Cuántas heridas sin cicatrizar. Cuántas cicatrices sin cerrar en la historia de la esclavitud. Cuántas en la deshumanizada epopeya de seres humanos que son y se sienten dueños de otros.
En esta brutal ocasión, el propietario (uno de los propietarios) es el terrateniente Edwin Epps (Michael Fassbender) y el poseído (uno de los poseídos), Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor), un hombre negro libre que en los años 40 del siglo XIX fue secuestrado y vendido como esclavo.
Autobiográfica
En ese punto arranca el meollo de los 12 años de tragedia que hubo de vivir quien, sin posibilidad de acreditar su identidad ni su cualidad de individuo libre, vivirá la continuada tortura a la que le somete su “amo”.
La película bebe directamente de los sucesos y los escenarios que Solomon Northup, que se convertiría hasta su muerte en un beligerante abolicionista, relata en la autobiografía que publicó en 1853.
“Lo que es ser esclavo no es fácil de imaginar. No quise esconder lo que conlleva. O haces una película sobre la esclavitud y lo muestras todo, o no la haces, y yo opté y quise hacerla”. Palabras de McQueen en las que deja claro que ha cumplido aquello que se proponía.
La cinta, coproducida por Brad Pitt, que se reserva un pequeño pero significativo papel, se aleja de dogmatismos, concesiones y amaneramientos sentimentaloides. No cae en la tentación, tan frecuente en este tipo de propuestas, de hacer poesía del dolor.
Fiel al texto del que parte y a la voz de quien vivió en propia carne la tragedia, el protagonista acaba por pedir perdón a los suyos en una secuencia que puede desconcertar al espectador. Pero el guion lo deja claro: se siente obligado a disculparse porque considera que no ha peleado lo suficiente dejándose la vida en aras de la libertad. Prefiere seguir viviendo; sobrevivir como sea. Y lo logra.
Violencia y realismo
Tiene la película escenas de una violencia extrema. Imposible no removerse en la butaca de la sala mientras semiahorcan al protagonista o azotan, con un despiadado salvajismo, a la joven esclava de la que el terrateniente está enamorado. Es el propio Epps quien hace restallar el látigo e infringe el terrible castigo. El origen de su agresividad nace en la incontrolable pasión que por ella siente. Destruyéndola intenta apagar sus sentimientos.
Dura la historia, duro el rodaje y duro, pero muy logrado, el resultado. 12 años de esclavitud se inscribe con todo derecho entre las propuestas que mejor han “fotografiado” ese oscuro y largo episodio de la epopeya humana. Esa aberrante situación que, es obvio, de una u otra forma no ha sido definitivamente enterrada.
“Sigue habiendo esclavos. Quien lo niegue le está dando la espalda a la realidad del mundo en el que estamos”, lamenta McQueen.
Su denuncia corre por las pantallas de este mundo de hoy en el que, todavía tibio, el cadáver de Nelson Mandela sigue apuntando a la sinrazón del racismo. En el fondo, la experiencia vital del líder sudafricano y la película comentada nos hablan, traspasando fronteras y épocas, de lo mismo.
Dirección: Steve McQueen
Guion: John Ridley (Basado en la autobiografía de Solomon Northup)
Intérpretes: Chiwetel Ejiofor, Michael Fassbender, Benedict Cumberbatch, Paul Dano, Brad Pitt, Lupita Nyong’o, Sarah Paulson, Paul Giamatti
Fotografía: Sean Bobbitt
Música: Hans Zimmer
Estados Unidos / 2013 / 133 minutos