Koplowitz hizo una narración personal de su interés por las Bellas Artes, desde el primer impacto que le produjo la contemplación de Las meninas y sus primeras adquisiciones en subastas, hasta la reunión de una gran colección. El marco temporal preferente de esta colección pone especial acento en los siglos XVIII y XX, “porque allí se concentraron trágicos eventos históricos que abrieron al arte muchos modos nuevos de expresión”.
No obstante, a pesar de esos ejes reconocibles, la académica identificó en el eclecticismo una de las características singulares de su colección: “No hay pasos previamente determinados ni directrices. Hay libertad en la elección y la confianza de que toda pieza irá encontrando su sitio. No el cronológico, que le viene dado, sino un lugar que fluye a medida que llegan otras obras, formando un sistema abierto y, me gusta pensar, que en continuo diálogo con la mirada de cada espectador”.
Alicia Koplowitz asumió que “los coleccionistas establecemos con las obras un cruce de caminos. En mi caso recuerdo con precisión el momento en el que cada una ha llegado a mi vida y todas, sin excepción, me llevan a alguna memoria personal”.
Arte y memoria
El elemento de la memoria en la experiencia del coleccionista fue desarrollado por Carmen Giménez en su contestación al discurso de la nueva académica: “El arte desencadena emociones (a veces incluso conmociones) y éstas pueden despertar en nosotros formas libres de memoria. Existe un importante vínculo, un tejido común, entre el arte de coleccionar y el devenir de la memoria”.
En su intervención, Giménez puso en contexto la colección de Koplowitz con el surgimiento, en la década de 1980, durante la fase germinal de la recién nacida democracia, de una nueva generación de coleccionistas privados que crearon un ambiente muy estimulante en paralelo a las iniciativas institucionales relacionadas con el arte y la cultura.
Reconociendo la particular “senda del arte” que Alicia Koplowitz ha trazado a través de su sensibilidad y de su gusto personal, identificó también un plan subyacente en la conformación de su colección, “la búsqueda de una cierta idea sobre el arte y la belleza, que de forma consciente se afinca en el periodo de la Ilustración y, por tanto, en el momento clave de la revisión del pasado como patrón estético moderno”.
Pero, continuó Carmen Giménez, “lo sorprendente e incluso audaz en el caso de la colección es que, partiendo de este fundamento firme en el canon clásico, no se haya detenido allí y, muy al contrario, tras los restos del naufragio del clasicismo, haya seguido buscando las formas de modernización de la belleza en nuestra contemporaneidad, rebuscando sin convencionalismo entre las vanguardias de los siglos XIX y XX, atenta tanto a los cambios de orden social como artístico”.
De este modo sintetizó Carmen Giménez las que considera otras características esenciales de la coleccionista: “Me complace pensar en la colección de Alicia como un recorrido por las sensaciones y recuerdos en los que habita. Y, asimismo, no puedo dejar de pensar también en la forma mediante la que su colección contribuye a dignificar y poner en valor la figura de la mujer sobre el oscurantismo en que se han visto confinadas tantas de ellas a lo largo de la historia”.