La actriz, «que posee el rostro de una virgen pagana», tal y como expresó Luis Buñuel al catapultarla como una de sus musas en Ese oscuro objeto del deseo, cumplirá 58 años el próximo octubre, mes en el que la Academia de Cine le entregará la Medalla de Oro, un galardón que premia su buen hacer en la gran pantalla y que le recompensa por haber paseado el cine español a lo largo de varias décadas por Francia, Italia, Portugal y Latinoamérica.
Precisamente, la buena noticia le ha cogido rodando cerca de Roma. «Estábamos rodando una escena que me ha hecho pensar en el cine de Manuel Gutiérrez Aragón. Hago de una madre en una aldea de la Italia de los años cincuenta y me ha recordado a la pureza de los personajes de Manolo. Estaba pensando por un instante en mi tierra, en vosotros y me he asustado cuando he recibido una llamada de Madrid. Cuando aparece el sentimiento verdadero entre las personas, se crea algo que es igual en todas las partes del mundo y para mí eso es el arte», ha declarado emocionada.
Todavía vestida con la ropa de la escena, afirmaba sentirse «como recién nacida. Lo interpreto como una unión indivisible que tenemos los que amamos y los que conocemos el cine, nunca falla porque se desarrolla de una manera muy certera. De alguna manera, es más grande lo que siento que lo que puedo expresar. Me da mucha paz el amor por los compañeros, que es completamente recíproco».
Una vida en la pantalla
Temperamental, divertida, apasionada, cálida, amable y siempre con una sonrisa para los suyos. La mujer más natural del cine español está de enhorabuena. Hija del archiconocido actor y cantante Antonio Molina –es la tercera de ocho hermanos–, estudió ballet clásico, danza española y arte dramático en Madrid.
Antes de su primera incursión en la gran pantalla, en No matarás, dirigida por César Fernández Ardavín, llegó a trabajar en un circo en Francia, ejerció como profesora de baile clásico español y protagonizó un reportaje en la revista Fotogramas que propició la llamada de Ardavín para participar en su alegato antiabortista convertida en una rubia oxigenada.
Pronto se convertiría en una actriz fundamental en el cine español de la Transición, etapa en la que enfocó su carrera hacia producciones de calidad y compromiso, en muchas ocasiones con una temática política, social e histórica.
A mediados de los setenta fue dirigida por Jaime Camino en Las largas vacaciones del 36 y por Manuel Gutiérrez Aragón en Camada negra, pero sería en 1977 cuando en la última película que dirigió Luis Buñuel –Ese oscuro objeto del deseo– compartió el personaje de Conchita con Carole Bouquet y ambas la pantalla con Fernando Rey. Definitivamente sería ese filme su triunfo definitivo, el que le abriese las puertas del mercado europeo y el que la convirtiese en una de las estrellas jóvenes más solicitadas.
Fue imprescindible en el cine de Jaime Chávarri, con el que trabajó en cinco ocasiones –A un dios desconocido, Bearn o la sala de las muñecas, El río de oro y las dos entregas de Las cosas del querer– y musa reconocida de Manuel Gutiérrez Aragón –El corazón del bosque, Demonios en el jardín y La mitad del cielo–. Otras de sus interpretaciones más reconocidas fueron en La sabina, de José Luis Borau; y en Lola, de Bigas Luna. En los ochenta, a la vez que reafirmaba su presencia en España, se dejaba ver en las cinematografías francesa e italiana y hacía incursiones en el celuloide alemán y latinoamericano.
Un rostro internacional
Su presencia en el cine extranjero siempre ha sido destacada. Desde Gli occhi, la bocca, de Marco Bellochio; pasando por 1492, la conquista del paraiso, de Ridley Scott, y El viento se llevó lo que, de Alejandro Agresti; hasta Carnages, donde compartió protagonismo con Chiara Mastroianni, y El destino de Nunik, historia en la que fue dirigida por los hermanos Taviani.
Molina, que habla varios idiomas, por lo que a veces no necesita ser doblada, también ha trabajado con asiduidad en películas portuguesas, entre las que destaca Coitado do Jorge, de Jorge Silva Melo, primera cinta que rodó tras la muerte de su padre en 1992.
En los años noventa participó, entre otras producciones, en Una mujer bajo la lluvia, de Gerardo Vera; y Carne trémula, de Pedro Almodóvar, en la que recibía una bofetada del recientemente desaparecido Pepe Sancho. A la vez, protagonizó la serie de televisión Hermanas donde se puso el hábito de monja junto a su hermana Mónica Molina y Pilar Bardem. A partir de ahí, participa en proyectos, en ocasiones comprometidos e independientes, y se enrola en los títulos de crédito de operas primas como Sagitario, de Vicente Molina Foix; Piedras, de Ramón Salazar; y La caja, de Juan Carlos Falcón.
En los últimos años ha sido Angélica en The Way, de Emilio Estévez; Pura en Carne de neón; Casilda Armenia en Memoria de mis putas tristes; pero, sobre todo, Doña Concha en Blancanieves. El papel de la abuela de la joven que mordió la manzana envenenada no estaba en el cuento y Pablo Berger, a sugerencia de la directora de casting Rosa Estévez, regaló este papel a ‘La Molina’ para protagonizar una de las escenas más recordadas del pasado año en nuestro cine: Doña Concha muere bailando con la niña Blancanieves. La actriz asegura que no le faltó la palabra para trabajar en esta cinta muda porque «se trata de una expresividad más elocuente por tener la concentración en lo visual, pero al final no deja de ser el mismo río».
Televisión, teatro y música
Ha sido cinco veces candidata a los Premios Goya, y en su haber figuran galardones tan diversos como el David di Donatello, la Concha de Plata, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, el Gran Premio de la Crítica de Nueva York, varios Fotogramas de Plata y la Espiga de Plata de la Seminci, entre otros muchos. Premios a los que ahora tendrá que sumar la Medalla de Oro de la Academia de Cine, en el que tiene como predecesoras a sus compañeras Ana Belén, Sara Montiel, Concha Velasco, Geraldine Chaplin, Maribel Verdú, Carmen Maura y Rosa Maria Sardà –»las actrices españolas otorgan una vida, una historia y una visión a sus personajes a través de su mundo personal como intérpretes y como artistas. Cada una tenemos algo único y eso es lo más importante»–.
Trabajó por primera vez en las tablas en 2002 con el espectáculo Troya, siglo XXI. En 2005 encarnó a Mrs. Robinson en El graduado, donde compartió escenario con su hija Olivia, que continúa la saga; y en 2008 estuvo en La dama del mar, adaptación de Susan Sontag del texto de Henrik Ibsen.
Desde 2010, comparte plantel con Emilio Gutiérrez Caba y Tristán Ulloa en Gran reserva, serie de La 1 de TVE que ya cuenta con tres temporadas. La música tampoco le ha sido ajena –grabó un disco en los ochenta, Con las defensas rotas– hasta el punto de cantar a dúo con Georges Moustaki Muertos de amor e interpretar las canciones de la mítica Dora Morán, de Las cosas del querer.
A punto de celebrar 40 años protagonizando grandes títulos de nuestro cine, la intérprete desearía «que estuvieran allí todas las personas que han estado acompañándome en este camino tan largo. Cada uno tendrá su historia conmigo y yo con ellos. Eso es muy emotivo».