El resurgir del western. Aparte de ser una de las mejores y más populares del género, es también la responsable directa de que los grandes estudios volvieran, después de casi una década, a confiar de nuevo en el tirón de las peleas y galopadas de cowboys. El mismo John Ford llevaba trece años sin rodar una del oeste hasta que dio con la historia y percibió ciertas garantías de éxito. Partió de un relato de Ernest Haycox que a su vez se inspiraba en un cuento de Guy de Maupassant y puso al frente del guión a Dudley Nichols, que venía de escribir el año anterior La fiera de mi niña para Howard Hawks.
John Ford conoce a John Wayne. Uno de esos pocos encuentros director-actor capaces de marcar la historia del cine; como el de Hawks y Cary Grant, el de Billy Wilder y Jack Lemmon, o el de Martin Scorsese y Robert De Niro. Afortunadamente hubo química entre el viejo cascarrabias y el tipo duro, y hoy la vida de mucha gente es un poco mejor gracias a que existen El hombre tranquilo, Centauros del desierto y El hombre que mató a Liberty Valance. James Stewart dijo en alguna ocasión que eran como un padre y un hijo.
John Wayne se convierte en John Wayne. ¡Cómo es esa primera aparición de Wayne en pantalla escopeta en mano y acabando en un primerísimo plano de su rostro! No se convirtió en una estrella del séptimo arte hasta que no se metió en la piel de Ringo Kid, el forajido con buen fondo pero sediento de venganza. Fue mucho más que acceder a su primer protagonista de éxito. Estrenó los andares y maneras que ya no abandonaría jamás. De hecho, en La diligencia trabajó con Yakima Canutt, un especialista que le doblaba en las escenas de peligro y del que confesó haber aprendido trucos para las peleas y copiado su tono de voz y el inconfundible balanceo al caminar.
Un western para adultos que disfrutan los niños. El director José Luis Borau escribió que cualquier película del género anterior a La diligencia parece cosa de niños comparada con ella; que cuesta encontrar en obras previas reflexiones morales de ese nivel y personajes con esa riqueza psicológica; que nadie había sabido antes utilizar el paisaje como un elemento dramático con tal intensidad. Y lo mejor de todo es que Ford supo hacer convivir tan elevadas pretensiones con un sentido de la aventura y el espectáculo admirables.
La puesta en escena invisible. Como muchas otras películas de Ford, La diligencia es un ejemplo más de lo que François Truffaut calificó de puesta en escena invisible: “En el caso de grandes narradores como Howard Hawks o Ford, la cámara no se nota. Muy pocos movimientos de cámara –solo para acompañar a un personaje-, una mayoría de planos quietos, filmados siempre a la distancia exacta, en fin, un estilo de escritura tenue y fluido”. Una descripción de estilo que es coherente con otra afirmación del cineasta francés: “John Ford era de esos artistas que nunca pronuncian la palabra ‘arte’ y de esos poetas que no hablan nunca de ‘poesía’”.
La película que voló la cabeza de Orson Welles. Cuando en 1941 un jovencísimo Orson Welles deslumbró al mundo con su Ciudadano Kane, la pregunta lógica era dónde había aprendido tanto y tan rápido un tipo sin ninguna experiencia en la dirección. Pese a las diferencias obvias de estilo, la respuesta de Welles fue que le bastó haber visto cuarenta veces La diligencia, que ahí estaba todo lo que necesitaba saber para ponerse al frente de un equipo. En otra ocasión le preguntaron por sus tres directores predilectos y tampoco vaciló: John Ford, John Ford y John Ford.
El descubrimiento de un decorado impagable. Monument Valley, el mejor decorado natural que ha tenido nunca el cine del oeste, ha lucido más y mejor en otras cintas fordianas pero el primer rodaje en este paisaje de altos cerros y arenas rojizas en la frontera de Utah con Arizona fue con motivo de esta road movie por caminos de piedras.
Todos los tópicos sin que sobre ninguno. La diligencia traza la ruta por la que van a discurrir la mayoría de películas del género en las décadas siguientes: empezando por los personajes (el médico, el periodista, la prostituta, el sheriff, el jugador, los hermanos malotes…) y siguiendo por las situaciones, el ataque por sorpresa de los indios, la irrupción salvadora del regimiento de Caballería, el tiroteo fuera del salón… Incluso la partitura, merecedora del Óscar, adelanta el tipo de banda sonora que predominará en adelante.
Es maravillosamente breve. Ahora que no hay película que no alcance las dos horas y media, resulta más encomiable aún lo mucho que ésta cuenta en apenas ochenta y tantos minutos de metraje. Faltaba bastante para que llegaran películas estupendas como Horizontes de grandeza, Pequeño gran hombre o Bailando con lobos, que necesitaban el doble o el triple de tiempo para contar una historia.
Premio a la interpretación del gran Thomas Mitchell. Solo Walter Brenan puede disputarle el título de gran secundario del cine americano de los años treinta y cuarenta. En el mismo año de La diligencia (1939), Mitchell trabajó también en Lo que el viento se llevó y en Caballero sin espada. Las tres estuvieron nominadas al Óscar a la mejor película. En aquella edición barrió la historia de Scarlett O`Hara con alguna excepción, entre ellas la del soberbio trabajo de Thomas Mitchell bajo la dirección de Ford.