¿Cómo describiría el espíritu de la obra de Chillida?
Es complicado. Siempre he pensado que es un artista que sorprende y que trabaja sus obras con unos materiales y perspectivas especiales. Abarca las obras trabajando distintos aromas, como él mismo decía, así como con el dibujo y los grabados, y la experimentación con materiales como el alabastro o el granito. La historia del arte contemporáneo del siglo XX sin una figura como la de Eduardo Chillida no tiene sentido. Sorprende cómo es capaz de expresar su manera de pensar y hacerlo buscando siempre el elemento que más le puede representar.
Para mí es un personaje con muchos prismas, muy completo, que hoy en día se echa de menos por esa forma tan manual, tan artesana con la que hacía las cosas.
Él dijo que el museo nacía con la idea de ser un espacio en el que convivieran sus obras. ¿Cómo casa ese objetivo inicial con este nuevo proyecto que iniciáis ahora?
La creación de este sitio es muy particular. Él no lo compró pensando en crear un museo. Es un proceso mucho más largo. De hecho trabajó con la Galeria Maeght durante muchos años y cuando termina esta relación, porque el dueño muere y los hijos deciden no seguir con el negocio, él se da cuenta de que necesita un espacio para sus obras.
Y con esta idea de tener un sitio pegado a su tierra es como descubre este caserío que va ampliando poco a poco, llegando a comprar hasta tres fincas. Después, esta idea evoluciona a “quiero este espacio para que la gente se pueda acercar a mis obras y sienta un poco de lo que yo he sentido haciéndolas”.
Así, desde el presente como lo más importante, va creando este espacio y, al final, decide que sea un museo y abrirlo al público. Creo que la magia y esencia de este sitio es que está hecho por él mismo, por el propio autor, y cómo, junto al arquitecto Joaquín Montero, crea esta obra de arte en sí misma.
Este museo tiene como objetivo ser el centro del universo de Eduardo Chillida, desde aquí y hacia el mundo. Y respetando este espacio y su visión, al tiempo que lo complementa con las necesidades que hay hoy en día teniendo en cuenta que su figura crece y va a seguir creciendo.
El ‘eje cantábrico’, -con el Centro Botín, el Museo Balenciaga, el Guggenheim o el Museo de Bellas Artes de Bilbao como principales estandartes-, se está convirtiendo en un referente artístico a nivel nacional e internacional, ¿qué aporta esta reapertura a este eje?
Tenemos una oportunidad. Somos el autor, quizás como Balenciaga pero con un concepto muy distinto, por el tipo de proyecto y por cómo ha nacido. Pero sí que es verdad que este nuevo eje cultural del norte no es sólo fruto de la coyuntura económica y social que se ha dado en Guipúzcoa en los últimos años. Renacemos en un momento clave, y gracias a la apuesta que se hizo en su momento se ha permitido que en veinte años se haya creado este ecosistema.
La obra de Chillida parte de obras figurativas y evoluciona a un estilo mucho más abstracto. ¿Cómo refleja el museo esta transición del artista y de la persona?
Ecos, la exposición inaugural, es una muestra de esta evolución del artista. Mezcla sus inicios, cuando comenzó a trabajar en París, con esa exposición de la Bienal que le hizo ganar el premio y su paso a la escultura pública. Sin embargo, no creo que el museo tenga una sóla exposición para explicarlo todo. Es imposible abarcarlo.
Uno de los trabajos que tenemos que hacer es contar siempre con una colección propia importante, ya que eso nos permitirá tener una base. Además contamos con excelentes piezas cedidas. Las próximas servirán para ir contando parte de su vida. Hacer un resumen de una vida tan plena y completa cuesta muchísimo. Lo iremos haciendo poco a poco.
El material y el espacio aporta al propio significado de la obra de Chillida, ¿ cómo lo hace este espacio y, al mismo tiempo, cómo reinventa su propio trabajo?
Él hablaba de crear espacios, no de crear obras. Igual que le pasaba con la obra pública, que era importante entenderla como un todo. Por desgracia murió muy poco después de abrirse este espacio, pero este museo tiene que servir para mostrar su obra. Lo que hemos hecho ha sido renovar el espacio de una manera muy técnica, -cambios en la iluminación o mejor aislamiento-, pero realmente es trabajo del comisario y de los equipos de exposición ver cómo entra en diálogo el espacio con las obras del propio artista o cómo se ubican en el exterior. Pero no hemos cambiado el espacio expositivo como tal, sino que hacemos uso de él a servicio del artista.
¿Cuáles son las novedades que definen esta reapertura y dónde se percibe esa continuidad respecto al proyecto anterior?
El trabajo que ha hecho Laplace con la familia ha sido muy importante para recoger la filosofía de una forma más directa, y trabajando muy de cerca con Luis e Ignacio, que son las personas más próximas al proyecto Chillida Leku. Una de las novedades ha sido apostar por recuperar parte del archivo. Después, con cambios menos evidentes a nivel de estructura. Pero, en definitiva, las novedades son más a nivel de experiencia del visitante, no tanto de obra.
4.600 visitantes la primera semana, 1.200 visitas el día inaugural… Con estas cifras, ¿qué balance hacen de este primer mes de funcionamiento?
No podemos estar más contentos y agradecidos de la cobertura y del apoyo que hemos tenido. No es habitual que todo sea positivo. Para las instituciones también ha sido una buena noticia cerrar una etapa y abrir otra nueva, y esto abre la oportunidad de volver a colaborar y emprender proyectos distintos. Estamos muy contentos y expectantes.
Usted cuenta con una extensa trayectoria ligada al arte y a la gestión cultural, ¿cómo cree que nutre todo este recorrido profesional al proyecto Chillida Leku?
Que cuenten contigo para sumar en un proyecto como éste es una de esas oportunidades que te pasan una vez en la vida. Mi trayectoria en la gestión cultural, tanto en el ámbito público como privado, es una buena combinación que creo que aporta. Tenemos que lograr ser sostenibles en el tiempo y ser cuidadosos con los recursos. Es un reto muy ilusionante y, al mismo tiempo, una gran responsabilidad.