INTERIOR. TALABAR. JEREZ DE LA FRONTERA. VIERNES, 6-XII. 15.45 H.
Un sugerente plato de berza gitana aún humeante acaba de llegar a la mesa. Cristina se sorprende al comprobar que este guiso no es para nada el plato vegetariano que ella imaginaba. El tradicional cocido jerezano, elaborado con garbanzos y alubias; su pringá de carne, chorizo, tocino y morcilla; y una base característica de berza (también conocida como cardillo o tagarninas) es tan contundente como sabroso. Un éxito rotundo. Un colofón estupendo a una accidentada ruta de tapas por Jerez de la Frontera. Y causa necesaria para la inminente siesta.
Antes, la mañana de paseo nos ha llevado al descubrimiento de los tabancos, ese peculiar concepto hostelero jerezano que unía tradicionalmente el negocio de la taberna con la venta de tabacos propia del estanco. De aquellos establecimientos ya sólo queda el nombre y algunos preciosos locales con sabor añejo como el Tabanco San Pablo [1], donde hemos disfrutado del sorprendente ajo campero, una espesa sopa de ajo y tomate generosamente sazonada, a pesar de la ineptitud de su joven e inexperto equipo de camareros y camareras.
También hemos conocido el Mesón del Asador [2], un local que funciona como un reloj y en el que hemos cogido fuerzas con su sabroso queso payoyo y su generosa tapa de morcilla de burgos a la brasa. Finalmente, tras un frustrante paseo por el centro de Jerez de la Frontera, sorteando bares y restaurantes llenos hasta las trancas y calles por las que apenas se puede caminar, encontramos acomodo en Talabar [3]. Además de su triunfal berza, rehicimos cuerpo y espíritu con sus papas aliñás y su estupendo guiso de cola de toro. Y tras semejante homenaje, sin excusas, tocaba siesta de pijama y orinal.
EXTERIOR. ANOCHECER. CALLE EMPEDRADA. JEREZ. VIERNES, 6-XII. 19.00 H.
Guiados por el sonido de las palmas, hemos terminado sentados junto a familias y grupos de amigos y vecinos en torno a la zambomba popular de la Hermandad de la Yedra [4], al final de la calle Empedrada, en pleno barrio de San Miguel, uno de los dos focos del flamenco jerezano junto al de Santiago. Una zambomba es una reunión de amigos y familiares que cantan y bailan villancicos populares y aflamencados, propios del folclore tradicional jerezano en particular y andaluz en general, que se celebran desde finales de noviembre y hasta la misma Nochebuena y ya desde el siglo XVIII.
La Hermandad ha montado una carpa en plena calle, la Policía Local ha cortado el tráfico, y desde mediodía se sirven comidas y bebidas en la barra montada por la corporación religiosa. En el corro central, varios hombres puestos en pie guían los cantes de villancicos tradicionales mientras los cientos de personas que se arremolinan alrededor siguen puntualmente las letras y acompañan con sus palmas. La música se limita a un cajón flamenco y una zambomba gigantesca. En un momento determinado, uno de los hombres en pie pide silencio y se arranca al cante por bulerías. Varias mujeres y otro hombre bailan en el centro del corro sucesivamente pegándose lo que popularmente se llama una ‘pataita’ por bulerías. La escena es auténtica, emocionante, preñada de arte, ritmo y musicalidad. Cristina y yo asistimos a la misma absortos, sorprendidos y encantados. A mí incluso se me saltan las lágrimas cuando aquel enorme grupo de jerezanos entona alguno de los villancicos que recuerdo haberle oído de niño a mi abuela Rosario en nuestras navidades familiares en Carrión de los Céspedes (Sevilla).
Una hora antes, tras despertar de la siesta, hemos seguido la recomendación de mi buen amigo Alejandro Castro y nos hemos asomado a la zambomba de la peña flamenca La Bulería [5], un concepto omnipresente en esta ciudad. Allí, en su salón de actos, se celebra otra zambomba. Algo menos popular, con artistas contratados y anunciados en el programa, pero también con mucho público, muy participativo y con un bar animado que lleva funcionando desde mediodía. Es media tarde y en sus sartenes se fríen buñuelos gitanos. Puro sabor y contundencia para la merienda.
EXTERIOR. NOCHE. CALLE DEL POLLO. JEREZ. VIERNES, 6-XII. 23.00 H.
Las calles de Jerez de la Frontera están repletas de gente que va de local en local en busca de las zambombas que se celebran este viernes, distintas cada día. Vecinos y visitantes beben y comen en los bares, pero también durante el paseo. Se consumen todo tipo de bebidas, pero especialmente vinos finos y de Jerez.
