Pero ha pasado el tiempo
y a verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
“Durante años he aspirado a ser un gran poeta. ¿Por qué no? Inteligencia, experiencia, sensibilidad, don verbal, curiosidad y pasión por el oficio… todo eso tengo y, sobre todo, el súbito don de contemplación de un ser o de una cosa, de penetración en un sentido que me sobrecoge igual que una emoción”. En 1956 recoge estas palabras en su diario Jaime Gil de Biedma. Cabría pensar, a bote pronto, que quien habla es persona segura de sí misma, soberbia si se quiere, engreído. En absoluto. Hablamos de un diario privado para no ser leído nada más que por él mismo y en esas líneas concebidas en la intimidad se radiografía la esencia de una obra, –concretada en tres libros: Compañeros de viaje (1959); Moralidades (1966) y Poemas póstumos (1968)– que convierte a su autor en un grande de la poesía en español. Creador que lejos de autocomplacencias se autorretrata con sarcasmo y dureza:
De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación –y ya es decir-
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?
Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.
(Contra Jaime Gil de Biedma)
Curiosidad, pasión…
Sensibilidad, contemplación, ironía, penetración, inteligencia, emoción, curiosidad, pasión… son señas de identidad del centenar escaso de poemas que integran una obra que crea adicción en quien a ella se asoma.
He aquí que viene el tiempo de soltar palomas
en mitad de las plazas con estatua.
Van a dar nuestra hora. De un momento
a otro, sonarán campanas.
Mirad los tiernos nudos de los árboles
exhalarse visibles en la luz
recién inaugurada. Cintas leves
de nube en nube cuelgan. Y guirnaldas
sobre el pecho del cielo, palpitando,
son como el aire de la voz. Palabras
van a decirse ya. Oid. Se escucha
rumor de pasos y batir de alas.
(Canción para ese día)
Y la memoria. Una memoria siempre nimbada de nostalgia y, a su modo, de engaño. El propio Gil de Biedma apuntaba que lo que caracteriza el paso del tiempo que la memoria pretende conservar o rescatar es su constante movilidad. A menudo se pretende reemplazar la historia, –la de cada uno también–, por el mito y se asume como visión permanente del pasado lo que no fueron más que momentos; que flecos de felicidad.
Nada hay tan dulce como una habitación
para dos, cuando ya no nos queremos demasiado,
fuera de la ciudad, en un hotel tranquilo
y parejas dudosas y algún niño con ganglios,
si no es esta ligera sensación
de irrealidad. Algo como el verano
en casa de mis padres, hace tiempo,
como viajes en tren por la noche. Te llamo
para decir que no te digo nada
que tu ya no conozcas, o si acaso
para besarte vagamente
los mismos labios.
Has dejado el balcón.
Ha oscurecido el cuarto
mientras que nos miramos tiernamente, incómodos
de no sentir el peso de tres años.
Todo es igual, parece
que no fue ayer. Y este sabor nostálgico,
que los silencios ponen en la boca,
posiblemente induce a equivocarnos
en nuestros sentimientos. Pero no
sin alguna reserva, porque por debajo
algo tira más fuerte y es (para decirlo
quizá de un modo menos inexacto)
difícil recordar que nos queremos,
si no es con cierta imprecisión, y el sábado,
que es hoy, queda tan cerca
de ayer a última hora y de pasado
mañana
por la mañana…
(Vals de aniversario)
Moralidades
Pero el poeta no cae en la tentación de eludir realidades, agarra la poesía por los cuernos y en ese extraordinario ejemplo de madurez y franqueza que constituye el libro Moralidades, que por razones de censura hubo de publicar en México en 1966, nos lanza a la cara (entre frustraciones y nostalgias) una serie de verdades:
Imagínate ahora que tú y yo
muy tarde ya en la noche
hablemos hombre a hombre, finalmente.
Imagínatelo,
en una de esas noches memorables
de rara comunión, con la botella
medio vacía, los ceniceros sucios,
y después de agotado el tema de la vida.
Que te voy a enseñar un corazón,
un corazón infiel,
desnudo de cintura para abajo…
Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado sólo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
–con cuatrocientos cuerpos diferentes–
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.
Y por eso me alegro de haberme revolcado
sobre la arena gruesa, los dos medio vestidos,
mientras buscaba ese tendón del hombro.
Me conmueve el recuerdo de tantas ocasiones…
Porque en amor también
es importante el tiempo,
y dulce, de algún modo,
verificar con mano melancólica
su perceptible paso por un cuerpo
–mientras que basta un gesto familiar
en los labios,
o la ligera palpitación de un miembro,
para hacerme sentir la maravilla
de aquella gracia antigua,
fugaz como un reflejo.
Sobre su piel borrosa,
cuando pasen más años y al final estemos,
quiero aplastar los labios invocando
la imagen de su cuerpo
y de todos los cuerpos que una vez amé
aunque fuese un instante, deshechos por el tiempo.
Para pedir la fuerza de poder vivir
sin belleza, sin fuerza y sin deseo,
mientras seguimos juntos
hasta morir en paz, los dos,
como dicen que mueren los que han amado mucho.
(Pandémica y celeste)
Y la amistad, que cultivó y mucho (Gabriel Ferrater, Luis Cernuda, Juan Marsé, José Olivio Jiménez, Carlos Barral, José Ángel Valente, María Zambrano, José Agustín Goytisolo, Àlex Susana…)
Pasan lentos los días
y muchas veces estuvimos solos.
Pero luego hay momentos felices
para dejarse ser en amistad.
Mirad:
somos nosotros.
Un destino condujo diestramente
las horas, y brotó la compañía.
