Tanto mi mujer, Cristina, como yo ya habíamos estado antes en O Grove y A Toxa, de jóvenes, con novios o amigos. Tanto juntos como separados. Pero hace tres años decidimos pasar allí unos días en verano y desde entonces hemos regresado cada año. Y siempre nos ha seguido alguien: mi madre y mis hermanas, primos de Cristina o buenos amigos. Agosto no es la mejor fecha para ir buscando marisco, es mucho mejor en esta época de meses con r, pero es lo que tiene el asalariado, que no puede escoger sus vacaciones.
En nuestras estancias gallegas nunca hemos buscado alojamiento en ninguna de las muchas playas que tiene la península. Hay apartamentos y casas para alquilar, pero son zonas con poca vida, centradas solo en la actividad playera y los deportes náuticos. A nosotros nos gusta más el día a día del pueblo, con su ambiente, las tiendas, su mercado y tantos bares y tabernas como si fuera una localidad andaluza.
Agua helada y transparente
Pasar el día en la playa cuando hace buen tiempo es sencillo. Basta coger el coche y acercarse al Área da Cruz para disfrutar de lo que mis hijas definen como «el paraíso», una cala de arena fina y rocas desperdigadas con el agua helada y transparente, peces nadando sobre un fondo que se aprecia al detalle y gaviotas al acecho para darse un festín. Un lugar en el que el juego preferido de las niñas es que nos metamos todos en el mar con el agua hasta el cuello a ver quien aguanta más tiempo el frío del Atlántico. Y a mí me encanta.
Justo encima de la playa, sobre el pequeño acantilado, hay tres o cuatro chiringuitos. El nuestro, del que somos habituales, se llama Luis Kabalo [1]. Está justo junto a la bajada a la playa y tiene un más que oportuno aparcamiento al otro lado de la carretera. Allí, en su terraza, frente al mar, con un tercio de Estrella Galicia helada en la mano, disfrutando de las maravillosas vistas de la Illa de Ons, uno se siente satisfecho y triunfante, como un narco celebrando un trato en la serie Fariña, que se desarrolla en toda esta zona de O Salnés y Arousa y que tan bien refleja el drama que supuso el tráfico de drogas en Pontevedra en los 80 y 90.
Para calmar la sed, Estrella. Para saciar el hambre, buenos mariscos, pulpo a feira, pimientos de Padrón, amplia oferta de arroces y, de entre sus carnes, un fantástico churrasco de cerdo, riquísimas costillas a la parrilla servidas con unas patatas fritas que quitan el sentido. Y todo ello a unos precios más que competitivos, aunque con las esclavitudes de horario y servicio que tienen la mayoría de los locales playeros, da igual que sea Pontevedra, Málaga o Valencia.
Puesta de sol
El final perfecto para la jornada de playa es ir a disfrutar de la puesta de sol al paseo de Pedras Negras, en San Vicente do Grove, y apurar la luz del día para tomar una cerveza o un cóctel en la divertida terraza del Náutico [2], un peculiar local junto a la playa que, pese a su ubicación y tamaño, tiene una de las mejores y más cuidadas programaciones de actuaciones en directo de todo el verano español. Allí, a esa hora en la que la tarde aún no es noche, se mezclan familias que vuelven de la playa, adolescentes aún en bañador y parejas que se preparan ya para acceder a alguno de los conciertos organizados en su sala al aire libre.
Más allá de la actividad playera, el día a día en O Grove en verano es plácido y relajante. La vida gira en torno al mercado, el puerto y la turística Illa da Toxa, con sus balnearios y chalets de lujo. En un día corriente, lo primero es desayunar. Yo he sido siempre, y sigo siéndolo, fanático del desayuno salado. Tostadas con todo tipo de acompañamiento pringoso, embutido y hasta tortilla de patata. Pero allá en O Salnés me he aficionado al dulce. Un poco por necesidad (no encuentras un mollete ni por casualidad) y otro poco por gusto. En la cafetería Galaico Portugués [3] he descubierto una magnífica bollería y, sobre todo, una inabarcable variedad de deliciosos bizcochos caseros. De naranja, limón, manzana, melocotón, almendra, chocolate, chocolate blanco y hasta piña. A cada cual más sabroso y jugoso. Un abanico de posibilidades que permite casi no repetir sabor en una estancia de dos semanas. Y al que he terminado aficionando también a mis hijas, que ya me acompañan muchas mañanas en la excursión del desayuno.
La mañana no es completa sin una visita al mercado. El de O Grove, para un aficionado a la comida como soy yo, es un auténtico parque temático. Por supuesto, por su inacabable oferta de pescado y marisco. La mitad del recinto, que comparte edificio con la lonja del puerto pesquero, está dedicada a los productos del mar. Es una auténtica perdición extraviarse entre los puestos intentando averiguar dónde tienen los mejores percebes o mejillones, con la mejor relación calidad-precio. Pero también por sus quesos, desde los de tetilla suaves y frescos hasta los poco conocidos quesos azules de Ourense. O sus empanadas, de trigo o de millo (maíz) y con todos los rellenos imaginables: sardinas, pulpo, zamburiñas, lomo, berberechos, etcétera, etcétera. Y sin dejar atrás los puestos de verdura, donde no sólo se encuentran los clásicos pimientos de padrón, sino también las judías amarillas, las lechugas moradas o los tomates recién traídos de la huerta.
