No será éste un año recordado precisamente por la bonanza del sector escénico. El revés del «ivazo», tan perjudicial para la cultura, no ha hecho una excepción con el mundo del teatro, que llegó a perder casi dos millones de espectadores [1] solo en los cuatro primeros meses de su implantación. Unas circunstancias nefastas para un arte que tan necesitado está de estímulos.
De este modo, con esta especie de guerra encubierta contra la cultura de la que hablaba Albert Boadella [2], encarábamos un año que se entreveía difícil para el arte.
Sin embargo, la difícil situación económica no ha hecho tirar la toalla al gremio teatral. Precisamente para combatirla se han llevado a cabo iniciativas que impulsan la creación teatral, como el Festival Talent Madrid [3], que da oportunidad a los jóvenes creadores de llevar a escena obras inéditas; el proyecto Dos Orillas [4], que vincula a través del teatro Latinoamérica y España; el nacimiento del Teatro Quevedo [5], que abre una ventana más al universo dramático en Madrid; el programa PLATEA [6], que incrementa en un 17% las ayudas que las artes escénicas reciben del Estado; la unión del Centro Danza Canal y el Instituto Cervantes [7] para promocionar la danza española en Europa; y un acuerdo entre el INAEM y el Instituto Cervantes [8] por el que unen esfuerzos para dar una mayor difusión a sus trabajos.
Despedidas
Como sucede cada año, la parca se paseaba por los escenarios para arrebatarnos a algunos de nuestros trabajadores más queridos. Este 2013 hemos perdido a intérpretes consagrados como María Asquerino [9], José Sancho [10], Alfredo Landa [11], Mariví Bilbao [12], Constantino Romero [13], Amparo Soler Leal [14], Carmen Belloch [15] o Julia Trujillo [16].
El mundo de las artes escénicas ha perdido también a directores como Miguel Narros [17] o Pere Pinyol [18], y a dramaturgos como Javier Tomeo [19]. El circo y la danza se han despedido por su parte de algunos compañeros, entre ellos el payaso Joan Montanyès [20] y el bailarín y coreógrafo Tony Fabre [21].
Reconocimientos
Ha sido también un año de reconocimientos. Los Premios Max (que este año han renovado su sistema de votación [22]) alzaron como vencedora a Follies [23]. El Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida reconoció la labor de Vicky Peña [24], Emilio Gutiérrez Caba [25], Sergio Peris-Mencheta [26] y Nuria Espert [27], eligiendo A cielo abierto [28] como mejor espectáculo del año.
También los Premios Nacionales de Cultura eligieron este año a sus vencedores: Ramón Barea [29] en teatro, Juan Mayorga [30] en literatura dramática, Isabel Bayón y Marcos Morau [31] en danza, Tortell Poltrona [32] en circo y Teloncillo Teatro [33] en el sector escénico infantil y juvenil.
Entre otros mucho galardones, se han fallado además los premios Teatro de Rojas [34], los Buero de Teatro Joven [35], las Medallas de Honor del Festival de Granada [36] y los Premios de Cultura de la Comunidad de Madrid [37].
Riesgo y creatividad
El riesgo y la creatividad también han marcado este año. Quizá sea verdad eso de que el hambre agudiza el ingenio. Este año hemos asistido a proyectos innovadores que han llevado el mundo del escena un paso más allá. Desde la primera captación en 3D [38] de una obra a una versión multipantalla [39] de un clásico de Strindberg.
Molière, Valle-Inclán, Shakespeare, Calderón, Camus, Lope de Vega, Marivaux… Grandes clásicos han perpetuado su nombre sobre el escenario, espacio que han compartido junto a autores contemporáneos como Juan Mayorga, Woody Allen, Angélica Liddell, Suzanne Lebeau o Josep Maria Miró.
El telón se ha levantado por igual para grandes superproducciones como Los miserables [40] o The Hole 2 [41] y para trabajos humildes como Cartas [42] o Juana, la Loca: La reina que no quiso reinar [43].
En un sector en el que los grandes nombres proyectan su sombra sobre los nuevos autores, aún queda espacio para la inversión de roles. Quizá el año que viene hablemos de estos hoy desconocidos como autores de renombre. Todo es posible en un arte en el que las apariencias esconden tantas verdades.