Avanzamos, el sol comienza a calentar. Poco a poco, el vacío blanco desaparece ante nosotros mostrándonos por primera vez la imagen del embalse. Continuamos nuestro viaje estimulados por la curiosidad de explorar un nuevo rincón de la naturaleza. No hay más ruido que el golpe acompasado y el borboteo de las palas, rítmicos como latidos.
En este estado de paz y tranquilidad pienso en aquellas palabras de Ray Bradbury en Fahrenheit 451: «…el río era tranquilo y pausado, mientras se alejaba de la gente que comía sombras para desayunar, humo para almorzar y vapores para cenar. El río era muy real, le sostenía cómodamente este mes, este año y todo un transcurso de ellos».