Con una sólida trayectoria artística de más de cuatro décadas y reconocido como uno de los grandes pioneros del videoarte, sus obras ya se han exhibido en diferentes ocasiones en Madrid. Instituciones tales como el Museo Reina Sofía (1994), CaixaForum (2004), la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y el Teatro Real (2014) han contado en su seno con sus videoinstalaciones y performances.
Tras la crisis sanitaria, el Espacio Fundación Telefónica reabre sus puertas y la exposición Bill Viola. Espejos de lo invisible [1], que ha sido prorrogada hasta el 10 de enero de 2021.
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Procedente de La Pedrera, en Barcelona, esta muestra recoge una selección de 21 obras del videoartista, desde los setenta hasta 2014, en las que trabaja con el tiempo como material básico así como con sus cuatro primigenias materias primas: tierra, aire, fuego y agua. Está concebida como un despertar personal gradual, ya que comienza con un autorretrato, The Reflecting Pool (1977-1979), y finaliza con otro, Self Portrait, Submerged (2013). Destaca esta primera obra por ser su debut en la experimentación con la temporalidad de la imagen. Bajo una aparente ausencia de montaje, se ve a Viola llegar al borde de una piscina y, tras unos segundos, saltar, quedando su imagen congelada en el aire. Aquí comienzan a reflejarse en el agua movimientos que, sin embargo, no suceden en el exterior, conviviendo así dos tiempos fragmentados en un espacio único, el del congelado del hombre y el que transcurre en el agua.
Tras esta pieza se suceden otras como Incrementation (1996), un autorretrato hiperralentizado en el que cuenta cada una de sus respiraciones, enfrentándose a su propia mortalidad; Heaven and Earth (1992), donde confronta, a través del rostro de una anciana y de un recién nacido, las etapas de la vida y la muerte; Tres mujeres (2008), en la que se aprecia a una madre y sus hijas atravesando una cortina de agua que representa la frontera entre el mundo y el más allá; Ablutions (2015), que muestra un primer plano ralentizado de un hombre y de una mujer lavándose las manos en un acto purificador; o las cuatro obras de la serie Mártires, en las que representa la lucha del ser humano con tierra, aire, fuego y agua ante la aceptación final de la muerte.
Durante el recorrido propuesto, se puede comprobar la evolución que ha ido sufriendo el artista a lo largo de los años, además de conocer sus muchas y muy variadas influencias. Entre otras, la de los retablos eclesiásticos en Catherine’s room (2001), que recoge en cinco pantallas, a modo de predela, el paso del tiempo en la vida de una mujer, y la de uno de esos artistas que le impresionaron en el Museo del Prado, Goya, “debido a su forma de reflejar la emoción y el sufrimiento”, señala la comisaria de la exposición, Kira Perov, directora del Bill Viola Studio.
Perov comparte su vida con el artista desde hace más de 40 años y es la persona que mejor conoce su obra aparte del mismo Viola. Quienes han trabajado con ella destacan su rigor y perfeccionismo a la hora de concebir y adaptar un nuevo espacio a las necesidades de los trabajos. Para ella, la tecnología es una herramienta que se debe ocultar. Tiene claro que el artista de nuestros días representa lo invisible. Por ello, el neoyorquino “busca hacer preguntas, no respuestas, y cuestionar nuestra consciencia. El regalo esencial de la naturaleza del arte es que la persona lo pueda utilizar, que sea funcional”.
En la presentación de esta nueva exposición en Madrid, Perov también se ha mostrado preocupada por algunos de los problemas que afectan a la sociedad actual como es la posverdad. Ante la proliferación de mentiras -llama a Donald Trump “reflejo de la ignorancia”-, alerta sobre la escasez de conocimientos audiovisuales de los jóvenes, quienes, a su juicio, en muchas ocasiones no tienen criterio para leer las imágenes y comprenderlas y, sin embargo, están expuestos a ellas a diario en las redes sociales. En Hoy es Arte hemos tenido la oportunidad de comentar con ella sus impresiones, así como charlar sobre Bill Viola. Espejos de lo invisible.
¿Cuál fue el criterio de selección de las obras para adaptar la exposición de La Pedrera a la Fundación Telefónica?
