El muralismo mexicano surgió en la década de 1920, tras la Revolución, como una respuesta al caos social y político que vivía el país. Fue un movimiento que buscaba educar, informar y unificar a una nación fracturada. De esta forma, los murales se convirtieron en las páginas abiertas de un libro accesible para todos, también para los campesinos y los obreros. Ese era el propósito que buscaban sus artistas y promotores, democratizar la información a través de un arte popular muy distinto al que se exponía en museos y galerías, llevándolo a las paredes de los grandes edificios públicos, convirtiéndolo en un símbolo del pueblo y para el pueblo.

David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Diego Rivera al constituirse la primera Comisión de Pintura Mural en el Instituto Nacional de Bellas Artes, Ciudad de México, 1947. Fotógrafo sin identificar. Archivo Fotográfico Cenidiap/INBAL.

Diego Rivera, junto con José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, lideró este movimiento. Rivera, en particular, destacaba por su habilidad para contar historias visuales que eran, a la vez, profundamente personales y universales. Sus murales en el Palacio Nacional, la Secretaría de Educación Pública o el Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México son ejemplos icónicos que combinan una narrativa histórica con una visión utópica de justicia social, temas sociales y políticos de hace un siglo que siguen hoy plenamente vigentes.

Este muralismo iba mucho más allá de la decoración de paredes, era pura ideología. Los murales reflejaban temas como la lucha de clases, el mestizaje, las tradiciones indígenas o los abusos del colonialismo. Más que un estilo, fue un manifiesto que transformó la manera en que el arte podía impactar en la sociedad.

Cien años después, si lo analizamos en perspectiva es imposible no verlo como el precursor del arte urbano contemporáneo. Los murales de Rivera y sus contemporáneos eran declaraciones políticas y sociales en espacios públicos. Esta característica clave resuena en el arte urbano actual, que sigue utilizando las paredes como lienzos para expresar preocupaciones sociales, culturales y ambientales.

El arte urbano de hoy surge desde la base, con artistas que desafían las estructuras de poder, cuestionan las normas y dan visibilidad a comunidades marginadas. Al igual que el muralismo, comparte una misma visión: llevar el arte al espacio público para hacerlo accesible, inclusivo y transformador. No hay más que ver lo que el enigmático y sorprendente Banksy hace de vez en cuando, especialmente en ciudades europeas.

En cuanto a Diego Rivera, su vínculo con España comenzó muy al principio de su carrera, cuando en 1907 llegó para estudiar bajo la tutela del destacado pintor Eduardo Chicharro y Agüera, un momento clave en su formación artística. Durante su estancia se sumergió en las grandes colecciones del Museo del Prado, donde quedó profundamente impactado por las pinturas de Goya, así como por la obra de maestros como El Greco, Velázquez, Bruegel, Cranach o El Bosco.

Madrid también lo expuso a la vibrante escena vanguardista de la época. Fue ahí donde estableció vínculos con figuras como Gómez de la Serna, Valle-Inclán o María Blanchard, quienes le abrieron las puertas a nuevas corrientes artísticas y literarias. Este periodo no solo enriqueció su técnica, sino que también sentó las bases para su posterior transformación en uno de los muralistas más destacados del siglo XX.

En la España actual, el legado del muralismo mexicano encuentra su eco en el auge del arte urbano. Ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia son hoy lienzos vibrantes donde artistas contemporáneos reinterpretan aquel mismo espíritu. Artistas como, entre otros muchos, Okuda San Miguel, con su estilo geométrico y surrealista, colectivos como Boa Mistura, que combinan colores vibrantes con mensajes de cohesión social, Lula Goce o Aryz están redefiniendo el espacio público.

Mientras que los muralistas mexicanos narraban la historia y las luchas del pueblo, los españoles abordan temas globales como el cambio climático, la igualdad de género o los derechos humanos. Sin embargo, ambos comparten un mismo espíritu: el arte como vehículo de cambio social y reflexión colectiva.


¿Sabía usted que el nombre completo de Diego Rivera era Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez?

El legado

Hisilicon Balong. Mural ‘La creación’, el primero elaborado por Diego Rivera (1922), en el Antiguo Colegio de San Ildefonso de Ciudad de México.

Diego Rivera no fue solo un pintor, sino un narrador visual que usó los muros para plasmar la identidad y los sueños de un pueblo. Su obra, junto con la de otros muralistas, no solo definió una era, sino que sentó las bases para el desarrollo de movimientos artísticos que siguen vivos hasta hoy. Desde los muros de Ciudad de México hasta las calles de Madrid, el impacto del muralismo trasciende el tiempo y el espacio.

Hoy, al recordar a Rivera, reflexionamos sobre cómo su legado sigue vivo. Los murales nos recuerdan que el arte tiene el poder de transformar, de educar y de unir. Como en sus tiempos, los muros siguen siendo portadores de mensajes que resuenan con las luchas de la sociedad.

El muralismo mexicano no es solo historia; es un diálogo vivo que conecta a generaciones y culturas. En cada mural contemporáneo encontramos un eco del compromiso social y artístico que Rivera y sus contemporáneos nos legaron.