En el bar Rincón del Arte [6] nos ofrecen una cerveza de lata y no muy fría. En condiciones normales, la habríamos rechazado y habríamos seguido camino. Pero sospechamos que este garito esconde algo bueno. Un minúsculo tabanco decorado con referencias rockeras y lgtbi. En la puerta, un grupo de mujeres cantan villancicos acompañados a la caja flamenca por un chico. De repente, un joven flamenco irrumpe en la escena cantando y dando palmas. Ellas y él se conocen. En un segundo, se han arrancado por rumbas y bulerías tanto al cante como al baile. La gente empieza a arremolinarse a su alrededor. El espectáculo, espontáneo e inclusivo, se prolonga por alrededor de media hora. Tiene una magia especial que nos embriaga. Al poco, los ánimos se tranquilizan y los presentes se besan y se despiden. El duende se ha disuelto como un azucarillo. Ha sido la mejor cerveza caliente de nuestras vidas.
Unos metros más allá, en la calle Ramón de Cala, hemos estado hace apenas una hora en la abacería Cruz Vieja [7], un precioso local que ofrece una amplia variedad de quesos y chacinas y algunos aliños y tapas de cocina. El establecimiento está a reventar. Hemos probado el jamón ibérico y la carne mechá. Riquísimos. Un grupo de visitantes aragoneses, llevados por la energía colectiva que flota en la ciudad, canta jotas y coplas de Nino Bravo con mucho gusto y buen soniquete. Esta ciudad derrocha arte y, visto lo visto, parece contagioso.
Luego cerramos la noche en El Molino [8], más allá de la catedral. En su estrecha barra probamos su rica ensaladilla de gambas y su magnífica carrillada ibérica al jerez. Ha hecho un día cálido y agradable a pesar de estar ya en pleno diciembre. Pero hace horas que cayó la noche y empieza a refrescar. Volvemos al apartamento enamorados del ambiente de Jerez de la Frontera en esta época del año y deseosos de profundizar y disfrutar más al día siguiente.
INTERIOR. NOCHE. RESTAURANTE LA CARBONÁ. JEREZ. SÁBADO, 7-XII. 21.30 H.
Cristina y yo estamos sentados en una mesa al fondo del elegante y animado salón del restaurante La Carboná [9], una antigua bodega en el centro de Jerez, un espacio diáfano de techos altos en el que los Muñoz Soto elaboran una atrevida propuesta de cocina con vinos del Marco. Hemos reservado en este establecimiento por sugerencia de Pedro, el cuñado de nuestro amigo Luis, con el que nos encontramos por casualidad la noche del jueves, aún en Sevilla. Su recomendación es un acierto completo. Nos gusta el risotto de setas, calamares al Jerez y Parmesano pero nos encanta el resto de las elecciones: alcachofas conservadas en aceite de oliva salteadas con langostinos y fino, cochinillo glaseado con salsa agridulce y una despampanante tarde de galletas y chocolate de la abuela. Siguiendo la pauta que manda el local, yo acompaño la comida con fino en rama y, aunque Cristina bebe rioja, cierra la cena con un pedro ximénez.
La cena es la pausa necesaria para una tarde frenética. En un paseo interminable por Jerez hemos tenido tiempo de conocer las zambombas de la plaza de Lola Flores y de las hermandades de las Angustias y la Cena y de disfrutar un buen rato sentados en las escaleras de la catedral con los villancicos de la hermandad de la Viga. También ha habido lugar para quedarnos con las ganas de descubrir mejor la cocina de Mulai [10], donde apenas pudimos saborear la originalidad de su gilda de atún rojo y encurtidos. Un motivo más para volver pronto a la ciudad.
EXTERIOR. NOCHE. CALLE CORREDERA. JEREZ. SÁBADO. 23.30 H.
Regresamos al apartamento cansados pero felices. Han sido dos días intensos y gratificantes. Cansancio físico pero mucho descanso mental. En la terraza del bar Corredera aún hay ambiente. Un pequeño grupo flamenco todavía anima la noche con sus cantes navideños. Y, como casi siempre en Jerez, surge la chispa. Una joven espectadora se arranca a bailar por bulerías. Otras dos más la siguen. La gente se viene arriba y vuelven a sonar las canciones tradicionales cantadas a coro. “Ven, ven, ven; en nochebuena vente pa Jerez”. No dejan de arrimarse jerezanos y visitantes que aún están en la calle. Cuando queremos darnos cuenta, llevamos más de media hora dando palmas y disfrutando como enanos.
INTERIOR. DÍA. COCHE. AUTOVÍA SEVILLA-CÁDIZ. DOMINGO. 12.30 H.
Se acabó lo que se daba. Regresamos a Sevilla, donde empezó esta escapada hace apenas 48 horas. Volvemos enamorados de Jerez de la Frontera, su flamenco, su arte, su espontaneidad, sus tapas y vinos y el ambiente de sus calles. A pesar de la muchedumbre que ha ocupado la ciudad durante el puente de diciembre hemos sido capaces de disfrutarla y, creo, de conectar con su raíz más profunda: el arte por bulerías y la Navidad. El que pueda, que no deje de visitar la ciudad en diciembre. Es época de tabancos y zambombas. Una fórmula infalible.