaciones, han buscado la armonía entre “las cosas celestes” y las “cosas terrestres” y con ella han elaborado una exposición conjunta que hace surgir ante los ojos del espectador el perfume de la belleza, de la inteligencia, de la fortuna, de la pena, de la pasión, del deseo, de la esperanza y del olvido.
El principal objetivo que Garrido y Casablanca se propusieron fue representar a través de la escultura, la fotografía y los medios audiovisuales el mundo poético simbólico de la obra de Federico García Lorca. Los vestidos-esculturas y las fotografías que fueron creados para simbolizar a Mª Josefa, Bernarda, Rosita, Yerma, Belisa, Adela, Soledad Montoya o la Zapatera Prodigiosa contribuyen a definirlas por su “ausencia” y nos hacen echarlas de menos al mismo tiempo que nos convencen de que estamos ante restos arqueológicos de historias verdaderas, que los vestidos alguna vez pudieron ser suyos y los paisajes los admiraron sus ojos.