Esta nueva ubicación y discurso expositivo permite redescubrir la colección de una forma más coherente y global, con un recorrido cronológico que va desde la pintura holandesa del XVII y el vedutismo veneciano del XVIII hasta el arte del siglo XX. Una nueva disposición que fluye de una forma más armónica a través de las salas y que permite además destacar sus principales hitos, tanto en cuanto a los movimientos artísticos mejor representados como a las piezas más importantes.
La colección Carmen Thyssen nació como una continuación natural de la colección histórica familiar. Fue en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza donde se presentó por primera vez, en 1996, precisamente en las mismas salas de la planta baja del Palacio de Villahermosa donde se ha realizado la nueva instalación. A esta exposición, que llevó por título De Canaletto a Kandinsky. Obras maestras de la colección Carmen Thyssen-Bornemisza, le siguieron múltiples presentaciones por todo el mundo, de China a Estados Unidos pasando por Japón, México, Suiza, Bélgica o Alemania, sin olvidar varias ciudades españolas, hasta su instalación en el edificio de la ampliación del museo madrileño en 2004.
El núcleo de la colección procedía de la herencia familiar, con obras no incluidas en el conjunto adquirido por el Estado español, entre las que cabe destacar importantes cuadros de pintura antigua (como El Jardín del Edén de Jan Brueghel I o Retrato de una dama joven de Fragonard), las cuatro esculturas de Rodin encargadas por August Thyssen, abuelo del barón, al propio escultor y origen de la colección familiar y, sobre todo, un número importante de obras impresionistas, postimpresionistas, expresionistas y de pintura norteamericana de los siglos XIX y XX.
Este conjunto se fue ampliando con nuevas compras de los barones desde el año 1993 y, más tarde, de Carmen Thyssen ya en solitario. Las adquisiciones realizadas por la baronesa estaban dirigidas a reforzar los núcleos esenciales de la colección y subrayar sus líneas de continuidad, al tiempo que mostraban su gusto personal, principalmente, su atracción por el género del paisaje o por las escuelas como el impresionismo, el postimpresionismo o el expresionismo alemán en las que la experiencia cromática alcanza sus cotas más altas.
Carmen Thyssen amplió significativamente la presencia de obras situadas en el arco que se extiende entre el paisajismo naturalista de mediados del XIX y las diversas corrientes de principios del XX; en particular, los movimientos que enlazan el impresionismo con el fauvismo y el expresionismo. Es ahí donde la colección alcanza una mayor intensidad, con cuadros que ilustran momentos esenciales de la evolución de figuras tan destacadas como Corot, Van Gogh, Gauguin, Matisse, Picasso, Kirchner, Delaunay…, pero también de artistas menos conocidos, como Michel, Lhermitte, Mauve, Bernard o Manguin, entre otros muchos; pintores que, aun
siendo figuras secundarias de la historia del arte, son de especial relevancia para comprender los lazos históricos entre determinadas tendencias o establecer vínculos con piezas destacadas de la colección. Una característica fundamental de la Colección Carmen Thyssen que, con esta nueva instalación, se revela de forma especial.
El discurso expositivo sigue el mismo criterio cronológico que marca el recorrido de la colección permanente y empieza por una sala dedicada a pintura antigua, principalmente de paisaje, con la escuela holandesa del siglo XVIII y el vedutismo italiano del XVIII como principales protagonistas. Obras de Ruisdael, Van der Neer o Van Goyen comparten espacio con piezas destacadas de Canaletto, Guardi y Vanvitelli, completando el conjunto algunos ejemplos del rococó francés, con Quillard y Fragonard, entre otros.
