Hijo de Teresa y de Juan, un matrimonio de campesinos tan humildes como generosos, a los 15 años ya tenía una larga experiencia acumulada en el vareo de olivos, la recogida de almendra y el desperfolle de panochas. Para entonces ya había cambiado de religión y pasado de buscar el paraíso en el cielo a buscarlo en la tierra. Se adentró en el Manifiesto comunista, leyó a Proudhon y Bakunin, los padres del pensamiento anarquista, se interesó por las propuestas de León Trotski, se armó de paciencia jobiana para leer hasta la última página del Libro Rojo de Mao y comenzó a militar en organizaciones de izquierda radical antes de finalizar el bachillerato, aunque la toma de conciencia de las atrocidades estalinistas le harían bajarse del caballo en su particular viaje al Damasco soviético y sus suburbios años más tarde.
Durante su época de estudiante fue camarero y repartidor de vino en Barcelona, vendimiador en Francia, recolector de fresas y cortador de madera en Suecia, ampliando su currículum como inmigrante ilegal de verano en otros países del norte de Europa, como Dinamarca y Alemania. En algún momento entre mayo del 68 y los estertores del franquismo quiso marcharse al exilio, pero, como otros jóvenes de su generación, acabó en el “inxilio”, tratando de ser realista y pidiendo lo imposible. A cambio, el azar le proporcionó el venturoso encuentro con Lola Santander, la compañera y amiga con la que lleva compartiendo la vida desde hace más de cuarenta años. Se licenció en Psicología por la Universidad de Granada en 1980 y su primer trabajo como recién licenciado fue de barrendero del Albaicín, experiencia que duró tres meses y que, según él mismo reconoce, probablemente le aportó más conocimiento práctico acerca de la condición humana que los cinco años de licenciatura. Poco tiempo después fue contratado como psicólogo en el departamento de selección de personal de Consurex, una consultora de recursos humanos que contaba además con una línea de actividad dedicada a la investigación de mercado, en la que pronto dejó patentes su imaginación y afán innovador.
En 1983 entró de la mano de un amigo que conocía sus habilidades comunicativas y artes creativas en Plataforma, la principal empresa de publicidad almeriense. Dos años después era ya su director creativo. En el ajetreado año de 1992, Domingo decidió iniciar una nueva aventura profesional y fundó, junto con parte del equipo de su anterior agencia, la empresa Estrategia Creativa, dedicada a la comunicación, el marketing y la publicidad. En 2007 tuvo las agallas suficientes para arrojarse del vientre de la ballena en el que sentía haber estado viviendo durante un cuarto de siglo entre la maraña de redes, plásticos y resto de basura vertida al mar por la sociedad contemporánea y engullida por el gigantesco aparato digestivo del cetáceo. Una vez liberado del monstruo y ganada la costa a nado, Domingo se lanzó a descubrir nuevos y más satisfactorios caminos existenciales.
Desde entonces ha investigado sobre la creatividad en la enseñanza, ha impartido másteres y cursos de formación sobre estrategias de comunicación para la Universidad de Granada, la Universidad de Almería y la AECID, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, un organismo orientado a la lucha contra la pobreza y al desarrollo humano sostenible. Y, sobre todo, ha intentado caminar por nuevos senderos en lo que fue siempre su vocación favorita: la fotografía. Para ello ha tenido que vagamundear por los cinco continentes, habiendo visto, conocido y fotografiado ciudades, paisajes y gentes de todo tipo y condición.
La experiencia fotográfica
Poco antes de cumplir los cincuenta, Domingo Leiva decidió que había llegado el momento de comerse el mundo por los ojos, que son la boca por la que se alimenta el corazón, y explorar nuevos caminos personales y profesionales. Ya había descubierto que los tres grandes enemigos del hombre no hay que buscarlos en el mundo, el demonio y la carne –el pesado fardo del catecismo astetiano con el que tuvimos que atravesar nuestra infancia y adolescencia–, sino en el afán desmesurado de poder, en el apetito desordenado y voraz de dinero y en la corrosiva tentación de la fama o ansia de figureo, que son los generadores primarios de la tiranía, la avaricia –con el inevitable acompañamiento de latrocino y explotación– y el ridículo respectivamente. Asimismo, había llegado a la convicción de que la actual propuesta político-económica de las sociedades desarrolladas, basada en la narcolepsia del consumo creciente y la narración televisiva requería una enmienda a la totalidad que fuera capaz de restituir lo colectivo y comunitario. Creyó que, a pesar de haber perdido el mapa, el hombre todavía es capaz de buscar y encontrar el tesoro del Otro. Le dijo adiós para siempre al marketing y la publicidad (en realidad, un prolongado paréntesis en su vida) y se propuso investigar acerca de la comunicación creativa y de nuevas formas de expresión de la fotografía.
