Los espíritus más infames son los que crea uno mismo en los corazones de los demás; el daño que hemos podido provocar en personas que no lo merecían, el dolor que hemos causado sin quererlo o sin ser del todo conscientes de las consecuencias de lo que estábamos haciendo. Los fantasmas del alma no están ahí por divina imposición, coacción celeste o influjo planetario. Alguien tiene la culpa.
En algún momento pudimos escoger entre dos caminos y nuestra elección perjudicó a otros. Y cuando nos arrepentimos y ya es tarde, nos gustaría comprar una escalera hasta el cielo para huir de nuestros reproches, querríamos estar en otro sitio, en otro mundo, en otro tiempo, en otro cuerpo, en otra vida.
La banda sonora de esta semana es una de las mejores piezas de la historia de la música y para mí refleja ese momento: el instante preciso en que uno querría salir de este mundo, desaparecer para siempre. Hay días, como hoy, en los que ofrecería mi vida por esa escalera al cielo, por la certeza de hacer lo correcto, de ir al lugar adecuado, de decir lo que debo, de no volver a fallar a mis amigos, de que sepan perdonarme. Y a pesar de todo, lo peor no es la culpa, sino la falta de esperanza. Y no me refiero a vivir en un país que está a punto de colgar en la horca al Estado de Bienestar. Se trata de saber que una ilusión se ha desvanecido.
Por desgracia, todo esto tiene mucho que ver con Ernesto Mendoza, que está muy grave. Su médico dice que tiene un tumor en el cerebro del tamaño de una pelota de ping-pong; le oprime la corteza cerebral; podría matarle en cualquier momento. No saben cuánto tiempo lleva allí el tumor ni a qué velocidad se desarrolla.
Mendoza es consciente de la gravedad y asume el problema con la misma naturalidad con la que habla del tiempo. Mucha más irritación parecen provocarle los presupuestos presentados por el Gobierno y esa temible reducción de 10.000 millones de euros en Sanidad y Educación que acaban de anunciar o las políticas de compadreo y ayuda permanente a las entidades financieras. Pero según su médico lo que de verdad le ha preocupado en los últimos días es el enigma que me encargó resolver: el problema de la oruga y el lagarto.
Les recuerdo que la carta que me escribió decía lo siguiente: «Me encadenaron a esa raza la química y la lujuria. Para la oruga soy un lagarto. Ambos tenemos la misma madre y el mismo padre, pero no somos hermanos. ¿Qué somos, Leonardo? Los primos. Hasta que un día una pista te dará sin duda un Josep».
Nos habíamos quedado la semana pasada en que los siete primeros números de la sucesión de Fibonacci ordenados en el texto nos daban la palabra «Mendoza», y los siete primeros números primos al revés, empezando por el final, nos daban la frase «Es judía». Pero eso era así si sólo buscamos los siete primeros números en cada caso, las siete primeras letras. Pero siguiendo esas claves hasta el número 13, el preferido de mi amigo, la solución era otra.
Después de los siete números que forman «Mendoza», el siguiente número de Fibonacci (21) nos da una y griega, luego (34) otra y griega. No parecía tener mucho sentido, pero tuve la paciencia de seguir buscando y descubrí que Fibonacci decía en los siguientes números hasta el décimotercero de la serie (55, 89, 144 y 233) lo siguiente: «Mendoza y yo Ada».
«M(1)E(1) eN(2)caD(3)enarO(5)n a esa raZ(8)a la química y lA(13) lujuria. Para la oruga soY(21) un lagarto. Ambos tenemos la misma madre Y(34) el mismo padre, pero no somos hermanos. ¿Qué somos, Leonardo? Los primO(55)s. Hasta que un día una pista te dará sin duda un Josep. Me encadenaron a esa raza la química y la lujuria. Para lA(89) oruga soy un lagarto […] Me encaD(144)enaron a esa raza la química y la lujuria. Para la oruga soy un lagarto. Ambos […] Para la orugA(233) soy un lagarto…”
Supurando adrenalina me dispuse a hacer lo mismo con los números primos. En lugar de las posiciones de los siete primeros números primos comenzando por el final, tomé los 13 primeros (2, 3, 5, 7, 11, 13, 17, 19, 23, 29, 31, 37 y 41). Así, en lugar de «Es judía», el resultado era «Es judía, es Adah». Pueden hacer las pruebas; es increíble.
