Con el tiempo y el reconocimiento, Kusama amplía las posibilidades técnicas a su alcance. Más allá de la pintura, descubre y experimenta con la escultura, la fotografía, el vídeo, el collage, la performance… cualquier medio es válido si le permite expresarse. Y es que su obra parece que grita a quien la observa, unas veces de forma desgarradora, otras osadamente sensual, a menudo de manera delirante y siempre con una intensidad que nos hace acariciar su alucinación. Su obsesión por la repetición y acumulación de elementos como los “polka dots” (lunares), su seña de identidad más reconocible, o las esculturas fálicas suman al espectador en un desasosiego difícil de explicar.
Alucinaciones y pensamientos obsesivos
Desde niña, la artista experimentó alucinaciones y pensamientos obsesivos, con frecuencia de naturaleza suicida. Ella misma ha afirmado haber sido objeto de abusos físicos por parte de su madre durante la infancia. Sin duda, además de la necesidad de expresarse, la historia del arte está llena de ejemplos en los que las malas pasadas que la mente juega a algunas personas o los hechos traumáticos que marcan sus vidas los convierten también en auténticos genios. El arte como vía de escape. Y ese es el caso de Yayoi Kusama, a quien llega un momento en el que su país le resulta, como ella misma recuerda en su autobiografía, «demasiado pequeño, demasiado servil, demasiado feudal y demasiado desdeñoso con las mujeres».
En 1957 decide trasladarse a Estados Unidos en busca de una mayor libertad creativa. Esta etapa transforma su obra en un relato que fluctúa entre Oriente y Occidente, un relato de contrastes que rompe con la tradición y que acaparó la atención de sus contemporáneos. Kusama aportaba a la escena neoyorquina un exotismo y creatividad a los que era difícil no sucumbir, lo que le convirtió en irresistible objeto de atención mediática. En los 60 y 70 llega a ser una figura destacada de la vanguardia en Nueva York, ligada al arte pop, el minimalismo y el performance art.
En 1973 decide regresar a Japón, pero no fue fácil. La artista prueba suerte con un negocio de arte que quiebra tras un par de años. Poco después, en 1977, su vulnerabilidad psicológica la lleva a internarse voluntariamente en un hospital para enfermos mentales en Tokyo.
Sacrificar la libertad
Atrás quedan aquellas transgresivas performances en las que aparecía desnuda y que, si bien recibían el aplauso de occidente, resultaban excesivas para el conservador público japonés. Sacrifica su libertad y se somete a las reglas de la institución que hoy, a sus 82 años, continúa siendo su hogar, pero no renuncia a expresarse. Kusama se reinventa como novelista y poeta y su pintura y escultura nos recuerdan, de alguna forma, a aquellas primeras obras de los años 40 y 50.
La exposición sobre la artista que hasta el 12 de septiembre podemos visitar en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid es, sin duda, una oportunidad para adentrarse en el universo creativo de Yayoi Kusama desde sus orígenes hasta su obra más reciente y en todas sus manifestaciones. Como ejemplo, el Infinity Mirror Room, creado expresamente por la artista para esta ocasión, y en el que Kusama nos invita a suspender la percepción de nuestro propio yo en un viaje hacia la obliteración. Un juego de espejos que reta a nuestros sentidos y merece la pena experimentar. No se la pierdan.
Madrid. Yayoi Kusama. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
Del 11 de mayo al 12 de septiembre de 2011.
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