Un parque, de por sí, ya es un escenario. Citas concertadas, encuentros casuales, conversaciones fútiles que en ocasiones devienen en reflexiones profundas de dos o más individuos, hogar de indigentes, lugar de contemplación, de paseo, de juego, de seducción… El banco se convierte en el sitio idóneo para la complicidad o el antagonismo, aunque solo sea por la proximidad física de dos desconocidos. La palabra hace el resto. Este es el punto de partida de las ocho piezas que componen Continuidad de los parques.