Bill Viola (Nueva York, 1951), destacado pionero del videoarte, es conocido por replantear el lugar de exposición de esta técnica, una ampliación de fronteras para el arte contemporáneo. Contando con que el espacio define la experiencia del visitante, Kira Perov, comisaria de la muestra, escogió cuatro sedes para su ‘vía mística’, todas ellas ubicadas en el casco antiguo de la ciudad. En concreto, se erigen como nuevos espacios de difusión del vídeo el Museo de Arte Abstracto Español, la Escuela de Arte Cruz Novillo y las iglesias de San Miguel y de San Andrés.
Decía Picasso que un cuadro solo vive gracias a quien lo mira. Lo mismo sucede con la instalación audiovisual, en la que la subjetividad y el comportamiento del espectador es fundamental para el proceso de construcción de significado. El videoarte carece de límites, solo tiene los que impone el espacio circundante, que forma parte de la obra. Por ello, experimentar con el lugar de exposición del videoarte situándolo en un enclave Patrimonio de la Humanidad puede definir cómo percibir y leer la obra.
El itinerario comienza en un lugar icónico: el interior de las Casas Colgadas, en el Museo de Arte Abstracto Español. Allí, rodeadas por obras de artistas tan dispares como Fernando Zóbel, Francisco de Zurbarán y Antoni Tàpies, se encuentran las videoinstalaciones Reflecting Pool, Unspoken (Silver & Gold), Sharon y Madison. Entre ellas destaca Reflecting Pool (1977-79), una de las primeras grabaciones en las que Viola utiliza la tecnología para experimentar con la temporalidad de la imagen. En una secuencia, aparentemente sin montaje, consigue que convivan dos tiempos fragmentados gracias a reflejos proyectados en el agua –que él considera “un mundo de imágenes virtuales y percepciones indirectas”– y a la congelación de fotogramas. Logra así trabajar el tiempo como material.
Desde esa pieza, el tiempo constituyó el tema principal de sus obras posteriores. Autodefiniéndose “artista del tiempo” por trabajar con imágenes en movimiento, comenzó a ralentizar sus grabaciones para dejar que las imágenes se desplieguen sin la imposición de la velocidad. Muestra de ello se da en la segunda sede de la exposición, la Escuela de Arte Cruz Novillo, donde se exhiben The Greeting, The Quintet of The Silent, Four Hands y Observance. En estas obras, la cámara lenta otorga un gran poder dramático a las escenas y provoca largas secuencias hipnóticas ante las que el espectador espera con desasosiego si habrá, o no, un desenlace. Esta utilización reflexiva y contemplativa del medio audiovisual puede suponer un ejercicio de catarsis para el público que, habituado al ritmo frenético del audiovisual comercial, logra sumergirse en un mundo interior de reflexión y de re-conocimiento de las imágenes.
En la iglesia de San Miguel, tercera parada de este recorrido, se pueden ver algunas de las obras más impactantes de toda la selección: Emergence, Tristan’s Ascension (The sound of a Mountain under a Waterfall), Fire Woman y la serie compuesta por Air Martyr, Earth Martyr, Fire Martyr y Water Martyr. En estas videoinstalaciones el artista trata sus temáticas más constantes, que son, entre otras, el nacimiento, la muerte y la expresión del dolor humano. A través de la meditación y el autoconocimiento busca que el público deje de ser un mero espectador para que se implique emocional y sentimentalmente. En el caso de los cuatro mártires, sobrecogen cuatro pantallas LCD, en alta definición, situadas en una sala a oscuras y en silencio, donde solo se oyen los susurros de los visitantes. En ellas se es testigo del sufrimiento provocado por los cuatro elementos de la naturaleza y estados de la materia, llegando a avivar en algunos un sentimiento tan intenso como la compasión.
Generalmente, el turbamiento del visitante puede ser mayor gracias al empleo del ralentí y de la deformación y distorsionado de las imágenes. Sobre todo, las formas visuales se desintegran en luces y colores abstractos cuando la intensidad emocional llega a su fin y el bucle comienza de nuevo. Además, el neoyorquino juega con los reflejos acuáticos, que engañan al espectador y ofrecen a sus vídeos suspense y sorpresa de forma constante.
En la última sede, la iglesia de San Andrés, se puede disfrutar de The Messenger, una obra en la que, de nuevo, emplea el agua de forma cíclica, transmitiendo una sensación de ahogamiento y de recuperación de la calma. No es de extrañar que el propio Viola se refiera a sus obras como “moving images”, una expresión que significa tanto ‘imágenes en movimiento’ como ‘imágenes conmovedoras’, dos acepciones que se superponen.
La exposición Bill Viola: Vía Mística da un gran paso hacia el futurible concepto de arte mostrando cómo el vídeo puede convivir en un espacio “ajeno” a él, nutriéndose de un contexto de edificios históricos con altos arcos y pronunciadas bóvedas y cúpulas. Toda una reviviscencia del sympathos griego y la compassio cristiana en una Cuenca fortalecida y entregada a una nueva expresión de la emoción y el tiempo.