Mientras escribo este texto me remonto a los años maravillosos que viví en Santiago de Chile. Ni siquiera me hace falta cerrar los ojos. Esas historias viven en cada uno de los rincones de mi casa, palpitan en cada una de mis células. Forman parte de lo que soy. Son lo que respiro.
Dentro de no demasiado habrá transcurrido tanto tiempo desde mi regreso como el que estuve allí. Y sin embargo, –clásico–, parece que fue ayer o hace una eternidad, y es ya un acto casi reflejo resucitar una y otra vez esas miles de experiencias que convirtieron a ese país del otro lado del mundo en mi segundo hogar. En la experiencia más gratificante de mi vida.
Fue el querer y el llorar multiplicado por mil, fueron los cientos de cruces con personas al azar y por destino los que me cambiaron para siempre. Es por eso que con mi experiencia en el Teatro Valle-Inclán del pasado miércoles, –en un día no cualquiera de San Isidro–-, con otro de los últimos trabajos de Andrés Lima, Shock (El cóndor y el puma), encontré una nueva excusa para viajar en el tiempo y en el espacio.
Concretamente a Santiago de Chile. Donde lo bueno y lo mejor sucedió.
Protagonizada por Ernesto Alterio, Ramón Barea, Natalia Hernández, María Morales, Paco Ochoa y Juan Vinuesa, –que hacen de 6 a 9 papeles de media cada uno a lo largo de las casi tres horas de representación–, ésta es una obra que habla de la memoria y de la lucha contra el olvido.
Para hacerlo rescata a algunos de los grandes protagonistas, –Augusto José Ramón Pinochet Ugarte y su inseparable Lucía Hiriart, Víctor Jara, los Chicago Boys, Jorge Videla, Elvis Presley o Richard Nixon–, todos aquellos que dieron un acelerón al curso de los acontecimientos y escribieron su parte del cuento. Con o sin final feliz.
Y a modo de ironía está ese escenario central y circular, en continua rotación, que recuerda que en toda historia, la tuya o la de la humanidad, todo va y viene. Se mece para convertir al mundo en ese pañuelo en el que las calles se dan la vuelta, la gente se quita la careta, y todas las historias encuentran tres perspectivas: la tuya, la del otro y lo que pasó de verdad.
No es éste un texto para contar lo que sucedió en esas cuatro paredes. Hay que ir. Hay que atreverse a recordar. Eso es algo que los chilenos saben hacer muy bien y de hecho lo hacen continuamente, para saber de dónde vienen y por dónde es mejor no volver a pasar.
De todas, –sólo aquí un pequeño spoiler–, me quedo con la escena de la recreación del golpe, el 11 de septiembre de 1973. Una fecha grabada a fuego, en la que La Moneda ardió para mostrar lo peor de la humanidad mientras Salvador Allende contestaba el teléfono, se despedía de sus allegados y decía: “Tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. La historia juzgará”.
Misión cumplida. Moneda tomada. Presidente muerto.
Shock (El cóndor y el puma) [1]
Director: Andrés Lima
Intérpretes: Ernesto Alterio, Ramón Barea, Natalia Hernández, María Morales, Paco Ochoa y Juan Vinuesa
Lugar: Teatro Valle-Inclán
Hasta el 9 de junio