A continuación, el recorrido se adentra en el paisajismo naturalista del siglo XIX con dos espacios diferenciados para presentar, por un lado, la obra de pintores europeos, y por otro, la escuela norteamericana. Entre los primeros destacan dos piezas clave: La Soledad de Corot, que se presenta rodeada de otros pintores de la Escuela de Barbizon como Robinson o Daubigny, y Molino de agua en Gennep, de la etapa holandesa de Vincent van Gogh, que cuelga junto a obras de Mauve, Israëls y Lhermitte, artistas fundamentales para entender el Van Gogh de ese período.
De la escuela norteamericana cabe destacar los lienzos de Albert Bierstadt o Martin Johnson Heade que, junto a los del resto de artistas representados, ofrecen una visión muy completa del paisajismo estadounidense del XIX.
La siguiente sala muestra las grandes obras impresionistas de la colección, igualmente, con dos secciones dedicadas al impresionismo francés y al norteamericano. En la primera, se reúnen magníficos óleos de Pissarro (Campo de coles, Pontoise y Camino de Versalles, Louveciennes, sol de invierno y nieve), Sisley (La inundación de Port-Marly y Una tarde en Moret, final de octubre), Monet (Marea baja en Varengeville, La cabaña en Trouville, marea baja y La casa entre las flores) o Renoir (Campo de trigo); y entre los impresionistas norteamericanos destaca la obra de Childe Hassam (La Quinta Avenida en Washington Square), Merrit Chase (En el parque), Frieseke (Malvarrosas) o Twachtman (Paisaje nevado), entre otros.
Con un total de ocho pinturas, un dibujo y una escultura, Paul Gauguin es el protagonista principal del siguiente espacio, en el que se dedica un lugar central a una de las joyas de la colección: Mata Mua. Junto al resto de sus obras, entre las que cabe destacar también Idas y venidas, Martinica, otra pieza clave en la trayectoria artística del pintor, se exponen las de algunos representantes de la escuela de Pont-Aven y de los nabis, como Émile Bernard, Paul Sérusier, Maurice Denis o Édouard Vuillard.
El siguiente espacio está dedicado al neoimpresionismo, con cuadros de Paul Signac, Maximilian Luce, Henri-Edmond Cross o Théo Van Rysselberghe, y se incluyen ejemplos de otros artistas que muestran la influencia de este movimiento en algún momento de su trayectoria; se aprecia en Vista desde la casa del hermano de la artista, Bonn de Gabriele Münter, La Ludwigskirche en Múnich de Wassily Kandisnky o Naturaleza muerta con papagayo de Robert Delaunay.
A continuación, el recorrido se adentra en las primeras vanguardias europeas, principalmente en el fauvismo y el expresionismo. De los primeros se reúne un importante conjunto de obras que ilustran perfectamente la evolución del movimiento entre 1905 y 1907, con lienzos de sus principales representantes –Derain, Vlaminck, Matisse, Manguin o Dufy–, pero también de la etapa fauve de pintores como George Braque (Marina, L’Estaque) o Edvard Munch (Gansos en el huerto).
Y del expresionismo alemán, uno de los capítulos más nutridos y que mejor evidencia la herencia del gusto artístico del Barón en la colección Carmen Thyssen, se presentan piezas destacadas de Kirchner (Paisaje con Castaño), Pechstein (Feria de caballos), Heckel (Casa en Dangast) o Nolde (Tarde de verano y Puente en la Marisma), a las que acompañan algunos ejemplos de otras vanguardias europeas, como Portuguesa (la gran portuguesa) de Delaunay, Los segadores de Picasso o Pesca de Natalia Goncharova.
Este paseo por el arte del siglo XX continúa en las salas siguientes con obras de Joan Miró (Pintura), Juan Gris (Mujer sentada), Paul Delvaux (El viaducto), Frantiseck Kupka (Acompañamiento sincopado), Max Beckmann (Despedida) o Victor Vasarely (Feny), entre los artistas europeos, y de Charles Bell (Thunder Smash) o Richard Estes (Nedick’s y People’s Flowers), entre los norteamericanos.