A partir de ese momento, dejándose guiar por la brújula machadiana, ha andado muchos caminos y abierto muchas veredas, navegado por casi todos los mares y atracado en más de cien riberas. Siempre ligero de equipaje, siempre romero, pero con la atención despierta, en alerta permanente a las posibilidades de lo insospechado. Desde entonces, a todas partes donde ha llegado ha bebido el vino o el agua fresca que le ofrecían quienes piensan que en un sueño cabe toda la esperanza. Y, como todo buen peregrino, se ha convertido en un verdadero experto en el arte de compartir, en la ideología del hospedaje y en la difusión de esa manera de entender el mundo como un horizonte sin fronteras.
En este tiempo, mucho ha sido el camino hecho al andar. Su espacio en Flickr recibe miles de visitas diarias, ha sido uno de los pocos fotógrafos españoles seleccionados por Getty Images para su colección de Imágenes Creativas. Domingo Leiva es una de los grandes fotógrafos internacionales que mejor realizan la técnica del HDR (Alto Rango Dinámico), habiendo sido uno de los seis seleccionados como referencia de trabajo creativo en Complete Guide to High Dynamic Range Ditigal Photography (Ferrel McCollough).
La técnica HDR permite resaltar cada uno de los elementos que componen la fotografía, capturar cada detalle escénico, pero Domingo ha ido más lejos, y el “estilo Leiva”, alejado de la ortodoxia y en el que la HDR es solo uno de los pasos de un complejo proceso de elaboración artesanal, ocupa ya un lugar destacado en la fotografía española, siendo reconocido al primer golpe de vista por los espectadores.
Sus trabajos han sido en más de una ocasión portada de revistas tan prestigiosas como National Geographic o de suplementos o reportajes viajeros de periódicos, como El País, La Vanguardia, The Gardian, Daily Mirror, Daily telegraph, Boston Globe… Asimismo, sus fotografías han servido como ilustración a publicaciones, como Lonely Planet, colecciones de carteles, libros (Viaje al Levante almeriense), calendarios, etc., o como elementos decorativos de aeropuertos, edificios públicos y particulares.
El realismo imposible
Aunque ya había utilizado con anterioridad la instantánea como forma de expresión visual, es con el descubrimiento de la fotografía digital cuando Leiva ha encontrado un lenguaje verdaderamente personal. En los últimos años sus imágenes desarrollan un modo de ver el mundo y plasmarlo en la imagen fotográfica que él mismo denomina “realismo imposible”. Se trata de buscar el alma del paisaje desde los propios adentros, crear la atmósfera que deje campo libre a la ensoñación, a la ficción. Lo que aparece en sus imágenes estaba presente en el momento de la toma, pero el resultado final de su trabajo fotográfico no hubiera podido ser percibido por el ojo humano directamente de la naturaleza.
Trabaja con la mente de un pintor impresionista. Ni la cámara ni él mismo pueden ver la imagen buscada en el momento de la captura. Es necesaria una ráfaga de 30 a 50 disparos para recoger la esencia de lo que capta, los cuantos de información que después serán fundidos en una sola imagen mediante un personalísimo procesado digital, que acabará ofreciendo una dimensión antes inalcanzable para nuestra vista. Hay mucho de sorpresa, pero poco de azar en su manera de trabajar, pues casi todo está planificado de antemano: el estudio de la luz, la sombra y el espacio, la búsqueda de ese momento en el que el día ya no es y de ese otro instante en el que todavía no ha sido (esos tiempos que se corresponden con los espacios silenciosos del día), la previsión de esa imperfección técnica que otorgará a su fotografía la genialidad de toda obra maestra, la predicción del resultado final, es decir, el modo en el que lo observado y el observador se entrelazarán en la obra definitivamente acabada.
Es difícil, por no decir imposible, describir lo que su fotografía es capaz de expresar. Lo que sí es posible es recordarla en su singularidad: el misterio de la instantaneidad permanente. En cierto modo, lo que la fotografía del artista almeriense produce en el espectador es un deslumbramiento similar a la descarga del relámpago, un asombro que tiene mucho de la fascinante ilusión creada por el mago. Leiva sabe que un instante después de que haya sido, un suceso ya es otro; de ahí, la necesidad de hacerlo pertinaz en la memoria, privilegio solo al alcance de quien como él es capaz de poner la magia donde pone el ojo.
