Chagall. Un grito de Libertad (Fundación MAPFRE hasta el 5 de mayo) nos presenta al artista ruso como un judío errante, cronista de su tiempo, que se sirve del pincel y los personajes fantásticos para retratar una historia marcada por dos guerras mundiales, el pujante y brutal antisemitismo y varios exilios. Serenidad, armonía y esperanza son casi constantes en este recorrido a pesar de la crudeza de la época que le tocó vivir.
La Primera Guerra Mundial le sorprende a Chagall en Rusia, adonde acaba de llegar tras haber inaugurado una importante exposición en Berlín. Su intención era la de permanecer poco tiempo en su país, sin embargo, los acontecimientos le obligan a quedarse hasta el final del conflicto. Influido por la brutalidad del conflicto, realiza una serie de dibujos a tinta china en los que con un carácter documental y casi como si fueran viñetas recoge el dramatismo del momento.
De esta época son también obras como El vendedor de periódicos, donde nos presenta a un hombre mayor, cansado y de mirada resignada. De su cuello penden los diarios, cuyas noticias se diría le oprimen el pecho, dejándole apenas respirar. El cielo rojo del fondo se cierne sobre él y contrasta con el gris que domina el resto de la escena, cotidiana e histórica al mismo tiempo.
En 1915, Chagall contrae matrimonio con Bella Rosenfeld, enlace que inmortaliza dos años más tarde en su obra Doble retrato con jarra. En ella, el pintor se presenta a hombros de su esposa, sobre la que se alza con una copa de vino en actitud de celebración. Coronados por una especie de ángel morado y con Vítebsk al fondo, la escena transmite una alegría que, sin embargo, queda ensombrecida por la guerra.
En sus memorias, Chagall explicaba así las emociones del día de su boda: “Tenía ganas de huir con ella al campo, de besarla y de romper a reír… (…) Pero la guerra se cernía amenazante sobre mí. Y Europa se cerró a mis ojos”. Bella le acompañaría hasta 1944 cuando, durante su exilio en Estados Unidos, muere de forma temprana. Fue el único momento en el que Chagall dejó de pintar.
De 1917 es también La casa gris, donde el artista nos invita a viajar hasta su pueblo natal en esa especie de ensoñación que caracteriza casi toda su obra. No falta aquí uno de sus trabajos más conocidos, El violinista verde (1923 – 1924), elegida de hecho para el cartel anunciador de la muestra. En ella se nos presenta al músico como ese personaje bohemio y solitario que provisto de un solo objeto, el violín, sube al tejado para poder tocar sin molestar o quizás sin ser molestado. Al fondo, de nuevo, su pueblo, sobrevolado por uno de esos seres característicos del imaginario de Chagall.
En 1922 abandona Rusia junto a Bella y su hija Ida. Inicialmente se instalan en Berlín, aunque pronto cambiarán la ciudad alemana por la capital francesa. En 1933, unos meses después del ascenso de Hitler al poder, el partido nacionalsocialista quema una de las obras de Chagall, El rabino. No será la única vez que le señalen y signifiquen.
La amenaza al pueblo judío, de la que el artista viene dando testimonio hace tiempo, empieza a ser cada vez más real y el ascenso del antisemitismo se cierne sobre él y su familia. Sus obras, con marcadas connotaciones políticas, reflejan esa amenaza e introduce elementos para crear confusión, jugar al despiste y evitar ser perseguido. Es el caso de Soledad, que se exhibió en París en 1940 bajo el título La vaca para no dar lugar a represalias. En ella se muestra a un rabino ausente y preocupado sosteniendo los rollos de la Torá.
Aunque Chagall se resiste a abandonar Francia, el curso de los acontecimientos le obligan a exiliarse en Estados Unidos. Llega a Nueva York en 1941 y allí coincide con otros artistas exiliados. Durante este período, sus obras muestran las atrocidades cometidas contra el pueblo judío. Sus crucifixiones y obras como el tríptico Resistencia, Resurrección y Liberación pertenecen a esta etapa.
Regreso
Volverá a Europa tres años después de acabar la Segunda Guerra Mundial y lo hará de nuevo a Francia, donde permanecerá hasta su muerte. En este tiempo realiza una serie de proyectos cuyo nexo común es la paz. Se muestran aquí algunos de ellos como el que realizó para las vidrieras del Hospital de Hadassah de Jerusalén (1962) y las de la sede de Naciones Unidas en Nueva York (1963-1964).
La muestra es una oportunidad para conocer hechos trascendentales de la historia contemporánea a través del que es considerado uno de los grandes artistas del siglo XX. Dotado de una imaginación desbordante, Chagall es capaz de hacernos soñar pero también de sentir el horror cercano, lo que nos lleva una vez más a reflexionar sobre nuestro presente.