“Me encadenaron a esa raza la química y la lujuria. Para la oruga soy un lagarto. Ambos tenemos la misma madre y el mismo padre, pero no somos hermanos. ¿Qué somos, Leonardo? Los primos. H(41)astA(37) que un D(31)íA(29) una piS(23)ta tE(19) dA(17)rá sI(13)n D(11)uda U(7)n J(5)oS(3)E(2)p».
Investigué un poco y descubrí que Ada es un nombre judío que también puede escribirse Adah, indistintamente. Y a todo eso unimos el resultado de la búsqueda en Google… Tan sencillo como esto: si uno escribe química y lujuria en el buscador, el primer resultado que aparece es una página llamada «El enamoramiento». Ahí estaba el resultado: Ernesto Mendoza está enamorado de una mujer judía llamada Adah. Por eso la química y la lujuria le han unido a esa raza, porque se ha enamorado de una de sus amantes esporádicas. Por eso no son hermanos, pero parecen hijos del mismo padre y la misma madre, porque solo alguien con la misma cabeza que Ernesto podría haber construido un enigma tan enrevesado, una madeja tan enmarañada. Además, también he descubierto que existe un acertijo tradicional que se corresponde con ese enunciado: «Tenemos el mismo padre y la misma madre, pero no somos hermanos. ¿Qué somos». La respuesta es «Unos mentirosos».
Acudí con todas las respuestas a ver a Mendoza a la residencia psiquiátrica, con el deseo, casi la necesidad, de que pudiera recibirme. Antes, su psiquiatra, el Dr. Garralda, me llevó a su despacho. Me enseñó los resultados del escáner cerebral, el tumor, el diagnóstico…
–¿Hay esperanza, doctor? –le pregunté.
–No –contestó el muy canalla; yo también soy médico y sé que no se puede dar una respuesta tan categórica.
Se me cayó al suelo la esperanza que me quedaba y sentí la desesperación del aventurero que camina por el desierto y ve cómo se derrama la escasa agua que le quedaba. Toda mi esperanza esparcida por el suelo, perdida.
–¿Cuánto tiempo…? –me atreví a preguntar.
–Es impredecible –contestó, y antes de que pudiera echarle en cara su ambigüedad, precisó algo más–, pero yo no creo que con eso en la cabeza pueda durar más de dos meses.
Di la conversación por terminada. Necesitaba hablar con Ernesto. Estaba dispuesto a pasar estos dos meses en su habitación, hablando con él, tratando de sacar fuerzas para pedirle perdón y recuperar por fin mis fantasmas y mi alma.
Le encontré físicamente bien; bueno, como siempre. Su extrema delgadez siempre le ha dado un aspecto algo enfermizo. Por supuesto, en la residencia psiquiátrica mantiene su manía de pasearse en calzoncillos, así que le vi exactamente igual que tantas otras veces en casa, con las finas canillas al aire, sosteniendo ese cuerpo escuálido.
–¡Santi, por fin! –se abalanzó hacia mí para abrazarme como pocas veces ha hecho–. ¿Lo tienes?, ¿lo has resuelto?
–Sí, sí, creo que sí –me ofreció su silla y me senté mientras desdoblaba el papel con mis anotaciones.
–Luego me tienes que contar qué celebraste ayer en OH! Mandril con el editor de hoyesarte, eh –me descubrió, como siempre–. Ahora, a lo importante… ¡Fibonacci, claro! Leonardo de Pisa, qué bobo he sido… –empezó a leer mis anotaciones por encima de mi hombro–. ¡Sí! ¡Los primos al revés! Sí, señor, Santi, estoy impresionando.