Trabaja con la mente de los buenos poetas: no sólo lo hace movido por la estética, sino como intérprete de los sueños en los que yace la realidad. Su fotografía no quiere decir, sino que dice, y lo hace rompiendo el corsé de los significados únicos para dar cabida a todos los ensueños y eternizar la esencia del paisaje en su estatismo momentáneo. Es un escritor que se vale de la luz y de la sombra, y escribe no solo de la realidad que ve, también de lo que siente, de lo que palpa, de lo que imagina, de lo que respira, de lo que oye y hasta de lo que saborea. Incluso, no pocas veces, su mirada se enfrenta al paisaje de las ausencias (“las cosas no son lo que en realidad son, sino lo que a nuestro espíritu dicen en el momento en que las vemos”, sentencia Azorín).
Para él un lugar no es sólo su presente, sino también ese “laberinto de tiempos y épocas diferentes que se entrecruzan en un paisaje y lo constituyen”. Por eso, entiende el paisaje en el sentido que lo interpreta Claudio Magris, como el rostro de una persona, que “nunca tiene solo la edad o el estado de ánimo de aquel momento, sino el conjunto de todas las edades y todos los estados de ánimo de su vida”. Paisaje que lleva implícito el paisanaje, adquiriendo así una nueva dimensión, sorprendente, insólita, seductora, con la que reflejar todo el misterio escondido tras la visión inmediata. Si en sus miradas urbanas muestra cómo el hombre va creciendo hacia arriba –también a lo ancho y a lo largo–, en los paisajes rurales nos muestra lo que hace crecer al hombre por dentro.
Un álbum fotográfico inabarcable
En los cursos de fotografía que imparte periódicamente, Domingo explica así a sus alumnos el arte de la fotografía: “Aún no hemos inventado una máquina capaz de descubrir la belleza. Esa frase, que encabezaba el anuncio de una nueva cámara de Nikon en los años 80 del pasado siglo, resume muy bien la esencia de la fotografía, sea cual sea el apellido (digital o químico) que se le quiera dar. Esta disciplina plástica trata de la habilidad para mirar la realidad y saber descubrir una obra de arte en cada uno de sus detalles. Y eso no se puede delegar en una máquina, por muy sofisticada que sea, pero sí que se puede aprender”.
Lo primero es definir el punto para hacer la fotografía; lo segundo, aprovechar los escasos minutos de duración de la hora azul, antes de desparramarse el alba, o después de que el crepúsculo haya agotado los sucesivos colores de su particular arco iris y se disponga a adentrarse en la noche; lo tercero, el disparo de la cámara. Luego vendrá el fusionado y la puesta en valor de toda la información recogida mediante el procesado digital, un trabajo verdaderamente artesanal para extraer una dimensión panorámica y textural inalcanzable para nuestra retina.
En realidad, lo que trata de inculcar a sus discípulos es el consejo de Juan de Mairena: “Hay que tener los ojos muy abiertos para ver las cosas como son; aún más abiertos para verlas otras de lo que son; más abiertos todavía para verlas mejores de lo que son”. Este es su modo de hacer que todo nos parezca habitual y familiar y que, al mismo tiempo, tengamos la sensación de que lo vemos así por primera vez.
Leiva dice haber aprendido del maestro Carlos Pérez Siquier su amor por la fotografía y el aprecio por su expresión artística. Prefiere Latinoamérica o África para la fotografía social y las ciudades europeas para la fotografía urbana, pero también sus últimos trabajos sobre Vietnam, Nueva Zelanda o la propia Almería son magníficos ejemplos de su interés por la naturaleza inclusiva de paisaje y paisanaje. Si la buena fotografía es aquella que refleja un punto de vista no capturado antes por ningún otro fotógrafo, entonces el inabarcable álbum de Domingo Leiva es una muestra inigualable de ella, como puede comprobarse en el blog www.dleiva.com, donde se explica con detalle su manera de trabajar y se expone una amplia galería de sus imágenes.
El Cuestionario Mairena
Mientras sus paisanos pasean por la Puerta de Purchena, en pleno corazón de la capital almeriense, y recorren al aire libre su exposición de fotografías acerca de los 25 años de la Universidad de Almería (UAL), una muestra concebida como un espacio singular de convivencia y trabajo, le proponemos a Domingo Leiva responder a una serie de preguntas, tomando como referencia la poesía de Antonio Machado y las “sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo”. El Cuestionario Mairena, que, con su habitual buena sombra, Leiva acepta de manera gustosa y contesta rápidamente desde los adentros, nos permite acercarnos de una manera distinta a la persona y al artista.
