Contrapeando géneros, algo que el realizador ha cultivado a lo largo de su reconocida carrera, Wenders vuelve al documental, tras las galardonadas Buena Vista Social Club, Pina y La sal de la tierra, sumergiéndose y sumergiéndonos en el versátil mundo y la icónica obra del artista, revelando su trayectoria vital, su inspiración, su proceso creativo y su fascinación por el mito y la historia. El pasado y el presente se entrelazan para desdibujar los límites entre el cine y el arte plástico a través de un despliegue visual deslumbrante.    

Anselm llega a los cines tras el éxito que el realizador alemán logró con Perfect Days, que además de ser una de las cinco nominadas en la categoría de mejor película internacional en la anterior edición de los Óscar, ganó en Cannes el Premio Ecuménico del Jurado y el de mejor interpretación masculina para Kôji Yakusho.  

Wenders y Kiefer, su amistad y admiración mutua tenían que, como comenta el realizador, confluir en un filme: «Anselm Kiefer y yo nacimos al final de la Segunda Guerra Mundial, él unos meses antes. Pasamos nuestra infancia en el mismo país en ruinas, con una imagen destruida de nosotros mismos, rodeados de adultos, incluidos familiares y profesores, que querían desesperadamente crear un futuro para sí mismos y que intentaban con la misma desesperación olvidar el pasado o hacer como si no hubiera sucedido. Mientras Anselm estudiaba derecho en Friburgo yo, allí y al mismo tiempo, estudiaba Medicina. Podríamos habernos conocido entonces, pero tomamos otros rumbos: él estudió en una academia de arte, yo fui a la escuela de cine. Pero como nada es tan formativo como tus primeras impresiones, teníamos mucho que compartir y mucho en común».

Por fin se conocieron en 1991, cuando Kiefer preparaba su gran exposición en la Neue Nationalgalerie de Berlín. «Desde nuestro encuentro cenábamos juntos casi todas las noches. Fumábamos, bebíamos y hablábamos mucho. Me quedé alucinado cuando vi la exposición: era absolutamente fantástica y reveladora. En nuestras conversaciones de entonces ya habíamos considerado hacer una película juntos. Pero mientras yo estaba ocupado con Hasta el fin del mundo, Anselm se mudó al sur de Francia y nos perdimos de vista por un tiempo. Todavía nos reencontrábamos, de vez en cuando, y la idea de una película seguía viva. Pero sólo llegamos a la conclusión de que ‘es ahora o nunca’ cuando un amigo en común me llevó a Barjac, donde Anselm había trabajado durante casi treinta años y había creado la topografía más increíble y completa de su obra: el paisaje incluye varias construcciones arquitectónicas, numerosos pabellones, criptas subterráneas e incluso un gigantesco anfiteatro techado. Nunca había visto nada parecido. Cuando finalmente vi a Anselm allí fue como si hubiéramos retomado el trabajo donde lo habíamos dejado años atrás. Muy poco después, lo visité en su actual estudio en Croissy, cerca de París… y el proyecto tomó definitiva forma».

Pasado y presente

«En Anselm filmamos las obras de arte –prosigue Wenders– , lienzos, esculturas, dibujos, edificios y paisajes más increíbles. Sí, eso es lo que se hace en un documental. También inventamos escenas de su infancia y nos sumergimos en su historia. En el proceso desdibujamos las fronteras entre el pasado y el presente. Nos tomamos esa libertad, porque frente al arte debes establecer la libertad tú mismo, de lo contrario no entras a formar parte de la trascendencia que sucede frente a ti. Pensando en eso, en retrospectiva –como gran parte de la película se hizo por intuición y como muchas escenas se filmaron de manera muy espontánea– me doy cuenta de una cosa: siempre he querido filmar mis documentales como si estuviéramos involucrados en una ficción. A la inversa, en mis películas de ficción, siempre preservé el aspecto documental que incluye cada acto de filmación, sin importar lo que esté frente a la cámara».

Y al responderse a sí mismo sobre qué espera que el público se lleve tras la experiencia de ver Anselm, Win Wenders no titubea: «Me gustaría que deje atrás las categorías y las opiniones, deje atrás cualquier concepción preconcebida de lo que el arte puede ser o puede lograr, y simplemente asimile el asombroso alcance de este gran romántico, poeta, pensador y visionario alemán que es Anselm Kiefer».

Anselm Kiefer

Nacido hace 75 años, Anselm Kiefer estudió derecho y lenguas románicas antes de cursar estudios de bellas artes en las academias de Friburgo y Karlsruhe. Siendo muyjoven entró en contacto con el artista conceptual Joseph Beuys y participó en su performance Save the Woods.  

Siempre concienciado y crítico, ya en sus primeras obras se enfrentaba a la historia del Tercer Reich y abordaba la identidad alemana de posguerra como un medio para romper el silencio sobre el pasado reciente. A través de parodias del saludo nazi o montajes visuales y deconstrucciones de la arquitectura nacionalsocialista y de las leyendas heroicas germánicas, Kiefer exploró su identidad y su cultura.

Desde 1971 hasta su traslado a Francia en 1992, desarrolló su trabajo en Odenwald. Durante este tiempo comenzó a incorporar a su obra materiales y técnicas que ahora son imprescindibles en su quehacer, como plomo, paja, plantas, telas y xilografías, junto con su personal tratamiento del Ciclo del Anillo de Wagner, la poesía de Paul Celan e Ingeborg Bachmann, determinadas escenas bíblicas y el misticismo judío.

Anselm suscitó por primera vez atención internacional por su obra cuando representó a Alemania Occidental junto a Georg Baselitz en la Bienal de Venecia de 1980. A mediados de la década de 1990, su arte experimentó un cambió. Sus largos viajes por Asia, América y el norte de África provocaron su interés en el intercambio creativo y de pensamiento entre los mundos oriental y occidental. En su obra surgen estructuras que recuerdan a la arquitectura de la antigua Mesopotamia y destellos de los paisajes del sur de Francia, evidenciados por representaciones de constelaciones y plantas.

Ávido lector, las obras de Kiefer están repletas de referencias literarias y poéticas. El interés por los libros como texto y objeto es evidente en su trabajo. Desde sus inicios, los libros de artista han constituido una parte significativa de su creación.

Además de hacer pinturas, esculturas, libros y fotografías, Anselm Kiefer ha intervenido modificando artísticamente grandes espacios. Tras convertir una antigua fábrica de ladrillos en Höpfingen, Alemania, en su estudio, creó instalaciones y esculturas que se convirtieron en parte del lugar en sí. Años después, tras su mudanza a Barjac (Francia), transformó la propiedad alrededor de su estudio excavando la tierra para crear una red de túneles y criptas que se conectan y albergan numerosas instalaciones. Este gran estudio forma parte de la Fundación Eschaton Anselm Kiefer, cuya apertura al público en 2022 coincidió con el regreso de Kiefer a Venecia, donde instaló en el Palacio Ducal un ciclo de pinturas inspiradas en los escritos del filósofo italiano Andrea Emo, que se exhibieron en paralelo a la Bienal de aquel año.

En la actualidad, Anselm Kiefer sigue creando en los espacios por él diseñados.