El momento es descrito con detalle por Anna en sus memorias: “Paramos en Basilea para visitar el museo, donde se exhibía un cuadro del que mi marido había oído hablar. Se trataba de un cuadro de Holbein, representado a Cristo tras el inhumano martirio, ya liberado de la cruz y en estado de descomposición. La vista de aquel rostro tumefacto, lleno de heridas sangrientas, era terrible”.

Cristo muerto, sin duda la más poderosa y original de las obras religiosas del pintor de Augsburgo, fue realizada entre 1521 y 1522, cuando éste contaba poco más de veinte años. 

Se trata de un lienzo alargado de dos metros de largo y sólo treinta centímetros de ancho en el que se representa a Cristo yaciente. Nunca se había representado la escena con un realismo tan desgarrador. Parece que para lograr tal crudeza el artista se sirvió como modelo de un cadáver  sacado del Rhin.

Estupor

Volvamos a Dostoyevski. Está plantado delante de la obra. Como textualmente describe su esposa; ha enmudecido: “El cuadro hizo una gran impresión a Fiódor Mijáilovich y lo dejó abatido, mientras yo, al no poder resistir por más tiempo, debido a mi debilidad, pasé a otra sala. Cuando regresé, después de unos veinte minutos, le hallé aún delante del cuadro, como si estuviese encadenado. En su cara llena de temor leí la misma expresión que había notado más de una vez cuando se acercaba una crisis epiléptica. Entonces lo tomé delicadamente por el brazo, le alejé de la sala y le hice sentar en una banqueta, esperando de un momento a otro la crisis que por fortuna no vino. Fiódor se calmó un poco; pero al salir del museo, insistió en volver a ver una vez más el cuadro. Volvimos”.

El Cristo de Holbein, con una imponente fuerza trágica y una expresividad arrebatadora, dista mucho de las clásicas imágenes renacentistas de la Pasión, que muestran un rostro sereno. Muy al contrario, el lienzo refleja con un realismo extremo el espantoso sufrimiento experimentado por el yaciente, con los ojos semiabiertos y hundidos y los labios hinchados.

El cuerpo, desnudo, deja ver las heridas abiertas y al cabo del brazo, extendido a lo largo del lienzo, la mano está rígida y tiene ya el color verdoso de la carne que empieza a descomponerse en torno al terrible orificio irregular dejado por el clavo que la sujetaba a la cruz.

En aquel momento, la visión sumió en el estupor a Dostoyevski. Hoy sabemos que influyó de manera decisiva en su obra y de manera muy especial en El idiota, la novela que iniciaría en septiembre de 1867 en Ginebra y que no concluiría hasta los primeros meses de 1869 en Florencia.

Literatura y arte

Este libro, una de las grandes novelas del autor ruso, deja un claro reguero autobiográfico. El príncipe Liov Nicolayevich Mischkin, protagonista del relato, es en buena medida una proyección de su persona, tiene su misma enfermedad, la epilepsia, y es, como él, un ser humano bondadoso, tierno y soñador, pero acosado por fantasmas y realidades que le atormentan.

Por boca del príncipe Mischkin, Dostoyevski relata a lo largo de su novela: “Pero ésta… esta es una copia de Hans Holbein –dijo el príncipe, que había tenido tiempo de examinar el cuadro–, y aunque no soy un gran experto, me parece que es una copia excelente. Este cuadro lo he visto en el extranjero y no puedo olvidarlo. ¡Este cuadro! prorrumpió de pronto el príncipe bajo el influjo de un súbito pensamiento. ¡Este cuadro! ¡más de uno, al contemplarlo, puede perder la fe!”.   

Fue su forma de reconocer el shock que le provocó la visión de la obra de Holbein. Su forma de asumir el  derrumbamiento que le produjo. El  modo de defender la idea que sostuvo a lo largo de toda su vida: arte y literatura se retroalimentan. “La literatura también se inspira en el arte; el arte crece al calor de los grandes relatos”. Porque, en definitiva, también para Fiódor Mijáilovich Dostoyevski la historia demuestra palmariamente que arte y literatura se retroalimentan.