En contra de lo que se pensaba hasta ahora, la tela que cuelga en las paredes del Musée d’Orsay de París podría ser solo una parte de una obra mayor que sí mostraría el rostro de la modelo que posó para Courbet.
Al menos esa es la teoría de la que se hace eco una información publicada por el semanario Paris-Match [1], según la cual un aficionado habría comprado en 2010 en un mercadillo de la capital gala el retrato -una tela de 41 x 33 centímetros por la que pagó 1.400 euros- que completaría la obra del que acaso sea el sexo femenino más crudamente pintado en la historia del arte.
Dos años de investigación
Tras dos años de investigación, Jean-Jacques Fernier, experto en Courbet que lleva años realizando el Catálogo Razonado del artista francés, ha concluido que la obra aparecida completaría una obra mayor. En su momento, afirma, el pintor decidió recortar el cuadro y eliminar la cara de la modelo.
Los cortes en el borde de la tela anónima pusieron en la pista al investigador de la posibilidad que ahora parece haberse constatado. «La prueba del Carbono 14 y métodos muy sofisticados de espectrometría infrarroja, cromatografía, además del estudio de los pigmentos utilizados, la tela de lino integrada por 14-15 hilos por centímetro cuadrado, la distancia entre las cerdas del pincel… todo corresponde punto por punto a la obra original y confirma nuestro hallazgo», ha afirmado Fernier, que ha contado durante estos dos años de estudio con la colaboración del Centro de Análisis e Investigación en Arte y Arqueología de París.
¿Quién era?
Según Fernier, el rostro que pone cara al cuerpo corresponde al de la irlandesa Joanna Hifferman, compañera sentimental del pintor estadounidense James McNeill Whistler, establecido por entonces en Francia. Según la tesis ahora presentada, esta mujer posó para Courbet e incluso pudo haber tenido con él un idilio, razón por lo que el artista decidió ocultarle el rostro. «Es probable que Whistler, Courbet y la modelo fueran más que amigos y formaran una especie de trío. Ella posaba para ambos y con ambos mantenía relaciones», especula Fernier.
La noticia ha corrido como la pólvora en apenas unas horas y, en contra de su forma de actuación habitual, los responsables del Musée d’Orsay han hecho pública una rotunda nota en la que desmienten el hallazgo presentado.
Orsay desmiente
Orsay asegura de forma taxativa que la pintura que se expone en sus salas «es una obra acabada y en ningún caso un fragmento de una obra más grande». Los expertos del Museo, aunque reconocen que hay zonas de sombra en la historia de la obra, insisten y recuerdan que la historiografía, y entre otros autores Marcel Duchamp, nunca han dudado de que el original era tal cual hoy se contempla: un cuerpo de mujer sin brazos ni cabeza.
La polémica, pues, está servida. Es probable que, de saberlo, el propio Courbet se sentiría satisfecho. No en vano, el artista que ejerció como transgresor durante buena parte de su vida, aquel que simpatizaba con las tesis que regirían en la Comuna de París, el que rompió con el Romanticismo para establecer las reglas del realismo, dejó escrito aquello de «si dejo de escandalizar, dejo de existir».