- ¿Con qué completarías la frase: “Mi infancia son recuerdos de…”?
Recuerdos grises de un pequeño pueblo de Almería cuyo pasado rojo nunca llegué a conocer en aquella España negra de “cerrado y sacristía” y curas armados con fuegos eternos, que atemorizaban a los niños y amenazaban a los pecadores que se saliesen del redil de los infinitos diez mandamientos con el “abrasaero” del infierno. Para mí, los recuerdos a todo color no llegaron hasta el día en que descubrí, ya casi con catorce años, que Dios no existía, al menos en su punitiva versión judeocristiana.
- ¿Hay en tu historia cosas que recordar no quieres?
Demasiadas. Yo estudié psicología pensando que me permitiría ayudar a la gente. Durante 25 años la utilicé, entre otras disciplinas, para ayudar a los responsables de las marcas publicitarias y a los políticos a convencer a la gente de lo que debían pensar, que casi nunca era lo que les iba hacer más felices.
- En este momento, ¿vives en paz con los hombres y en guerra con tus entrañas o al contrario?
Desde hace más de una década procuro estar en las “guerras” que me hacen estar en paz con mis entrañas. Un lujo vital que disfruto cada minuto de mi vida actual.
- Tú eres un auténtico caminante. Verdaderamente, ¿se hace el camino al andar?
Me gusta estudiar el mapa antes de iniciar la ruta. Hay muchos caminos abiertos por magníficos caminantes que nos precedieron. Procuro conocerlos. Familiarizándome con sus experiencias, tengo más posibilidades de que, al volver la vista atrás, el camino que vea sea mucho más rico. Si algo me enseñaron mis años como publicista, es que Thomas Edison tenía toda la razón cuando dijo que la creatividad está compuesta por un 1% de inspiración y un 99% de transpiración.
- En tu larga experiencia como viajero, ¿consideras que vale más el camino o la posada?
Sin duda, el camino. Soy incapaz de quedarme en la posada demasiado tiempo. Tomar el camino fácil u optar por el reposo nunca han sido alternativas que contemple en nada de lo que hago.
- En tus caminatas y viajes, ¿sueles conversar con el hombre que siempre va contigo?
A menudo me reencuentro con el hombre que conocí en mi adolescencia y en los primeros años de mi edad adulta. El hombre con el que hablo cuando voy de viaje no siempre ha ido conmigo.
- ¿Es lo tuyo hacer caminos sobre la mar?
Creo que, desde que me conozco, no he podido hacer otra cosa. Esa metáfora del pensamiento divergente, tan machadiana, define bastante bien el tipo de caminos que siempre me he visto abocado a hacer.
- ¿Has sentido alguna vez tu corazón helado por alguna de las Españas?
Me sentí orgulloso de mis paisanos durante todo el periodo del 15-M. Pero he de confesar que la mayor parte del tiempo me siento avergonzado de los que nos gobiernan y de los que hacen posible esa vergüenza con su voto.
- ¿Hemos aprendido ya a separar las voces de los ecos o hay más ruido que nunca?
Joseph Goebbels se ha convertido en el gran referente de la comunicación, sobre todo política, de este momento del siglo XXI. Su máxima: “Una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”, se ha convertido en regla de oro. Sobre todo, porque los que nos gobiernan tienen pocas verdades digeribles que vender.
- ¿Se miente más que se engaña o se engaña más que se miente?
Se engaña mucho y se miente muchísimo. La mentira es muy rentable para algunos. Además, hay demasiadas verdades que no estamos dispuestos a escuchar.
- ¿La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero, o también la verdad se inventa?
Se han inventado la “posverdad”, que es una manera amable de describir la verdad a medida de los que tienen en sus manos los medios para contarnos el relato del mundo en que vivimos. Los hechos, sean los que sean, tienen interpretaciones interesadas. La verdad nunca es pura e inocente.
- ¿Es el mejor de los buenos quien sabe que en esta vida todo es cuestión de medida: un poco más, algo menos…?
Yo siempre he sido desmesurado. Pero, ciertamente, nunca me he considerado “el mejor de los buenos”.
- La moneda del alma, ¿se pierde si no se da?
Ser generoso en sentimientos nos ayuda a sentirnos vivos. Desgraciadamente, la cultura occidental actual está basada en una suerte de “tacañería afectiva” que nos está llevando a una cierta muerte interior.
