El próximo 14 de julio recibirá el XX Premio Corral de Comedias del Festival de Teatro Clásico de Almagro.
–¿Qué le aportan los premios y, especialmente, éste que le concede un Festival de Teatro del Siglo de Oro?
Los premios son muy bien recibidos, aunque siempre pienso cuando me dan la noticia: “Han llamado a otra antes, no la han encontrado y me lo han dado a mí”. Porque se me viene a la cabeza: “¿Yo qué he hecho? No he hecho nada muy especial”. Un premio significa realmente mucho agradecimiento por mi parte, si éste es de teatro, más, y si viene de Almagro, todavía más.
Los comienzos de mi carrera fueron en el teatro, con el Teatro Español, y todos los montajes eran clásicos, sobre todo del Siglo de Oro. Por tanto, todo mi aprendizaje en el teatro viene de esa raíz. Recuerdo que, cada año, cuando la compañía se ponía en carretera, siempre llegábamos a Almagro. Allí se representaron obras como El rufián Castrucho, Unas mujeres sabias, que se representaron en el Corral de Comedias, o El sí de las niñas, retransmitidas por TVE. Luego he seguido yendo al Festival a ver algunos montajes, a acompañar a algunos compañeros a los que han dado este premio. Estoy muy ligada a este Festival, y a Almagro, desde hace muchos años.
–Debutó con a penas diez años en un programa de radio, y desde entonces hasta hoy ha cultivado una de las carreras artísticas más fructíferas. Manteniéndose tantos años haciendo teatro, cine, televisión, música… entiendo que no ha sido un camino de rosas.
No hay nada que sea un camino de rosas. Cuesta en cualquier lugar, en cualquier profesión, en cualquier rama… A mí las cosas me salen a fuerza de trabajar mucho, hincar codos y ser rigurosa, al margen de que luego aciertes, te equivoques o no hayas llegado. No todo son aciertos, pero sí creo en ese camino del trabajo, de saber perfectamente hacia dónde quieres ir.
Además, las nuevas generaciones vienen muy preparadas, pero en mi época era difícil, aunque también es cierto que los jóvenes de aquel momento tuvimos la suerte de trabajar con actores milagrosos. Y esa fue una escuela maravillosa. En ese ambiente tuve la suerte de conocer a Miguel Narros y a William Layton, o a Arnold Taraborrelli, Berta Riaza, Carlos Lemos, José Luis Pellicena, Agustín González, María Luisa Ponte, Guillermo Marín o a Mari Carmen Prendes. Qué maravilla haber estado ahí, verles cada tarde y compartir tantas giras con ellos.
–¿Qué supuso Narros en su trayectoria?
Lo conocí con 14 años y desde el principio me trató como a una persona adulta. Me reía muchísimo con él y quitaba mucho hierro cuando las cosas se ponían difíciles. Una vez acabó la película, me dice que él formaba parte de la dirección de una escuela de teatro, y acaba pasando de ser esa persona que hacía bromas conmigo en el rodaje a convertirse en un maestro.
Por tanto, Miguel Narros ha sido vital, porque yo podría haber seguido por el callejón sin salida que era el mundo de los niños prodigio, y terminar con la vida destrozada, pero conocerlo me abrió un camino que no sabía ni que existía.
Así, cuando llegué el primer día al Teatro Español a una lectura de Numancia sentí esa verdad dentro de mí: “Éste es mi lugar”. Es así como Narros fue todo eso hasta el final. Era mi familia.
–¿Y José Carlos Plaza?
Así como Narros ha sido mi padre, José Carlos ha sido mi hermano mayor. Cuando yo llegué al Teatro Estudio de Madrid (TEM), él era de los alumnos que ya terminaban, y entramos a trabajar juntos en esa Numancia que montó Narros en el Español.
Hemos estado en muchas aventuras… Cuando el TEM se acabó, comenzó la andadura del Teatro Experimental Independiente (TEI) y cuando se monta el Teatro Estable Castellano (TEC) seguimos colaborando. Lo montamos un montón de actores que creíamos en una manera diferente de hacer teatro. Luego hemos seguido juntos y hemos hecho obras como La casa de Bernarda Alba, Hamlet, El Mercader de Venecia, Fedra, Electra y Medea…
Además nos entendemos muy bien. Hemos llegado a ese nivel en el que tú sabes lo que el director te está pidiendo y el director sabe lo que puedes dar, aunque en ese momento seas incapaz de verlo.
–Dicen que los clásicos están de moda, ¿alguna vez han dejado de estarlo?
Los clásicos nos hablaron de cosas que ahora entendemos perfectamente, por eso nunca han dejado de estar de moda. Están ahí y nos siguen interpelando, nos siguen contando cómo somos, cómo somos en este momento, y nos podemos acercar a ellos de infinitas formas, como ya hemos visto. Nuestros clásicos son un caudal al que debemos acercarnos con rigurosidad y sin ningún respeto.
–En su trayectoria ha interpretado a mujeres como Electra, Medea, Fedra… ¿cómo se enfrenta a personajes tan fuertes y complejos?
Yo no soy una mujer ‘echada para adelante’. No lo soy. Pero es verdad que las circunstancias en las que me ha tocado vivir, como a tantas mujeres de mi generación, me han hecho ir dando pasos hacia delante. Pero soy una mujer insegura, tengo muchas dudas, muchas.
Ahora, cuando me han ofrecido personajes como los de Fedra o Medea, aún con todo el miedo y toda la duda, sí que he pensado: “Las reconozco. A esas mujeres las reconozco”. Porque algo de estas mujeres está dentro de mí, en mi capacidad. Aparte creo que, como actores, llevamos dentro la capacidad para meternos en cualquier personaje. Pero, especialmente en mi caso, dentro de esas mujeres que, por una razón u otra, reconozco dentro de mí.