El espíritu optimista de Berlín se advierte en un detalle que siempre me ha llamado la atención en las tres o cuatro ocasiones que he visitado la capital alemana. Sus bares y restaurantes tienen la terraza puesta todo el año, aún en otoño o invierno, llueva, nieve o ventee. Obviamente, buena parte del tiempo, cuando el clima no es favorable, las tarrazas están vacías pero la presencia de las mesas y las sillas al aire libre indica que los berlineses apenas necesitan medio rayo de sol para echarse a las calles y disfrutar de la ciudad y de la compañía de amigos, vecinos y familiares.
Berlín, como destino turístico, está entre las mejores opciones del continente. Museos de primer orden (el de Pérgamo, el viejo y el nuevo o la Galería Nacional encabezan la atractiva oferta de la isla de los museos), grandes edificios históricos (Reichstag, Universidad, Catedral, et.) y mucha huella de la convulsa historia de la ciudad, desde su origen medieval hasta la locura nazi o la separación de la ciudad durante la guerra fría. Todo desparramado en un entramado urbano amplio y disperso que obliga a patear a fondo la capital y permite al visitante curioso hacerse una idea bastante aproximada de quién y cómo se vive en sus calles.
En consonancia a sus dimensiones y a su espíritu callejero, la ciudad dispone de una colosal oferta de comida callejera. En cada manzana hay pequeños bares o tiendas de hamburguesas, comida turca, hindú o típicamente alemana, como los puestos de bretzel, esos bollos retorcidos en forma de lazo de sabor salado, y salchichas. Una modalidad clásica berlinesa, nacida en la posguerra, es el currywurst, la salchicha bratwurst cortada en rodajas y servida con una salsa picante de tomate y curry. Hay puestos callejeros que sirven este plato, habitualmente acompañado de patatas fritas y una buena cerveza fría, por toda la ciudad. Yo lo comí, sin salsa curry pero con mostaza, en uno de los locales más populares, el Konopke’s Imbiss de Schönhauser Allee, bajo el paso elevado de las vías del metro al norte de la ciudad.
Dentro de la oferta de comida callejera hay que destacar un lugar especial, también bajo las vías del tren, en el que se sirven las que, a mi modesto entender, pueden ser las mejores hamburguesas del mundo. Al menos, las más ricas que he comido jamás, junto con las del Alfredo’s Barbacoa de Madrid. Se trata del Burgermeister de Schlesisches Tor, un local mínimo, rodeado de unas pocas mesas altas y sin asientos que, a cualquier hora del día, en cualquier momento del año, está siempre de bote en bote, con colas que se salen de la pequeña manzana en mitad de la avenida que ocupa este chiringuito.
Su oferta, sencilla e imbatible. Hamburguesas sabrosas y bien cocinadas servidas en un pan de brioche jugoso y con apenas tres o cuatro opciones de acompañamiento (queso, bacon, champiñones, cebolla o jalapeños). Además, patatas fritas y cerveza, como es natural. Una opción bien interesante es comprar las hamburguesas para llevar, cruzar la acera y sentarse en la terraza de la cervecería Oberbaumeck para disfrutar de su amplia y refrescante propuesta de bebidas.
La vida en la calle que ofrece Berlín, y la posibilidad de comer o cenar al fresco y al paso, va acompañada de una circunstancia particular de la capital alemana, que no ocurre en otras grandes ciudades comparables. Y es que aquí se puede beber cerveza por la calle y está permitido que tiendas de comestibles y supermercados vendan botellas frías para su consumo directo. Sorprendentemente, eso no provoca que la ciudad esté llena de latas y botellas vacías, sino que la gente tiene la opción de tomarse una cerveza al fresco y luego recicla (encima te devuelven unos céntimos de euro de fianza cuando llevas el vidrio de vuelta al establecimiento).
Otra opción interesante para disfrutar de la vida al aire libre en Berlín son los biergarten (literalmente, jardín de la cerveza; como para no probar…). Estos establecimientos, que suelen ocupar solares o patios de vecindad, sólo abren en la temporada de primavera-verano (de abril a septiembre) pero tienen un ambiente estupendo y suelen programar conciertos o cine de verano. La propuesta gastronómica es fácil de adivinar: cerveza de todo tipo, panes bretzel y otras variedades, salchichas, codillo, chucrut, ensalada de patata, etc. Yo me estrené en el Prater Garten, el más antiguo de la ciudad, un sitio perfecto para probar la Berliner.