- ¿Es el maestro quien hace al niño o el niño al maestro?
Volviendo al terreno de la creatividad, me abono a la frase de Picasso: “Todos los niños nacen artistas. El problema es cómo seguir siendo artista al crecer”. En ese “asesinato” de la creatividad hay mucha implicación de los maestros. Ojalá que los niños nos pudieran enseñar como volver a ser geniales.
- ¿El artista es el que transforma en arte lo que no es arte o el que imita a la naturaleza, es decir, el artista es la abeja que transforma en miel el néctar de las flores o el que trata de suplantar al propio nectario?
Creo que no hay un correlato del arte en ninguna actividad que no sea humana. En mi opinión, algo tan aparentemente estéril –y sin papel conocido en la jungla evolutiva– como la expresión artística es lo que hace que nuestra especie sea una anomalía inexplicable en el universo conocido.
- ¿El hacer las cosas bien importa más que el hacerlas?
De mi época maoísta conservo el recuerdo de un proverbio chino que decía “solo el que no hace nada no se equivoca”. No estoy seguro de que sea mejor equivocarse que no hacer nada. Pero yo tengo una especie de instinto que me impulsa a buscar la equivocación.
- Todo necio confunde valor y precio. ¿Hay mucho necio en el mundo del arte?
La respuesta se obtiene fácilmente visitando ARCOmadrid una vez al año.
- Se dice que la fotografía es el arte que ofrece más posibilidades expresivas. ¿Crees que se puede llegar a retratar un paisaje como este: “Álamos del amor que ayer tuvisteis /de ruiseñores vuestras ramas llenas; /álamos que seréis mañana liras /del viento perfumado en primavera; /álamos del amor cerca del agua/ que corre y pasa y sueña /álamos de los márgenes del Duero, /conmigo vais, mi corazón os lleva”?
Creo que la poesía, la música y la fotografía son caminos muy distintos para llegar al alma. Caminos que raramente se cruzan y, si lo hacen, no es para competir, sino para complementarse. La poesía no muestra lo que los ojos ven en un paisaje, sino lo que el poeta siente ante su presencia. La fotografía es otra forma de mirar la escena que también pretende despertar emociones (cuando no es prosaica), pero su lenguaje y sus ritmos están escritos con luz.
- “El ojo que ves no es/ ojo porque tú lo veas;/ es ojo porque te ve”. ¿Se puede aplicar también a la fotografía?
La fotografía es el arte de saber mirar. El fotógrafo, entendido como artista, no es una persona con una cámara, sino una persona con un ojo capaz de descubrir la belleza.
- En fotografía, ¿el pasado y el porvenir han pasado ya o el hoy es siempre todavía?
Hay una gran polémica con los que reivindican la vigencia del pasado como guía para el presente en la fotografía. De hecho, los defensores de la “pureza” fotográfica siguen siendo los que rigen los estamentos oficiales en muchas instituciones relacionadas con el arte y la cultura. Por eso, quizás a muchos no nos importa que nos quieran mandar a otro mundo, que muchos llaman “postfotografía”, “arte digital” o de otras varias formas. Para mí, la fotografía, tal como la entendimos en el siglo XX, ciertamente ha pasado; lo que hacemos ahora es el comienzo de algo que promete ser muy distinto.
- ¿Con qué sustantivo, adjetivo y verbo identificarías tu fotografía?
Pasión, panorámica y viajar.
- ¿Dónde hay más “realismo imposible”: en El Bosco o en Picasso?
Mi forma de ver la realidad debe mucho a la pintura renacentista. No creo que Picasso tuviese ninguna vocación realista y El Bosco, la tenía más bien surrealista.
- Y ¿en el marxismo marxiano o en el marxismo grouchiano?
La utopía comunista tiene mucho de “realismo imposible”. Aunque yo sigo pensando, con Eduardo Galeano, que la utopía nos sirve para caminar.
- Por último, ¿en qué medida compartes el epitafio del gaditano: “ná de ná”?
La vida eterna es una mercancía muy vendible, y rentable para quien la vende. El problema es que, como decía al principio, en mi niñez, siempre estuvo asociada con la posibilidad del “fuego eterno”, cuya eventualidad me aterraba. Por eso, cuando empecé a contemplar racionalmente que más allá, “ná de ná”, me pareció que no era tan mala alternativa. En cualquier caso, como decía un viejo sabio de mi pueblo, “no se estará tan mal cuando nadie se ha vuelto de allí”.