En agosto de 2021 se abrió la reinstalación de las salas de la colección permanente en las plantas 1 y 2, abarcando tanto el espacio del Palacio de Villahermosa como el ala de la ampliación realizada en 2004. La planta 2 ofrece un recorrido por la colección de pintura antigua, desde el siglo XIII hasta Goya, y la planta 1 lo hace a través de la colección de pintura moderna, abarcando los siglos XIX y XX. Algunas obras de la colección Carmen Thyssen no incluidas en las nuevas salas se encuentran en el renovado recorrido de la colección permanente.
Sobre el Museo
“La cesión definitiva de la colección familiar al Estado español fue, probablemente, uno de los hechos que me animaron a consolidar mi propia colección. La convivencia con mi marido a lo largo de todos estos años ha contribuido a contagiarme aún más la pasión por la pintura, he estado a su lado a la hora de decidir la adquisición de muchos cuadros que ahora están instalados en el Museo de Madrid. (…) fue a partir de 1993 cuando me decidí a asumir el reto de continuar personalmente la actividad que más notoriedad ha dado al nombre Thyssen-Bornemisza a lo largo de este siglo”.
(Carmen Thyssen-Bornemisza)
El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza es la institución pública que alberga casi 900 obras de arte reunidas a lo largo de siete décadas por la familia Thyssen-Bornemisza. Para el cumplimiento de su función artística y cultural, está gestionado por la Fundación Colección Thyssen-Bornemisza, fundación pública sin ánimo de lucro cuyo fin es la conservación, estudio, pública exposición y difusión de la colección.
El Estado español adquirió en 1993 la propiedad de la colección de Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza, a las que se sumaron desde 2004, en préstamo, las pertenecientes a la colección de Carmen Thyssen-Bornemisza.
El acuerdo
El arrendamiento tendrá una duración de quince años a contar desde el día de su firma. Así, se pone fin al contrato de cesión de la colección suscrito el 15 de febrero de 2002 y sus sucesivas prórrogas. En este periodo, la Fundación tiene derecho de adquisición preferente, válido durante la duración del contrato, con relación a cualquier oferta recibida que los arrendadores consideren satisfactoria. Podrá ceder al Estado español los derechos de primera oferta y el derecho de adquisición preferente.
Entre las cláusulas, se contempla que los arrendadores podrán, en cualquier momento durante el periodo de vigencia, disponer libremente, incluido para su venta a terceros, de tres obras de la colección, a excepción de la obra de Paul Gauguin Mata Mua.
También se establece la cesión en exclusiva a la Fundación de todos los derechos de propiedad intelectual e industrial que ostente sobre la imagen de la colección en su conjunto, así como sobre cada una de las obras, incluyendo los derechos de copia, reproducción fotográfica y editorial, para su explotación comercial por cualquier medio en cualquier soporte (incluido merchandising y digitalización).
El contrato compromete expresamente al arrendatario a mantener expuesto al público el mayor número de obras de la colección que le sea posible atendiendo a la capacidad de las salas. Asimismo, la Fundación procurará integrar obras de la colección en los programas de exposiciones temporales que organice fuera de las instalaciones. Así, tiene la facultad de realizar préstamos temporales de obras pertenecientes a la colección, debiendo hacerlo en las mismas condiciones, siguiendo los mismos criterios y utilizando los mismos términos contractuales que emplea con la colección permanente. Para ello realizará la catalogación de las obras y el mantenimiento de la documentación científica de las mismas, de forma que pueda estar en disposición de facilitar a las instituciones receptoras de los préstamos temporales las fichas técnicas correspondientes.
Respecto a la exposición, conservación y restauración, el contrato especifica que la Fundación expondrá, conservará y restaurará las obras de acuerdo con los criterios y siguiendo los procedimientos establecidos por su Patronato para la colección permanente. En las cartelas de todas las obras, mientras estén expuestas, ya sea en el museo o fuera del mismo, se hará constar la expresión “Colección Carmen Thyssen”.