–Bueno, me ayudó…
–Sí, sí, luego me lo cuentas. Dime, cuál es la respuesta.
–Mendoza y Ada. Es judía, es Adah.
–Oohhh –soltó un leve gemido y se dejó caer sobre su cama, se quedó sentado con la cabeza entre las piernas–. Ella… ella…
–Supongo que sois tal para cual. Tengo ganas de conocer a la persona que ha diseñado este enigma; debe de ser una mujer extraordinaria.
–No digas tonterías, Santi. A no ser que me veas pecho y empiece a menstruar y a quejarme porque no tengo suficientes zapatos, creo que sigo siendo un hombre.
–¿Tú? –pregunté, algo incrédulo–. Si lo hubieras escrito tú, ¿para qué me necesitarías a mí para averiguar la solución?
–Fue durante una sesión de hipnosis. Garralda quería probar un nuevo tratamiento. Una gilipollez, ya sabes, pero como al tío le hacía ilusión y no me habían hipnotizado nunca…
–¿Lo escribiste tú y no fuiste capaz de solucionarlo? –me indigné.
–Pues sí –y soltó una carcajada tremenda, exagerada, grosera–. Además, amigo, no lo estropees más. ¿No te das cuenta de que no tendría ningún sentido que lo hubiera escrito Ada?
–¿Por qué dice entonces Mendoza y yo?
–Está claro, Santi –su seguridad era, desde luego, la de costumbre–. Mendoza y yo somos la oruga y el lagarto, el cuerdo y el loco. La esquizofrenia viene y va. Ahora estoy bien y de repente puedo desvariar como un anciano con alzhéimer. Yo soy dos: la oruga y el lagarto. Además –dijo de repente incorporándose de golpe–, Ada nunca utilizaría esa palabra, Judensau –la pronunció en voz baja, casi con miedo–. Ella nunca escribiría eso –caminó por la habitación a un lado y a otro con mi papel en sus manos–. Vayámonos, venga –abrió el armario, sacó su enorme bolsa de viaje y empezó a meter su ordenador, sus papeles, su libro electrónico y la poca ropa que tenía–. Volvamos a casa.
–¡Qué simple eres, amigo! Consideras magia o talento innato unas cosas tan estúpidas, tan sencillas… Siempre piensas en enrevesados planteamientos que se te escapan y a veces, igual que la magia, la deducción es cuestión de un buen envoltorio, de esconderse cartas en la manga, de desviar la atención. Podría decirte que el proceso deductivo ha sido muy muy complejo, pero nunca lo es, Santi, nunca lo es. Y esta vez ha sido más sencillo que nunca: tu compañero de juerga tuiteó vuestra fiesta en directo. Yo le sigo en twitter y sobre las 10 de la noche vi su mensaje: «De copas con @santilucano en OH! Mandril».
Ya echaba de menos esta sensación de imbecilidad que me impregna ahora. Y mientras escribo este relato para mi cita semanal con ustedes, Mendoza está instalado en su cuarto y supongo que todavía se relame de gusto por haberse reído de mí… una vez más.
Sin embargo, no es eso lo que me preocupa ahora. Tengo en la cabeza la imagen del escáner cerebral de Ernesto, el tumor, dos meses… Pero me aborda una extraña idea, quizás un deseo, la esperanza levemente recuperada. ¿Y si ese tumor siempre estuvo en su cabeza y no es un riesgo vital a corto plazo? ¿Y si esa es la explicación biológica de su extraordinaria inteligencia?
De momento, volvemos a la normalidad. Ernesto quiere empezar ya a trabajar. Espero poder contarles nuevas aventuras a partir de la semana que viene. No se olviden de escoger la banda sonora. Aquí van tres propuestas que me han sugerido ustedes. Mírense a ver…
A. The Lonesome Death of Hattie Carroll (Bob Dylan)
B. Back in black (AC/DC)
C. The turning (Oasis)