Celoso de su intimidad hasta un grado casi obsesivo, nació como Jean-Marie Maurice Schérer en una fecha indeterminada del año 1923 (aunque él nunca la especificó, parece que fue en la primera semana de abril de aquel año). Su primer trabajo fue como profesor de literatura. Después lo hizo en la televisión escolar francesa a lo largo de siete años desarrollando un peculiar estilo didáctico. En 1946, publicó Elisabeth, una novela que no tuvo apenas eco, después una monografía sobre Chaplin. La escritura le descubriría su camino vital al mostrarle la senda del cine.
Cahiers du Cinema
Por entonces, entra en contacto con las revistas especializadas (La revue du Cinemá, Les Temps Modernes, Arts) que ven en su ojo crítico una forma distinta de contemplar y considerar lo que en las pantallas acontece. Y desembarca en la mítica Cahiers du Cinema, de la que fue redactor jefe desde 1957 hasta que en una encerrona de muy poco estilo fue súbitamente cesado seis años más tarde.
En Cahiers coincide con Godard, con Truffaut, con Resnais, con Claude Chabrol, con el que publicaría un libro sobre Hictchcock que el tiempo ha convertido en texto de culto. Allí, en aquella redacción, se estaba fraguando una revolución cinematográfica de dimensiones universales. Esa Nueva Ola de la que Rohmer es, ya para siempre, parte esencial. Presumía de no haber traicionado nunca el espíritu que alimentó aquella Ola: “He respetado esa idea de que se podía hacer cine sobre la cotidianidad, que no eran necesarias las grandes construcciones dramáticas, los decorados multimillonarios”.
Otra forma de filmar
Austero y elegante a la vez, la forma de filmar de Rohmer confiere a su obra un aire muy particular que genera pasiones en la mayoría y críticas, incluso furibundas, en algunos.
Para empezar, instala la cámara muy cerca de los actores, con lo que logra un efecto de cercanía e intimidad. Se recrea en los detalles: un hombro, la rama de un árbol, una rodilla, una lágrima. Alarga las tomas de forma que lo que sucede, sucede en su tiempo real. A través de esta técnica logra una sensación de que lo que ocurre está ocurriendo en el momento.
El hecho de que lo cotidiano sea el eje de sus historias amplía este efecto de retrato de una realidad en la que Rohmer participa al mostrar una empatía muy marcada con todos y cada uno de sus personajes. El director los desmenuza desde la comprensión de sus problemas. Los humaniza, los muestra sensibles, escarba en sus inquietudes. Nos los aproxima de un modo al tiempo cálido y crudo.
Autor de una veintena larga de obras, buena parte de sus películas se agrupan en tres ciclos: Seis cuentos morales, que repiten un mismo esquema argumental en el que el protagonista está con una mujer, se siente atraído por otra y termina regresando con la primera; Comedias y proverbios (del que forman parte La buena boda, Pauline en la playa y El rayo verde, con la que obtuvo el León de Oro de Venecia, y Cuentos de las cuatro estaciones).
En 2004, presentó la que sería su penúltima obra, Triple agente, una mirada nada convencional sobre la Guerra Civil española. Lejos de tonos heroicos y postulados manidos, Rohmer se centró en las miserias, traiciones y bajezas que marcaron muchos de los días y las acciones de aquella contienda. Incomodó la propuesta, a muchos no gustó acaso por descarnada, pero fue fiel al estilo de un autor irrepetible de cine transparente y preocupado por las cosas comunes que marcan la vida de los seres comunes. Casi nada.