El buen tiempo atrae la vida de la ciudad hacia las orillas del río Spree, en las que proliferan restaurantes, terrazas, clubes nocturnos y hasta piscinas fluviales. En esa amplia oferta ribereña, Cristina y yo descubrimos un lugar encantador en el que parar a descansar un rato y tomar un café y una tarta, o una cerveza, según la hora. Se trata del Café am Holzmarkt, en la calle del mismo nombre, un lugar perfecto para hacer un alto en el camino justo antes o después de recorrer la East Side Gallery, el tramo de muro aún en pie y decorado por distintos artistas contemporáneos que se despliega justo al lado, a lo largo de Mühlenstrasse.
Claro, lo de la cerveza en Berlín (en Alemania en general) es otro mundo. La oferta es interminable. En una de mis visitas a la ciudad recuerdo haber probado más de 25 distintas, entre botella y barril, en apenas tres días. Además de las marcas más internacionales y conocidas, en Berlín la más popular es la Berliner, aunque es fácil encontrar bares y restaurantes especializados en los que las posibilidades se multiplican con cervezas embotelladas traídas de toda Alemania y de todos los tipos: servida más o menos fría, de abadía, de trigo, con sabores de frutas, con limón, etc.
Uno de esos locales en los que es más fácil encontrar sitio que escoger cerveza es el Aufsturz, una animada taberna con terraza en Oranienburger Strasse, en pleno corazón de Mitte, y junto a la bella Sinagoga judía. Y para acompañar su amplísima oferta de bebidas, comida tradicional alemana. Su terraza, de mesas alargadas y bancos corridos, suele estar siempre a tope si hace buen tiempo, especialmente de noche.
Muy cerca, si se prefiere hacer un giro radical a la hora de comer o cenar, está el restaurante kosher Hummus&Friends. Debo confesar que jamás pensé que entraría en un local de este tipo, pero después de tres días comiendo y cenando salchichas y hamburguesas, decididamente fue una sabia decisión. En aquel local moderno y detallista, Cristina y yo pudimos disfrutar de unas sabrosas ensaladas y de un magnífico hummus (¡tienen siete variedades distintas!) con su clásico pan de pita. Eso sí, ¡acompañado de sus correspondientes cervezas!
Mitte es una de las zonas más ambientadas en la noche berlinesa, un distrito lleno de bares y restaurantes, sobre todo en el barrio más cercano a Friedrichstrasse y la isla de los museos, en la otra orilla del río Spree y alrededor de la Sinagoga. También repleto de bares de copas y locales con música en directo. Nosotros topamos, en una de mis visitas, con el animado Zosch que, además de cervezas, ofrecía cócteles y una variada programación de conciertos.
Otro de los barrios más ambientados de la ciudad es Kreuzberg. En nuestros profusos paseos por la ciudad, topamos una mañana, ya casi a la hora de comer, con el Restaurant Stiege, en Oranienstrasse. Semivacío, y con una decoración un poco anticuada, dudamos en entrar pero terminamos convencidos por las buenas críticas que le daba Tripadvisor. Nos fascinó el ambiente. Poco a poco empezaron a llenarse más mesas, algunas de ellas de parroquianos habituales. El personal del local, bastante mayor, parecía sacado de una película de mafiosos italianos en Nueva York, sólo que hablaban alemán. Incluso había un señor en la bonita caja registradora de estilo retro con un innegable aire a padrino de la Cosa Nostra. Todo el mundo se acercaba a saludarle y mostrarle respeto. Difícil de imaginar en pleno corazón de la capital germana, pero puedo asegurar que así era.
Finalmente comimos bastante bien y a buen precio. Buenas cervezas (qué raro, ¿no?) y un magnífico schnitzel, un filete empanado de ternera que se salía del plato y que venía generosamente acompañado de patatas fritas. Bueno, bonito, barato y con una historia interesante detrás, da igual si inventada o no. Lo pasamos pipa.
En la misma calle, más hacia abajo, abundan los bares de copas gayfriendly. Una noche disfrutamos de la última consumición antes de regresar al hotel en el Feger, un bonito local con un ambiente íntimo y acogedor en el que se estaba realmente a gusto.
A estas alturas, parece ya una obviedad que Berlín merece una visita. Por interesante, bonita, histórica y cultural. Pero también por divertida, abierta y dinámica. Porque es una ciudad muy viva, y se le nota. Y, por supuesto, porque se come bastante bien aunque no muy refinado y, si te gusta la cerveza, se bebe maravillosamente bien. Y todo a ello a un precio más que razonable. Sus terrazas, jardines, puestos callejeros, tabernas, bares y restaurantes se convierten así en un atractivo turístico más de la que bien podríamos considerar capital de Europa.