El espacio es el factor más importante, pero también existen otras cuestiones que tienen que ver con la infraestructura de los edificios. En La Pedrera se pudieron mostrar unas obras que aquí no se han expuesto por la imposibilidad de crear paredes lo suficientemente altas como para aislar la obra y que no interfiriera el ruido de fondo en la percepción. Se ha tratado sobre todo de cuestiones técnicas.
Cada exposición de Bill Viola permite disfrutar de sus obras en muy diferentes espacios: iglesias, museos de arte clásico, contemporáneo… ¿Qué posibilidades ofrece la Fundación Telefónica como espacio expositivo con respecto a otros?
En una iglesia que tiene cientos de años la gente ha ido dejando innumerables pátinas e impresiones a lo largo de su historia: se casan, van a funerales, a bautizos, a rezar; acuden felices, tristes… Van aportando sus propias emociones, por lo que, digamos, hay una sustancia. El edificio de la Fundación Telefónica, con cien años de antigüedad, es un espacio de oficinas, pero también tiene sus propios sentimientos y, a su vez, se ve transformado por la obra que se expone en él. No es una cuestión de que un espacio sea mejor o peor, sino que, a la hora de exponer los trabajos, para nosotros es interesante que cada espacio sea diferente.
En exposiciones como la que tuvo lugar en Cuenca a principios de 2019, que contaba con diferentes sedes, los espectadores hacían un viaje físico, interactuaban con la ciudad. ¿Qué puede aportar la ciudad de Madrid a la obra de Viola y viceversa?
El edificio de la Fundación Telefónica es especial, ya que fue el primer rascacielos de toda Europa. Era el más alto en 1924, más incluso que La Pedrera o que cualquier otro. Para nosotros su situación céntrica es muy importante. Es maravilloso que se encuentre en pleno centro de la ciudad, en la calle principal. Cabe destacar también sus fabulosas columnas. Además, se caracteriza por un pensamiento muy avanzado, en él siempre se están desarrollando nuevas ideas. De hecho, he visto circular a gente con gafas de realidad virtual. Por lo tanto, mostrar este tipo de trabajo con imágenes en movimiento —moving images—, sin tratarse de una pintura o escultura estática, es algo diferente de lo que se puede esperar en otros espacios. También tengo entendido que viene mucha gente joven y familias con niños pequeños. Creo que es importante que las futuras generaciones conozcan este tipo de trabajos aunque no les gusten o no les interesen. Es importante que tengan una alternativa visual a Facebook o Instagram.
Asegura que se debe formar a los jóvenes a leer las imágenes a las que se exponen a diario. ¿Cómo pueden ayudar las obras de Bill Viola a que comprendan mejor la realidad y a discernir lo verdadero de lo falso?
Creo que es importante poner la etiqueta de «arte» a las obras para diferenciarlas inmediatamente de los contenidos que sube la gente a Youtube o Facebook, por ejemplo. Cuando la gente ve las obras de Viola, se da cuenta de que detrás de la creación hay una calidad, una habilidad, un arte que no se puede conseguir grabando con un móvil, para lo que no se requiere ninguna formación.
Pero también tiene que ver con el contenido de lo que se muestra. Lo que dicen las obras es muy diferente de lo que se puede ver en un anuncio de Chanel, por ejemplo, o en cualquier otro tipo de publicidad visual. Es curioso que la gente permanezca frente a las obras en silencio porque reconocen algo en ellas. Quizás es algo onírico, inconsciente, algo que está allí y que les llama. En definitiva, algo que no van a encontrar en absoluto en Facebook, Instagram u otras redes sociales, que son simplemente visuales, pero sin ese contenido.
Los adultos que se paran frente a las videoinstalaciones están habituados a ver obras de arte clásico, por ejemplo, imágenes renacentistas que representan la Pasión de Cristo. En el caso de los jóvenes, en la sociedad líquida en la que vivimos, como la definía Zygmunt Bauman, ¿cómo se les puede atrapar y lograr que se re-conozcan en la obra?
Creo que lo importante aquí es el medio, la imagen en movimiento, que siempre resulta atractiva. La tecnología del vídeo es desde luego más novedosa que las películas. No es como la televisión y el cine, que se reciben pasivamente.
Con el trabajo de Viola los jóvenes se dan cuenta de que están aprendiendo, que hay algo más allá, que tiene utilidad. Por supuesto se aprende con las películas, pero en estas obras están recibiendo otra cosa. No es entretenimiento.