Desde La Abadía trabajan para dar cabida a nuevos talentos y a un público que no puede perderse la programación especial con la que celebra esta efeméride y que invita a seguir enamorados del teatro y, sobre todo, de la magia que se vive entre sus paredes.
25 años, pero su primera temporada como director, ¿qué balance hace?
Este proyecto nació hace 25 años de la mano de José Luis Gómez pero hemos de encarar el futuro. Hacernos cargo de todo ese gran legado, y generar una renovación que haga honor a lo vivido y, al mismo tiempo, recoloque al Teatro en el siglo XXI, nos tiene sumidos en una ingente cantidad de trabajo y, realmente, todavía no podemos hacer balance.
A mí se me ofreció una inmensa oportunidad y es maravilloso volver a ésta, la que, en definitiva, es mi casa. Donde nací como profesional y artista. Hacerse cargo de ella es un privilegio y un honor y, básicamente, lo que exige es mucha atención, dedicación y cuidado.
Cuanto aterrizó en la dirección mencionaba una línea de trabajo «con continuidad, pero sin continuismo», ¿cómo es eso?
Porque las realidades y necesidades que llevaron a José Luis Gómez a La Abadía en el año 95 se han transformado. En 2020, el universo y la constelación del teatro de la ciudad de Madrid, de la región, del país, de Europa, del mundo… son distintas. El teatro es un arte que vive y se hace en el presente para el presente, no tiene mucha posteridad, más allá de lo que pueda quedar reflejado en un libro o, eventualmente, en una grabación.
El teatro trabaja en el día a día, en el hoy, y a lo que responde y de lo que se nutre es de lo que nos va ocurriendo en el presente. Y también a partir de los textos que hemos heredado o de aquello de lo que nos hemos alimentado hacemos un arte para los espectadores de hoy.
¿Cómo conviven esa mirada al pasado y al presente?
Eso es muy particular… depende mucho de la mirada de cada artista. Ahora es la mía la que guía en cuanto a lo que buscamos en el teatro de hoy. El proyecto de La Abadía, de estar centrado en una gran figura como la de José Luis, se ha diversificado en un conjunto de artistas con diferentes trayectorias que compartimos La Abadía como nuestra casa.
En ese sentido está más abierta a la interacción con diferentes creadores y con diferentes lenguajes. La programación que comienza en febrero y que nos lleva hasta julio la componen creadores de diversas aproximaciones a lo escénico, pero con creaciones y textos de hoy. Incluso aquellos trabajos inspirados en los clásicos son relecturas y reescrituras contemporáneas.
¿Qué puede adelantarnos de esta programación?
Sobre todo son obras de creadores que están haciendo y escribiendo espectáculos que muy genéricamente podríamos denominar ‘teatro de la palabra y el actor’, pero con muy diversas aproximaciones y lenguajes, tratando los temas y las inquietudes de la contemporaneidad. Desde la emergencia climática hasta la inclusión, temas de nuestra interacción con la tecnología y con varias líneas transversales que van tocando diferentes temáticas.
Ha coincidido también que están tratando mucho de qué mundo heredamos y qué mundo dejamos a los que vienen. Es decir, cómo nos relacionamos con el pasado y cómo miramos hacia el futuro. Que es, de alguna manera, lo mismo que le está pasando a la Casa, cómo se relaciona con su pasado, cómo ha sido hasta hoy y cómo se renueva por dentro y por fuera para mirar con esperanza e ilusión al menos otros 25 años.
¿Cómo encaja esta transformación con el objetivo del Teatro de ‘incidir en la vida social y cultural a través de la poesía en escena’?
Este es un lema que define la acción del teatro de arte de tradición europea. De teatros que viven en la inquietud y el pálpito de lo que nos ocurre como seres humanos en el día a día, echando mano del legado literario dramático, de todas aquellas formas y cuentos que nos han precedido, para hacer los mismos cuentos que nos vuelvan a plantear las mismas preguntas, que nos vuelvan a encarar a los mismos dilemas, pero que nos den e inspiren a tener nuevas miradas, sensaciones e impresiones.
Esto nos ayudara a que se cumpla el rito del teatro y la catarsis necesaria para volver a recuperar cada día la fe y la esperanza en la capacidad del ser humano para la grandeza. No nos olvidemos de nuestra capacidad para crear y, especialmente, para crear belleza.
En una ocasión comentó que si pudiera traer a un gran dramaturgo al teatro sería a Calderón, ¿algún otro para seguir soñando?
No vamos a desvelar secretos, pero La Abadía goza, afortunadamente, de un grandísimo atractivo. Estamos conversando con muchos creadores que están deseando incorporarse y seguir o pasar a formar parte de la enorme nómina de autores que han querido venir a compartir su arte y su forma de entender el teatro. Y esa es una de las cosas más complejas de nuestro trabajo, que no hay sitio para todos los que uno querría acoger. ¡No nos da la vida, no nos da el tiempo!, que diría don Pedro.
¿A qué retos cree que se enfrenta la cultura en esta nueva legislatura?
Desde el punto de vista político, la tarea de los creadores y gestores es recordar que la cultura debe ser una de las piedras angulares sobre las que se cimenta el Estado del Bienestar. España tiene un legado inmenso y un activo presente también inmenso de capacidad creadora y esto, desde la crisis, no se ha visto refrendado. La crisis supuso unos recortes inmensos que dinamitaron todo el sistema y nos obligó a todos a hacer equilibrios y esfuerzos enormes. Han pasado ya 10 años, estamos en otra situación, y hay que empezar a revertir algunos de esos recortes y a entender que la cultura es un activo, eminentemente espiritual y ya solo por eso se justifica, pero además material, porque genera riqueza, empleo…
Ve a España como un entorno con mucho atractivo y potencial cultural…
Por su historia, por sus lenguas, por su patrimonio… España tiene que ser un gran país cultural y para eso necesitamos colocarnos, al menos, en la media del PIB europeo en cuanto a inversión en arte y cultura.
