El jueves parece el día reservado a las confesiones en forma de monólogo: dos espectáculos lanzan a las tablas a una sola actriz, frente a la que nos situamos mientras va tirando del hilo de la lengua, aflojando y apretando por momentos el nudo en la garganta en el que se cifra la historia de su vida.
La voz que agarrota el monólogo de Fin.Landia es la de una mujer cuyo entorno ha ido solidificando el horror que ahora le devuelve el reflejo. Hija del odio impasible de un mundo en guerra, sin tregua que le haga recuperar la inocencia, el personaje se convierte en una bestia con cascarón de mujer. La crudeza embrutecida de la bestia, que se intuye desde el principio en unas manos contraídas y rígidas –unas manos que han olvidado el tacto- va tomando todo el cuerpo del personaje, su voz, el escenario y la sala toda con nosotros en ella.
Desde el desgarro autobiográfico nos habla también la protagonista de Dios contra Eva Eisenberg, una mujer que para saber quién es se recupera a sí misma imaginándose, cuestionándose, a veces hurgando en los nombres de sus grandes heridas…“Mi nombre es Eva Eisenberg: se me ha olvidado llorar pero sigo sintiendo dolor…”: así comienza la confesión de una voz que va mostrando sus dobleces al tiempo que nos conduce al galope de un thriller lleno de incógnitas, de emociones y de divertidos contratiempos.
El viernes tiene reservado un guiño para una de las figuras claves del teatro norteamericano del SXX: Tennessee Williams. Un tranvía llamado Williams es el fruto de un proyecto de investigación que aborda una selección de textos de Williams a partir de las aportaciones del teórico ruso Vsevolod Meyerhold, cuya conocida “biomecánica” exigía del actor una conciencia plena de la mecánica de su propio cuerpo: un cuerpo que debía ordenar rigurosamente el movimiento y el equilibrio para servir como medio de expresión de un personaje. Así, La Compañía Teatro de Operaciones articula el verbo de los célebres personajes de Williams –extraviados, solos, existiendo en el limbo de sus sueños- a través de un constante movimiento de los cuerpos componiendo una soberbia puesta en escena.
En la línea del juego con las posibilidades del lenguaje no verbal, el espectáculo Episodio 08 nos invita el sábado a un discurso en el que el verbo es reemplazado por el lenguaje musical del cuerpo: el silbido. La talentosa Silbatriz conjura su propio universo a través del silbido, y nos invita a ser una parte más, una parte orgánica de esa realidad innegable que está entre la materialidad de la naturaleza y la sutileza abstracta de la imaginación. En el silbido de Silbatriz están contenidas de manera simultánea las notas de la inocencia y de la experiencia, del entusiasmo y del extrañamiento ante el mundo que esa misma música invoca y presenta.