Llegaban noches. Al amor de ellas
nosotros encendíamos palabras,
las palabras que luego abandonamos
para subir a más:
empezamos a ser los compañeros
qye se conocen
por encima de la voz y de la seña.
(Amistad a lo largo)
Miseria y sosiego
Y el sinsentido de la guerra y la desolada miseria que la guerra deja cuando pasa:
Media España ocupaba España entera
con la vulgaridad, con el desprecio
total de que es capaz, frente al vencido
un intratable pueblo de cabreros.
Barcelona y Madrid eran algo humillado.
Como una casa sucia, donde la gente es vieja,
la ciudad parecía más oscura
y los Metros olían a miseria.
Con luz de atardecer, sobresalta y triste,
se salía a las calles de un invierno
poblado de infelices gabardinas
a la deriva, bajo el viento.
Y pasaban figuras mal vestidas
de mujeres, cruzando como sombras,
solitarias mujeres adiestradas
–viudas, hijas o esposas–
en los modos peores de ganarse la vida
y suplir a sus hombres. Por la noche,
las más hermosas sonreían
a los más insolentes de los vencedores.
(Años triunfales)
E inevitable, la muerte. La de los otros:
Nos lo dijeron al volver a casa. Estabas
mirándonos, caído en la sillita del planchero,
con los ojos atónitos del que acaba de ver
la inexplicable proximidad de la muerte
y casi no se queja. Te ofrecimos
algunas vagas frases que hicieran compañía,
cualquier cosa, porque estabas ya solo
definitivamente. Cuanto hubiese querido
ser el mismo de entonces…
(Muere Eusebio)
Y la propia que el poeta imagina, según parece y cuentan quienes le trataron, como resultado directo de una depresión. Angustiado ante la idea del suicidio decidió que un modo de quitarse ese miedo de encima era escribir su “después de”:
En paz al fin conmigo
puedo ya recordarte
no en las horas horribles, sino aquí
en el verano del año pasado,
cuando agolpadamente
–tantos meses borradas–
regresan las imágenes felices
traídas por tu imagen de la muerte…
Agosto en el jardín a pleno día.
Fue un verano feliz.
…El último verano
de nuestra juventud, dijiste a Juan
en Barcelona al regresar
nostálgicos,
y tenías razón. Luego vino el invierno,
el infierno de meses
y meses de agonía
y la noche final de pastillas y alcohol
y vómito en la alfombra.
Yo me salvé escribiendo
después de la muerte de Jaime Gil de Biedma.
Y a la postre, toda una declaración de intenciones en De vida beata, el poema con el que cierra, persiguiendo el sosiego, el último de sus libros.
En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.
Trazos para un retrato
Jaime Gil de Biedma nació en Barcelona el 13 de noviembre de 1929 en una familia de la burguesía castellana. Su vida transcurrió entre Barcelona, “aquí he vivido casi siempre”, Nava de la Asunción (Segovia), “donde mi familia posee una casa en la que pasé los tres años de la Guerra Civil y a la que siempre acabo por volver”, Manila (Filipinas) y su casa de Ultramort (Bajo Ampurdán). Tras estudiar derecho en Barcelona y Salamanca y economía en Oxford, empezó a trabajar en la Compañía General de Tabacos de Filipinas lo que le llevó a pasar largas temporadas en Manila, “ciudad que adoro y que me resulta bastante menos exótica que Sevilla, porque la entiendo mejor”, aunque una década después de esas palabras, escribía: “Manila ya me aburre y en cambio me fascina Sevilla, por primera vez descubierta en noviembre de 1976, después de haber estado en ella cuantísimas veces”. Poco amigo él mismo de encuadrar la literatura en grupos y generaciones cerradas, es considerado poeta social de la llamada Generación del 50 y dentro de ésta en la Escuela de Barcelona. Su carrera literaria arrancó con la publicación de dos plaquettes: Versos a Carlos Barral (1952) y Según sentencia del tiempo (1953), pero no será hasta 1959 cuando dio a la luz su primer poemario Compañeros de viaje, al que seguirá siete años más tarde Moralidades y, en 1968, Poemas póstumos. En 1975, bajo el título Las Personas del Verbo, reunió el conjunto de su producción poética, que amplió con ocho poemas más en una última edición de 1982. Su bibliografía se completa con la colección de ensayos y estudios literarios El pie de la letra (1980) y el peculiar diario de juventud Retrato del artista en 1956, cuya versión íntegra y respetando su voluntad no fue publicado hasta después de su muerte. Admirador confeso de Luis Cernuda, César Vallejo, Antonio Machado, Baudelaire y Byron, no es desdeñable su labor como traductor de autores tan distintos como Bertolt Brecht, Auden, George Brassens, Àlex Susanna o T.S. Elliot. Nunca hizo alarde, aunque nunca ocultó su condición de homosexual. El amor, el consumado y el inalcanzable, y el erotismo desinhibido son temas de peso a lo largo de su producción. Dos de sus sobrinas han destacado en el mundo del arte y la política: la fotógrafa Ouka Lele (Bárbara Allende y Gil de Biedma) y, muy distante del pensamiento del poeta que se declaró siempre persona de izquierdas, la actual presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre y Gil de Biedma. Gran aficionado al cine fue coguionista, con Juan Marsé, de la película Tocar el piano mata, rodada por Jaime Camino en 1972. La biografía del poeta escrita por Miguel Dalmau fue adaptada al cine por Sigfrid Monleon en 2009 en la polémica e irregular El cónsul de Sodoma, en la que el actor Jordi Mollá interpreta a Gil de Biedma. A los 61 años el sida se lo llevó por delante el 8 de enero de 1990. Está enterrado en el cementerio segoviano de Nava de la Asunción. |