Primero, una lección teórica. En los bares y tabernas de Granada se come, principalmente, a base de tapas. Éstas son pequeñas porciones de comida que los establecimientos sirven, en el caso granadino, indisolublemente unidas a la bebida y con un precio único para ambos. De hecho se puede pedir bebida y renunciar a la comida, pero no al revés. Habitualmente, aunque hay excepciones, el cliente no puede elegir la tapa que el camarero le sirve. Es más, los bares suelen tener un orden para las tapas. Con la primera consumición te servirán una ‘primera’ y así sucesivamente. Estas ‘primeras’ suelen ser las especialidades y recetas más conocidas de cada establecimiento, y por las que se hacen famosos entre su clientela.
Antes de entrar en materia hay que hacer otra consideración previa para los cerveceros. Granada es territorio controlado mayoritariamente por la marca Alhambra. Esta cervecera se ha hecho famosa en todo el país por su Reserva 1925 pero en los tiradores de la capital nazarí reina su versión más popular, la Alhambra Especial, una cerveza rubia, ligera y que, servida muy fría, es el acompañamiento perfecto para sus tapas. Dentro de mi ferviente fe en la Cruzcampo, esta granadina es un magnífico sucedáneo que poco tiene que envidiarle a la rubia sevillana.
Asequible y popular
Granada es una ciudad joven, universitaria, con muchísimos estudiantes extranjeros y una escena cultural y musical especialmente pujante y viva. Eso le da un carácter particular a muchos de sus bares y tabernas, en los que la fórmula de comer o cenar a base de cervezas y tapas es especialmente asequible y popular. Muchos de estos locales se agrupan por zonas a las que acude el público más joven. Es el caso de la calle Elvira y alrededores, en la parte baja del Albaicín, donde las tapas de pincho moruno, montados o hamburguesas son las más habituales.
En mi radar, en cambio, fruto de mi gusto especialmente rancio, brillan en ese entorno dos locales con un ambiente sensiblemente distinto, por oferta y público. Se trata, por ejemplo, de Casa Julio, un templo del pescado frito en el que, con algo de suerte, es fácil disfrutar con sus gambas rebozadas, su cazón en adobo, sus boquerones o sus berenjenas fritas. Mi suegro, que vivió en Granada casi una década hasta su muerte en 2009, nos llevó muchas veces por allí a Cristina y a mí, y siempre da gusto recordarle en un sitio tan rico y ambientado. El otro es Bodegas Castañeda, un clásico céntrico en el que brillan sus quesos y embutidos.
En el extremo contrario del barrio musulmán de Granada, ya casi en el Sacromonte, hay otros dos lugares bien interesantes. El primero, otro de los favoritos de Luis, mi suegro, es Casa Torcuato, un lugar ideal para disfrutar de unos boquerones fritos. Y un poco más abajo, en la misma calle Pagés, en la plaza del Aliatar, está el bar Aliatar, especializado en caracoles (lo que en Sevilla llamaríamos cabrillas).
Rutas clásicas
Fuera del circuito más turístico y tradicional está el Botánico Café, en la calle Málaga, frente al Jardín Botánico de la Universidad de Granada, en un adorable rincón del centro histórico con una estupenda terraza. Es una buena oportunidad para tapear pero con un acento más moderno y contemporáneo.
De vuelta a las rutas clásicas y más solicitadas, tenemos que hacer referencia obligada a la calle Navas. Esta céntrica arteria, repleta de bares que atraen a los turistas con su oferta de menús y platos combinados, aún esconde varios templos del tapeo más auténtico. El rey de la calle es, para mi gusto y sin duda alguna, Los Diamantes, un negocio con varias sucursales en unos pocos metros en línea y que ofrece una de las mejores ofertas de pescado frito que he probado en mi vida. Y todo incluido en un precio único con la bebida. Sólo hay que tener paciencia para encontrar un hueco en la barra o en una de sus escasas mesas y, desde allí, ir pidiendo bebidas para ir descubriendo la oferta gastronómica del local. Se me ocurren pocos pasatiempos mejores.
Y al fondo de la calle, ya en la placeta del Agua, está otro de los templos del tapeo granadino: La Tana. Este local, que nos descubrieron los queridos Perea, es un auténtico agujero negro. Es difícil entrar, porque está siempre hasta arriba de gente, pero más difícil aún es salir. Los dueños son encantadores, tiene una oferta de vinos más que interesante y todo lo que sirven de comer está buenísimo (sus embutidos, su jamón y su panceta ibérica, sus tomates aliñados y su maravillosa fritailla de calabaza).
Ensalada de col
Muy cerquita, casi en el mismo entorno, está el Ayuntamiento y, a su alrededor, otros cuatro locales estupendos para quedar satisfecho con el tapeo granadino. El primero de ellos es la Blanca Paloma, que conquista con sus maravillosas berenjenas rebozadas, nada aceitosas, y con la sabrosa y refrescante ensalada de col con la que las acompañan. Al lado del local que esta empresa tiene en la esquina de Escudo del Carmen con Lepanto podemos refugiarnos también en la Taberna Gamboa, local especializado en carnes y embutidos ibéricos y en el que, con algo de suerte, se puede disfrutar del rico arroz que suelen poner como tapa. A tiro de piedra están El Retiro y Puerta del Carmen, otras dos buenas referencias para aprovechar el picoteo granadino.
Como ya podéis haber deducido, en Granada el tapeo es el rey, pero hay otras actividades gastronómicas que no hay que desechar. También he dejado ya por escrito mi especial afición por el desayuno. Y eso, en la capital nazarí, es cosa seria. La oferta en bares de toda la ciudad es variada y completa, sobre todo en materia de tostadas y untes diversos. Pero cuando tengo la suerte de estar en Granada, yo tengo claro con que arrancar el día: tejeringos. Son los churros granadinos, muy distintos a las porras madrileñas, más finos y crujientes incluso que los sevillanos o gaditanos. Y siempre recién hechos. En la plaza Bib-Rambla hay dos lugares magníficos para disfrutar de este contundente inicio de la jornada: el Gran Café Bib-Rambla o la Churrería Alhambra.
Y si eres goloso, no puedes dejar de visitar la heladería Los Italianos, en la Gran Vía de Colón, llegando a la Plaza de Isabel la Católica. Se trata de un negocio artesano, familiar y casi centenario (abierto desde 1936) en el que da gusto endulzarse la tarde con helado tradicional a elegir de una amplia variedad de sabores.
Espero que de estas líneas se puede deducir lo fan que soy de Granada y de su tapeo, una fórmula divertida y variada de comer y cenar que te permite, además, recorrer la ciudad y sus zonas más concurridas. Espero también querido lector que, si no conoces la ciudad o hace tiempo que no la visitas, te hayan entrado unas ganas locas de hacerlo. Y si vas, por cierto, recuerda que en tu tiempo libre, entre bar y bar, no está de más que visites la Alhambra, el Generalife o la Catedral. También merecen la pena.