Crucero por la ría
La visita a O Grove, sea de un solo día o para unas vacaciones más largas, no es completa sin visitar la ría desde dentro. Entre el pujante puerto pesquero y el mercado de abastos está la terminal de cruceros. Desde allí salen barcos recreativos con distintas rutas y planes, pero el más accesible, asequible y apetecible quizás sea el recorrido por la ría, desde la península hasta la Illa de Arousa y vuelta, en un plácido paseo entre las cientos de bateas plantadas en el agua, en las que se cría principalmente el mejillón, además de ostras y vieiras, y que dominan todo el paisaje de este entorno natural privilegiado. La visita incluye una parada en una de estas instalaciones en la que se explica el mecanismo de cría y producción del mejillón, una actividad de la que vive buena parte de la población de la comarca. En el camino de regreso a puerto, la tripulación invita al pasajero a una pantagruélica degustación de este barato y sabroso molusco, recién cocido a bordo y acompañado de vino blanco, en una experiencia gastronómica tan auténtica y satisfactoria que ni las avezadas gaviotas quieren perdérselo.
Para comer o cenar, la oferta en O Grove es abrumadora. En el centro, cada esquina acoge un restaurante o taberna. Y en la fachada del puerto, hacia la ría, casi cada local es un negocio de restauración. Hay muchos nombres conocidos, solventes y de prestigio: Solaina [4], O Chiringuito [5], Sal de allo [6], Finisterre [7] y tantos otros, comedores y terrazas estupendos para degustar buen marisco y magníficos pescados a la plancha o al horno. Pero a nosotros nos gusta salirnos del circuito más turístico. Meternos en el patio interior de la Taberna O Pescador [8] para comer berberechos, pimientos, tortilla de patatas, empanada o auténticas zamburiñas (de los pocos sitios en los que encontrarlas cuando las hay); para disfrutar con un buen buey de mar o para enfrentarte a una de sus chuletas de ternera, que bien podría parecer un mapa físico de la península ibérica. ¡Y sus patatas! Díos mío, ¡qué patatas fritas!
Tomar el aperitivo en lugares tan autóctonos y auténticos como Salitre o 81 formigas. O Herlogón [9], la pequeña terraza tras el Ayuntamiento en la que se puede hacer el plan completo: desde los mejillones recién cocidos que ofrecen de tapa con las primeras cervezas hasta los ricos arroces con marisco de los que disfrutar al aire libre si el día lo permite.
Atracciones de sobra
Otro de los establecimientos que merece una visita en O Grove, aunque no es un bar, es O Loureriro [10], una tienda de productos típicos que cuenta con una tremenda variedad de vinos locales y, sobre todo, de conservas elaboradas por pequeñas empresas artesanas de la zona y con las que se te hace la boca agua. Un auténtico espectáculo. Y, con un poco de suerte, cazas alguna degustación del producto de las que habitualmente hacen los dueños, especialmente si muestras curiosidad e interés por hacer algo de compra en el local. Ideal hacer la visita a la hora del aperitivo, aunque imposible salir de allí sin llevarte varias latitas de cosas ricas, ricas.
Así, entre taberna y taberna, del chiringuito al restaurante, y disfrutando en casa del marisco y el pescado fresco, las verduras recién traídas de la huerta y unas conservas deliciosas, se pasa un veraneo relajante, apetecible y divertido. Si el tiempo acompaña, O Grove dispone de algunas de las playas más bonitas que he visto jamás. Si hace mal día, además del acuario, los balnearios o los cruceros, hay atracciones gastronómicas de sobra para disfrutar cada minuto del día sin salir de vuelta a Galicia por la Lanzada. Y siempre queda la opción de coger el coche y marcharte a Pontevedra, Vigo o Santiago a gozar con sus monumentos, su buen ambiente y, sí, también con sus bares. Pero esa es otra historia que ya contaremos aquí. Por ahora nos basta con animaros a descubrir O Grove, un auténtico paraíso entre bateas.
El marisco, un mundo propio
Hay tantas fórmulas para cocer marisco como cocineros que se atreven a hacerlo. Y en O Grove, como es natural, también tienen la suya. O al menos, la tiene la pescadera a la que solemos acudir en el Mercado de la localidad para comprar crustáceos y bivalvos, que es la que ha enseñado a mi mujer, Cristina. El tiempo de cocción depende del bicho, más tiempo cuanto mayor sea el tamaño. Y habrá que consultar para cada caso específico. Pero la mecánica es fija. Agua con mucha sal (70 gramos por litro, lo ideal es usar agua de mar) y una hoja de laurel. Al fuego en una olla abierta. Y cuando el líquido alcanza su punto de ebullición, se echa dentro el marisco. A partir de ahí, hay que esperar a que el agua vuelva a hervir y arrancar el contador hasta alcanzar el tiempo necesario para cada especie, desde el minuto largo del percebe hasta los 17-30 minutos de un centollo, según el tamaño. Concluido el proceso hay que sacar los bichos y meterlos en agua fría con hielo para romper la cocción. ¡Y a disfrutar!