En la recién remodelada plaza del Lincoln Center se instalaron tres mil sillas para poder seguir en directo la función en una gran pantalla colocada en la fachada principal del teatro. Otras pantallas y dos mil sillas más se emplazaron en Times Square con el mismo propósito. Desgraciadamente para los que pagaron veinte dólares para poder seguir la retransmisión de este modo, una intensa lluvia hizo acto de presencia antes y durante la representación, aunque la organización había repartido impermeables y bastantes aficionados resistieron las inclemencias del tiempo.
El oro del Rin (Das Rheingold) es la primera de las cuatro óperas que componen el ciclo El anillo del nibelungo (Der Ring des Nibelungen) de Richard Wagner. Das Rheingold se estrenó en Múnich en 1869, aunque no llegó al Met hasta 1889, cuando ya había muerto su compositor. La función que se comenta en esta crónica era la número 155 en este teatro.
Nueva producción
La producción de Lepage ha supuesto una gran inversión, y ha requerido obras adicionales en el escenario, pero que con la larga vida que se da a estas producciones es de esperar que se amortice. Con 24 planchas rectangulares, de aluminio y fibra de vidrio, que pivotan sobre un eje central, multiplicando el número de planchas, combinado con magníficas proyecciones y con efectos especiales basados en las nuevas tecnologías, Lepage consigue presentarnos a las hijas del Rin suspendidas en el aire como si estuvieran sumergidas en el río, el Walhallah en lo alto y un Nibelheim brillante por el oro.
Particularmente logrado es el momento en el que las planchas se mueven a la posición vertical y se colocan en forma helicoidal para dar sentido a la bajada y subida de Wotan y Loge entre el terreno de los dioses y el de los nibelungos. Sin embargo, en algunos momentos la estructura de los decorados va en contra del movimiento escénico. Algunos aspectos discutibles fueron el vestuario de época y la aparición del sapo y serpiente/dragón en que se transforma Alberich.
Por lo que se refiere a los cantantes, dentro de una cierta discreta homogeneidad, detallar a Dwayne Croft (Donner), en un buen momento de voz y muy musical, pero falto de rotundidad; Stephanye Blythe (Fricka), magnífica en su interpretación canora; Bryn Terfel (Wotan), que a pesar de la evolución que está experimentando su voz y algunos desajustes en los agudos consigue un aprobado alto en su primera experiencia con este personaje (habrá que ver como evoluciona en los siguientes papeles de Wotan en la tetralogía).
Destacable la interpretación de los gigantes, favorecidos en su proyección de voz por el estatismo escénico, Franz-Joseph Selig (Fasolt) y Hans Peter König (Fafner), voces graves con claras expresiones y dicción. Eric Owens fue una gran sorpresa, logrando una representación de Alberich para el recuerdo, mientras que Gerhard Siegel (Mime) cumplió de forma notable.
Insuficientes prestaciones de Wendy Bryn Harmer (Freia) y, sobre todo, de Richard Croft, cuya interpretación de Loge no convenció en ningún momento. Patricia Bardon fue una Erda ausente de rotundidad en su prestación pero de bella voz. Adam Diegel (Froh) contribuyó a reforzar la idea de que el teatro invirtió más en la producción que en los cantantes.
40 años al frente de la orquesta
James Levine, que cumple 40 años al frente de la orquesta del Met, con alrededor de 2.500 funciones dirigidas, recibió una calurosa ovación al inicio de la representación que cortó con la interpretación del himno estadounidense seguido con fervor por el público puesto en pie.
En el New York Times se informó de que Robert Lepage fue abucheado al final de la representación, y puedo asegurar que es cierto. Menos de cinco personas protestaron, el resto le ovacionó como pocas veces he visto hacerlo a un director de producción. A la salida del teatro, más de mil personas que habían asistido a la representación proyectada en la pantalla gigante esperaban a los protagonistas, y Lepage fue el más ovacionado (Levine no pudo salir junto con sus compañeros).
Nueva York. Das Rheingold. Metropolitan Opera House de Nueva York.
27 de septiembre de 2010.
Y además… Les Contes d’Hoffmann (28/09/2010)
El poeta Hoffmann fue interpretado por Giuseppe Filianoti, tenor que debutaba en este papel y quien parece que desde su debut en el Met ha dejado atrás su irregularidad. Sin que se pueda afirmar que sea un Hoffmann de referencia, cumplió notablemente, con claridad en la emisión y buena proyección, y a pesar de ello y su entrega absoluta, me pareció desmesurada la ovación del público.
Ildar Adbrazakov, en su cuádruple papel villano con su voz de bajo, impuso su presencia escénica y desde el punto de vista del canto alternó el lirismo con la rotundidad y siempre con regulación adecuada de la voz.
Anna Christy fue una graciosa Olympia, que interpretó correctamente el aria para lucimiento (les oiseaux dans la charmille); Hibla Gerzmava fue una discreta Antonia con alguna dificultad en los agudos, y Enkelejda Shkosa una correcta Giulietta. La única que repetía de la anterior función fue Kate Lindsay, quien no sólo corroboró las sensaciones de buen cantante que había transmitido sino que estuvo más segura tanto en la parte teatral como en la modulación de una bonita voz para el doble papel (Nickclausse/la musa).
Aunque el coro no tuvo el mejor de sus días, la orquesta dirigida con energía por Patrick Fournillier, que debutaba en el Met, contribuyó a completar una agradable representación.
Y… Rigoletto (29/09/2010)
La producción de Otto Schenck data de 1989 y parecía menguada en su magnitud, quizás debido a las instalaciones que ha requerido Das Rheingold, perdiendo brillantez en todos los escenarios.
Francesco Meli (duque de Mantova) empezó de manera prometedora en el fraseo inicial y el inicio del questa o quella, pero ya a la finalización dejó ver ciertos problemas en la emisión de la voz. En el dúo con Gilda ya no gustó, y aunque volvió a iniciar con corrección el Ella me fu rapita, no canta bien el Parmi veder le lagrime y acaba mal la bella cabaleta. Al comenzar el tercer acto, un empleado del teatro sale a anunciar que el tenor no se encontraba en buenas condiciones de salud, por lo que me abstengo de comentar el final de su interpretación.
Christine Schäfer me pareció que no tiene una voz muy idónea para el papel de Gilda y, quizá por el estado del tenor, pareció, además, no demasiado implicada teatralmente. Lado Ataneli, sin componer un Rigoleto para el recuerdo, aprovechó la ocasión para ir creciendo con el avance de la función y terminar con un triunfo personal.
Nino Surguladze (Maddalena), Keith Miller (Monterone) y Andrea Silvestrelli (Sparafucile), con discretas prestaciones, ayudaron al éxito de Ataneli. Corrección del coro y buena dirección de Paolo Arrivabeni al frente de una orquesta concentrada en poner en buenas condiciones la genial partitura.