Por tanto, nuestra tarea principal es recordar a los políticos que estamos aquí, que somos un activo, y que tienen que acordarse de la cultura. Además de sacar adelante el Estatuto del Artista, hay que avanzar en todos los planes que luchen contra la precariedad, y hablando de este campo, especialmente de los actores y creadores de las artes escénicas… En fin, un poco más de PIB supone un muchísimo más de bienestar para los ciudadanos, no sólo para los que hacemos cultura, sino para toda la sociedad que es la que recibe nuestro trabajo.
¿Cómo ha cambiado el público en el último decenio?
El esfuerzo por salir adelante en estos años tan complejos se ha producido, por un lado, gracias al entusiasmo inherente de todos los que hemos decidido dedicar nuestra vida a la cultura, una tentación de la que casi no podemos escaparnos, pero especialmente del público y de las personas que siguen necesitando y haciendo uso de su derecho a la cultura. Ellos adquieren ese gran compromiso de sostener un espacio para la belleza, la espiritualidad, el crecimiento, la reflexión, para el entretenimiento, para lo lúdico, y han seguido y siguen acudiendo a los espectáculos.
¿Oferta y demanda conectadas?
Cuanta más oferta más demanda. Esa es una ley histórica. Por eso, realmente lo que es necesario en un país como España, y en esto sí que insisto, es mejorar y garantizar las condiciones de vida de todas las personas que intervienen en los procesos culturales. Para que todo eso, además, revierta hacia mayores capas de nuestra sociedad y podamos democratizar el arte.
En ese sentido, en España todavía tenemos muchas tareas pendientes, entre otras, racionalizar los horarios laborales para que las personas puedan disfrutar de su vida personal y familiar entre semana, y tengan tiempo para ir a una biblioteca, a un teatro o a nadar. Algo que sí ocurre en muchos países de Europa… donde se puede tener vida, y no vivir sólo para trabajar.
E incluso con mayor productividad…
Sí, al final, todos necesitamos nuestra pequeña cuota de felicidad.
En una ocasión comentó que la primera experiencia cultural que le marcó fue a los 11 años, cuando asistió a la representación de El gran teatro del mundo en Almagro. ¿Le sigue sorprendiendo el teatro?
Es algo increíble. Cuando llevas muchos años viendo teatro parece que uno ya lo ha visto todo… pero no. Nunca lo has visto todo. Siempre aparece otro nuevo poeta de la escena que, de repente, ofrece una nueva mirada, un nuevo ritmo, una nueva melodía o una nueva atmósfera. Me viene a la mente, por ejemplo, Sergio Blanco, al que conocí hace poco… Afortunadamente no dejamos de sorprendernos unos a otros, y eso es lo que excita nuestra curiosidad, que es como la del gato, no se acaba nunca.
Lo inagotable del teatro…
Parece un poco grandilocuente, pero esto es un rito. Hay algo sagrado en el trabajo que hacemos encima del escenario. Fue un invento increíble de la humanidad esto de ponerse en la plaza a contar historias, y aun siendo un invento increíble le han pronosticado la muerte muchísimas veces. El cine, la televisión, Internet… acabarían con el teatro. Pero, al final, las personas seguimos queriendo reunirnos en un rinconcito, bajar un poco la luz, y subirla en una esquina, para que salga otro ser humano, otro como nosotros, y nos haga soñar despiertos. Afortunadamente, la llama de esta ilusión sigue ardiendo y para nosotros es una necesidad vital y, al mismo tiempo, un privilegio seguir intentando que siga prendida. Es una maravilla ver la cantidad de luciérnagas humanas que vienen a la luz…
¿Qué cree que le falta al teatro español?
Las comparaciones a veces son útiles y a veces no. Lo que nos falta es mejorar las condiciones para que los creadores puedan asumir mayores riesgos, puedan tener sueños más grandes. Siempre podremos hacer un teatro excelente, con las condiciones que haya, pero cuanto mejor sean éstas más grandes serán esos sueños, y mayor será la producción, los espacios o los tiempos…
¿Qué ejemplos destacaría entre nuestros vecinos europeos?
Hay algunos cercanos como el francés, el alemán o el belga, que disponen de mejores condiciones por lo que sus creadores se permiten sueños más grandes. Estoy de acuerdo con que el teatro español, con las condiciones en las que trabaja, es el mejor imaginable. Lo único que puede cambiar no es la capacidad ni el talento, sino los recursos materiales y temporales. Conforme crezcan esos recursos los talentos brillarán todavía más y esto, afortunadamente, es una rueda que no se acaba nunca.
¿Cómo describiría la magia que lleva al público al teatro?
Lo que engancha es una necesidad completamente esencial, radicalmente humana, de contrastar el propio parecer con el de otro, y contrastar lo que uno siente, ve y piensa con la mirada del otro. Y si, además, ese otro es una especie de mago, de acróbata de la ilusión, de atleta de las emociones, y nos hace creer que es un emperador del siglo III o un visitante de las estrellas, pues nuestros pareceres aumentan y nuestra capacidad de imaginación se dispara. Ahí se produce un efecto de la comunicación que, como muchos maestros dicen y como yo también creo, es un misterio. Hay una parte que es totalmente inexplicable, con un valor trascendente y de carácter espiritual, pero que no es solemne, es lúdico, festivo, una celebración de la vida. Es lo más parecido a las pequeñas dosis de éxtasis que, sin necesidad de tóxicos, podemos adquirir en el mundo como seres humanos.