En primer lugar, toca entonar un mea culpa. Llevo más de media vida, 23 de mis 45 años, viviendo en Madrid y no fue hasta hace un par de semanas que atiné a dejarme caer por El Pardo. Uno sabe que está ahí, que tiene un maravilloso palacio, que allí vivió Franco, incluso conoce gente que vive allí y poco más. Pecado capital el mío. Ahora ya conozco sus calles, sus monumentos, su impresionante entorno natural y, sobre todo, su buena oferta gastronómica. Seguro que en el futuro me acercaré por allí con más frecuencia.
El caso es que mi compañero de mesa en la oficina, Antonio, es uno de las dos personas que conozco que vive en El Pardo y, por intermediación suya y merced a la notoriedad que empieza a tener esta humilde sección de hoyesarte.com [1], las amigas de www.elpardo.net [2], Virginia y Mari Carmen, me invitaron a participar en el jurado profesional de la III edición de la Ruta de la Tapa de El Pardo [3], que se celebró entre el 3 y el 7 de abril y que ofrecía un plan difícil de superar: ocho establecimientos locales ofrecían una tapa a concurso, con consumición, por sólo 2,50 euros. Y allá que me planté yo. Primera vez en El Pardo, primera vez como jurado de un concurso gastronómico. Vamos, que estaba como niño con zapatos nuevos.
La experiencia fue muy interesante y satisfactoria por muchos motivos. Porque cenamos estupendamente con los pinchos que los ocho bares participantes presentaban al concurso de la Ruta, porque Virginia y Mari Carmen nos trataron fenomenal y nos lo pasamos genial con ellas, porque mis dos compañeras en el jurado, Marta y Alicia, son estupendas y nos reímos un montón, y porque la excusa me permitió conocer la preciosa localidad de El Pardo [4], un pueblo convertido en barrio dentro de Madrid capital pero enclavado en mitad del monte del mismo nombre y a la orilla del Manzanares, junto al Palacio de la Zarzuela y con un tremendo patrimonio histórico-artístico: el Palacio, construido entre los siglos XV y XVIII; el Convento del Cristo, de 1612; la Casita del Príncipe, del XVIII; o el Convento Concepcionista, del XIX.
Una vez reunidos todos a las 19.00 h de aquel viernes, tal y como nos habían citado nuestras anfitrionas, y hechas las presentaciones, fuimos directamente al tajo. Nuestra primera parada fue en La Plaza [5], un acogedor mesón asturiano de la misma familia que la céntrica taberna Los Ángeles [6], en Santo Domingo. En su barra probamos las croquetas de gamo y boletus, tapa a concurso, acompañadas de patatas fritas con una riquísima salsa al cabrales.
Nuestra segunda parada, aún en horario de merienda, nos llevó al bar El Tío Antonio [7], también en la plaza de El Pardo, en donde nos sorprendieron con una rotunda y original tapa: el sushi andaluz (pan, jamón ibérico y salmorejo). Más adelante, en la Avenida de la Guardia, visitamos El Gamo [8], uno de los clásicos de la localidad, que competía con su croqueta de la abuela (de cocido) con salsa de pimiento choricero. Suave, sabrosa, cremosa… Una auténtica delicia. Y aún un poco más allá probamos el pimiento relleno de bacalao de La Montaña [9], correcto y sabroso, aunque con el hándicap de que nos lo sirvieron un poco frío.
De vuelta a la plaza disfrutamos en Montes [10] de un rico bonito tomatero, un generoso taco de pescado (lástima que estuviera ligeramente sobrecocido) acompañado de una salsa de tomate casera con mucha enjundia. A la vuelta de la esquina entramos en el renovado El Charro [11], que nos sorprendió con una original y jugosa minitortilla acompañada de salmorejo y jamón. Y un poco más abajo, Sele [12] nos ofreció su tosta de solomillo con queso azul y setas, contundente y sabrosa aunque quedaba un poco oculta tras el intenso sabor de la salsa de queso.
El remate a la ruta fue en el local que, finalmente, se llevaría el gato al agua. Adrián [13] prometía triunfo puesto que, a nuestra llegada, ya estaba de bote en bote y de su cocina no dejaban de salir tapas a concurso para la III Ruta. Eran sus huevos rotos deluxe, un plato que, coronado por un huevo perfectamente frito, ofrecía además un piso de patatas a lo pobre con jamón en la base y una segunda planta de gulas con gambas. Una tapa ganadora por sabor, originalidad, cantidad y contundencia, características que bien podrían resumir la oferta gastronómica de la localidad.
Y es que El Pardo no es San Sebastián, ni Sevilla o Salamanca. Pero tiene mucha vida y mucho ambiente, mucho movimiento en sus calles y locales. Sus bares y tabernas ofrecen una propuesta gastronómica tradicional aunque renovada, auténtica y, sobre todo, muy sabrosa. El complemento perfecto a una jornada de turismo por la localidad o de senderismo en los alrededores. Una oferta que convence a vecinos y visitantes, que abarrotan sus establecimientos.
Parafraseando a la actriz Vivien Leigh en el papel de Scarlet O’Hara en Lo que el viento se llevó, yo podría decir que “a Dios pongo por testigo de que, en El Pardo, jamás volveréis a pasar hambre” ni sed. El Pardo parece que está un poco oculto, en un rincón de la gran ciudad, pero sólo hay que descubrirlo y disfrutarlo. Estáis tardando.