Pero la vida sigue… y la muerte. En ésta última se ha inscrito, con mucho menor eco de lo que la lógica debería imponer, uno de los más grandes: el mítico Resnais.
Nouvelle Vague
Aquella ola de la Nouvelle Vague, en la que el director francés fue pionero y más cosas, anegó las pantallas para corporeizar lo que hoy conocemos como “cine de autor” y darle a esta forma de arte un contraste nuevo, un modo diferente de encarar la luz, estructurar los guiones, los silencios, los encuadres, el abordaje de las historias…
A aquella revolucionaria ola se subieron muchos y casi todos fueron engullidos, hasta el punto de que diez años después de haber nacido sólo permanecían en la cresta los Truffaut, Godard, Chabrol, Rivette, Rohmer, Malle y el mayor de todos ellos, Alain Resnais, al que tanto los abatidos como los gloriosos supervivientes consideraban “el maestro”.
“Acaso no tiene el ojo vanguardista de Godard, ni la sutileza de Truffaut, pero Resnais es el más grande. Él es quien nunca le vuelve la cara al compromiso con la búsqueda de nuevos caminos. Él, quien nos ha ido marcando hacia donde dirigirnos para crecer como cineastas”, dijo en su día Louis Malle.
Tres ejemplos
Él agradecía los reconocimientos a su obra –basta citar tres filmes para hablar de su aportación fundamental al cine y su historia: Hiroshima mon amour; Van Gogh, el soberbio documental coronado con un Oscar, y Mi tío de América–, que discurrieron sin interrupción a lo largo de siete décadas. Obtuvo, entre otros, cinco premios César (tres como mejor película y dos como mejor director), dos Osos de Plata de Berlín, tres galardones en la Mostra de Venecia y un premio especial del jurado de Cannes.
Coleccionaba lecturas y cómics. Melómano confeso, poseía una de las colecciones de viñetas más importantes de Europa. Tenía 91 años y ya a los 14 había rodado su primer corto. Toda una vida mirando a través del objetivo de una cámara. Esa que ahora, entre el paradójico fragor de los focos, se ha apagado dejándonos sumidos en la penumbra.