La propuesta de teatro por capítulos comenzó con la serie Días como estos, representada durante la temporada 2012/13 en la Librería La Buena Vida, y cuya buena acogida impulsó a la compañía a desarrollar un segundo proyecto, que esta vez toma forma en el espacio escénico de La Trastienda [1], en el madrileño barrio de La Latina.
La Casa de Huéspedes incluye elementos que han ido conformando en los últimos años una escena diferente en los círculos teatrales madrileños: espacio y público reducido, escenario itinerante, diferentes actos que se desarrollan simultáneamente, inclusión frecuente de números musicales o baile, cierta interactuación con el público…
La fuerza de una propuesta
Desde que se pone un pie en La Trastienda se percibe la fuerza de una propuesta que abre nuevos posibilidades escénicas: nos advierten de que la obra consta de dos itinerarios y nos invitan, si vamos acompañados, a separarnos para seguir creando la representación cuando ésta termine, discutiendo para juntar las piezas del puzzle; después, nos llevan a la sala común (el comedor donde todos los inquilinos se reúnen para el desayuno en la casa de huéspedes), nos sugieren que recorramos el resto de cuartos, en los que podemos encontrar a los personajes y charlar un rato con ellos, y hasta nos invitan a una cerveza. Para cuando comienza la representación nos encontramos en tan buena disposición que el diálogo que toda obra establece con el espectador se da de la forma más fluida.
El placer que experimentamos al ser llevados a las habitaciones en las que los personajes desnudan sus historias y conflictos tiene algo de voyerismo: el espectador se encuentra a pocos centímetros de la cama de un cuarto de pequeñas dimensiones, presenciando una escena íntima y envolvente con el regocijo de un testigo mudo. La naturalidad de los actores nos sumerge en una escena en la que nos olvidamos de nuestra propia presencia, aunque en otro acierto teatral se rompa el efecto de ensimismamiento con alusiones al público que rompen la cuarta pared y con ráfagas de humor tras las que escuchamos nuestra propia carcajada.
Caminos diferentes
En el primer capítulo, titulado Nuestros nombres, asistimos al desmoronamiento de un matrimonio convencional que pasa los contados (cronometrados) días de vacaciones turísticas en la gran ciudad acompañado por la hermana de ella, una mujer fantasiosa y perdida en el limbo de su identidad que recuerda a la gran Blanche de Un tranvía llamado deseo. Otro de los personajes, Luis, llega a la casa huyendo de los engaños del pasado y tratando de reconstruirse: trata incluso de buscar otro nombre para sí mismo, con una sonoridad más potente que la cortedad de las vocales cerradas que le dejaron al nacer.
En la trama, más o menos convencional, en la que se mezclan malentendidos y conflictos amorosos, se cruza un personaje extraño que seguirá desarrollándose en los capítulos siguientes, sirviendo de nexo de unión: el hospedero. En el segundo episodio, Glen y Glenda, cuyas secuencias mucho más caóticas y disparatadas caen a veces en el chiste acartonado y en el embrollo fácil, este personaje revela un carácter enigmático y sorpresivo, enfrentándose con sus propios miedos y con los conflictos que se generan en la casa que regenta.
La propuesta serial de La Casa de Huéspedes nos ayuda a concebir caminos diferentes apostando por una multiplicidad en el tiempo y el espacio que ilumina ricas posibilidades para el teatro.