La exposición comienza con los trabajos iniciales de Ensor, de finales de la década de los setenta y principios de los ochenta, y por la relación de los primeros paisajes de su ciudad natal con el Impresionismo, con el que fueron comparados en su momento, en plena internacionalización del movimiento francés (su última exposición fue en 1886). Una relación que no gustó al pintor y que la presente muestra se encarga de matizar pertinentemente. Hoy resulta una comparación un tanto difícil, pues desde sus inicios el artista belga elaboró unas obras que, a pesar de que en ocasiones sean luminosas o coloridas, siempre destacan por una superficie atemperada por luces nubladas u oscurecidas por espacios en penumbra.

Círculo familiar más cercano

Dentro de esta sección inicial se exponen también retratos que el belga hizo de su círculo familiar más cercano, representados con un uso tan brusco de la materia y unas iluminaciones tan apagadas que dan un resultado demasiado intenso para escenas de género burguesas. Incluso su Mangeuse d`huîtres, de 1882, cuya técnica es menos tosca y su iluminación más suave, fue rechazado en el Salón de Amberes de ese año. La exhibición de este cuadro demarca el final de este período primerizo y constituye un punto de no retorno en la obra de Ensor, que a partir de ese momento se preocupará por elaborar una obra propia, independiente de los gustos de su tiempo.

Como prueba de ello, queda la primera aparición de máscaras en sus lienzos (Máscaras Escandalizadas, 1883) y su participación en la formación del Grupo de los XX, foco de la vanguardia belga e internacional en el que expondrían entre otros Gauguin, Van Gogh, Toulouse-Lautrec y el asturiano Darío de Regoyos.

Duras críticas

Aunque también en los ambientes más contestatarios iba a ver Ensor criticada duramente su obra. Su serie de dibujos Las Aureolas de Cristo, de 1886, donde se plasman su particular forma de entender el paisaje y su especial expresividad, cada vez más tendente a lo grotesco, son muy mal recibidos en el Salón de los XX de 1887.

De hecho, como deja ver la retrospectiva parisina, el fracaso de esta serie provoca que realice dos años después su famoso lienzo La Entrada de Cristo en Bruselas, con el que se inaugura una vía de expresión que ya nunca abandonará. A partir de este lienzo lo que se anunciaba en las obras anteriores no hará más que desarrollarse con plenitud, y los cuadros posteriores contienen ya todas las cualidades más conocidas del pintor. Principalmente: colores puros, planos o en grumos de materia, y un enérgico dibujo que desfigura al máximo las cosas. Todo ello en una temática que deforma la realidad mediante retorcidos bodegones, paisajes o incluso retratos; que elabora difíciles escenas protagonizadas por seres imposibles –esqueletos, máscaras; o que ataca algún aspecto de su sociedad en grotescas y vulgares caricaturas realizadas con una virulencia nada habitual en su momento.

Toda esta vertiente puede encontrarse en la exposición representada por sus ejemplos más conocidos, claro está, siguiendo un discurso que describe al pintor belga como un artista vilipendiado y hasta cierto punto perseguido que sólo podía resarcirse con obras tan siniestras.

Independientemente de la auténtica realidad de esta condición, la muestra la defiende de forma convincente a través de otro de los aspectos más característicos de la obra de Ensor: su obsesión por el autorretrato. Se pintó a sí mismo desde fechas bien tempranas, unas veces como artista orgulloso y otras, las más, con el mismo sentido despiadado que en el resto de sus obras: como esqueleto, máscara, insecto, etc.

Por último, la exposición se complementa con la exhibición de multitud de objetos de toda clase que llenaban su casa y estudio. Piezas decorativas, porcelanas, biombos, máscaras, por supuesto, conchas, calaveras, telas exóticas y un sinfín de enseres de lo más variopinto. Todo ello, sin duda, ayuda al espectador a hacerse una idea más concreta del particular universo del pintor, mostrando al lado de sus obras el entorno en el que éstas fueron elaboradas. Una eficaz operación divulgativa que podrá verse hasta el próximo 04 de febrero de 2010.

 

Un, hasta cierto, punto ermitaño 

De padre con orígenes ingleses y madre flamenca, Ensor dejó la escuela sin terminar para dedicarse a la pintura, y de 1877 a 1880 estudia en la Real Academia de Bellas Artes de Bruselas, donde conoce entre otros a Fernand Khnopff. Expuso por primera vez en 1881, y durante los años ochenta sus obras fueron causa de cierto escándalo, culminando con su Entrada de Cristo en Bruselas de 1889. Recluido y hasta cierto punto ermitaño, mantuvo su primer estudio durante cuarenta años y sólo viajó brevemente a París, Londres y Holanda, durante su juventud.

Sin embargo, según avanza el fin de siglo y la aparición de las primeras vanguardias, su obra va ganando cada vez más aceptación, y es objeto de cada vez más exposiciones y reseñas, entre otros de su compatriota el poeta Emile Verhaeren. Durante las primeras décadas del siglo XX, su obra deja de evolucionar, pues es mucho menos prolífica que antes de 1900, aunque continúa retratando a figuras importantes de la Bélgica de esos años, e incluso recibe la Legión de Honor en 1933. Durante la Segunda Guerra Mundial permanece en Ostende, donde moriría en 1949. 

 

París. James Ensor. Musée D’Orsay.

Del 20 de octubre de 2009 al 4 de febrero de 2010.