Adam (William Hurt) es un arquitecto de prestigio y Mary (una Isabella Rossellini que vuelve a demostrar que ahí dentro hay actriz), una ama de casa a la que la casa se le cae encima. Los dos precisan asumir que han cumplido los 60, una situación que ni siquiera con la mediación de sus tres hijos saben bien cómo afrontar. La madurez se cierne como amenaza para esta pareja abocada a una separación inevitable.

En este 2012, oficialmente Año Europeo del Envejecimiento Activo, en el que los mensajes y los ecos circulan en una dirección común que considera que envejecer es un privilegio y que vejez no es sinónimo de inoperancia, es más que oportuna una película que simboliza, a través de sus protagonistas, dos monedas que a menudo marcan, cuando los años pasan, el comportamiento en sociedad: los que sabiéndose mayores deciden hacerse los viejos y comportarse como tales, y los que resistiéndose a envejecer se visten y obran como poco más que adolescentes.

Dos polos

Mostrándonos esos dos polos, la película defiende que envejecer forma parte natural de la vida, que la edad no es una enfermedad y cada vez lo es menos en un mundo en el que cada mes en torno a un millón de personas alcanzan los 60 años, y plantea una crítica abierta a esa fascinación por la juventud en una sociedad en la que, lamenta la directora Julie Gavras, «la experiencia parece haber perdido para muchos todo su valor».

El que fuera canciller alemán Konrad Adenauer, que tomo posesión de su cargo cuando se acercaba a los 70, lo dejó muy claro ante su médico: «No le he pedido que me rejuvenezca, todo lo que quiero es seguir envejeciendo».

Tres veces 20 años

Dirección: Julie Gavras

Intérpretes: William Hurt, Isabella Rossellini, Kate Ashfield, Leslie Phillips, Hugo Speer y Joanna Lumley

Reino Unido. Bélgica. Francia / 2011 / 90 minutos