Esta muestra analizará el nacimiento de la escultura moderna y reunirá las mejores piezas escultóricas de los inicios del siglo XX de autores como Brancusi, Gargallo, Picasso, Matisse, Rodin, Lehmbruck, González o Duchamp-Villon.
Lo cierto es que la pregunta resulta cuanto menos irónica, como bien sabe la comisaria de la exposición, Catherine Chevillot, ya que desde el redescubrimiento del escultor francés gracias la exposición de Andrew Carnduff Ritchie en el MoMA de Nueva York sobre la escultura del siglo XX y la exposición Rodin, en 1963, en el mismo museo, ha resultado imposible olvidarle. Y si en algún momento alguien caía en la tentación de devolver a Rodin al purgatorio del que tanto le costó salir, los museos y galerías del mundo no han dejado de maquinar y montar extraordinarias exposiciones. Ahora le toca el turno a la Fundación Mapfre en Madrid. Bendita memoria.
Escultura moderna
“¿Por qué la escultura es aburrida?” se preguntaba Baudelaire en 1846, y la verdad, motivos no le faltaban. “El origen de la escultura se pierde en la noche de los tiempos; es un arte de Caribes”, comenta el poeta nada más comenzar su disertación. Pero, ¿cómo es posible que la escultura, que había despertado el interés y admiración del hombre desde el origen de los tiempos, fuese calificada en el siglo XIX de aburrida nada más y nada menos que por Baudelaire, el crítico de la vida moderna por excelencia.
En realidad, no es ni más ni menos que por ésto, porque a finales del siglo XIX las palabras "moderno" y "escultura" se repelían como el agua y el aceite. Sobrecargada por una tradición secular errónea, ahogada en las referencias ideológicas y narrativas, la escultura moría en las miles de escuelas y academias que sólo buscaban la exaltación de ciertas virtudes, creando así un género tedioso y academicista que había olvidado su verdadero fin, dar forma a la materia, moldear, crear, transformar con las manos.
Si volvemos la vista atrás y ponemos nuestros ojos en Leon Battista Alberti y en su tratado De statua, entenderemos la crisis a la que llega la misma a finales del siglo XIX, y que acabará estallando a principios del XX. Explosión provocada principalmente por Auguste Rodin, cuyas esculturas siempre parecen estar a punto de estallar en mil pedazos, usando como detonante la carga de pasión que el escultor les inyectaba a base de golpes, de duro trabajo y de más golpes.
“Bella Materia”
Constantin Brancusi comentaba: “Rodin llega y lo transforma todo. Gracias a él, la escultura volvió a ser humana en sus dimensiones y en el significado de su contenido”. Y es justo aquí donde reside la importancia de Rodin, en su manera de acercar la escultura a la vida, humanizándola, devolviéndole la masa y el volumen, el cuerpo. En sus obras prevalece por encima de todo esa “Bella Materia” que tanto alababa Giorgio de Chirico en los cuadros de Gustave Courbet. Y si nos ponemos a comparar, los desnudos del pintor y las esculturas de Rodin son más de lo mismo, carne, piel, superficies a través de las cuales asoma la vida, palpitando.
El gran logro de Rodin fue recuperar las lecciones de Fidias y de Miguel Ángel, moldeando la escultura desde dentro, dotando a sus obras de una expresividad y una tensión máxima, que logra acercarlas a la vida, siendo a su vez atravesadas por la muerte. Crea obras que piden ser tocadas, piezas sensuales y carnales que demuestran su fascinación por la superficie, pero una superficie de lo menos superficial, ya que esa sensación de movimiento permanente que transmiten proviene de intensas tensiones internas. Sus esculturas tienen una textura que recuerda a la superficie del agua, como las ondas que se forman en un río, un fluir continuo y lleno de movimiento que no hace sino manifestar algo que el escultor ha logrado insuflar a su obra, pasión, corazón.
Tocar con los ojos
Auguste Rodin logró bajar a la escultura del pedestal en la que el paso de los siglos la había subido y devolverla de nuevo a la vida, a la naturaleza, que no es más que piedra y barro. Su novedosa valoración del fragmento y del accidente no hace sino reafirmar su condición de escultor de la vida moderna, el amor por lo inacabado que le permite fijar lo fugitivo, lo inasible.
¡Pero ante las piedras, yo las siento! Las toco por todas partes con la mirada al desplazarme (…) y de eso va todo, de tocar con los ojos. Y de qué iba a ir si no, de tocar, y es justo aquí donde reside la gran lección del maestro. Tocar, usar las manos, mancharse de barro. La materia, la estructura y el volumen volvieron a la escultura de manos de Rodin. Después de él, otras muchas aprendieron la lección: Joseph Bernard, Lehmbruck, Bourdelle, Matisse, Duchamp-Villon, Maillol, Giacometti… Puede que las nuestras no logren nunca moldear la vida, pero para todos aquellos que deseen tocar de otra manera, París les espera. Miren.
Madrid. ¿Olvidar a Rodin? La escultura en París, 1905-1914. Fundación Mapfre.
Hasta el 4 de octubre de 2009.
Comisaria: Catherine Chevillot, conservadora jefa del Museo de Orsay.