Una pareja se acaba de instalar en una magnífica y aislada mansión en el campo para que él (Javier Bardem), un poeta de mediana edad que no acaba de encontrar las buenas musas, recupere la inspiración. Por su parte ella (Jennifer Lawrence), su joven esposa, está centrada en rehabilitar el espléndido edificio.
Su relación será puesta a prueba con la llegada de una visita inesperada, ya que un día un extraño (Ed Harris) llama a la puerta, y al día siguiente lo hace también su esposa (Michelle Pfeiffer). A partir de ese momento, la en principio tranquila vida de la pareja quedará perturbada por completo. Una serie de acontecimientos cada vez más inquietantes alterarán de un modo racial la existencia de ambos… En ese sinvivir discurre la cosa.
Metáfora y delirio
La casa como metáfora del planeta, este en el que habitamos, en cuya piel los seres que lo pueblan, nosotros, entremezclan éxitos y fracasos, amores y odios, solidaridad y abuso, egos y soberbia, humildad, desigualdad, extremismo, idolatría, bondad… Aronofsky mete en la batidora de su película todos esos ingredientes acaso para meternos en el cuerpo el miedo a nosotros mismos, como simples y complejos seres humanos.
En cualquier caso Madre! es una película desconcertante que desde sus primeros visionados ha suscitado los elogios más vivos y las críticas, cuasi insultos, más violentos. Brutal a ratos, a ratos grotesca, brillante en no pocas secuencias y hasta tierna por momentos y también delirante, tiene las dosis de atrevimiento y el punto de megalomanía que le son propios a un realizador que defiende con tesón su producto y que, públicamente, ha declarado que la transgresión le motiva y que esta Madre! cumple sus objetivos y le salió de corrido.
«La mayoría de mis películas son la culminación de un largo proceso. Desde que nace la idea hasta que tengo el guion o ruedo el filme pueden pasar años. Con Cisne negro fueron diez años. Noé [1] me llevó casi veinte. Sin embargo esta fue cuestión de cinco días. Fue algo muy raro. En cinco días la cosa estaba lista».
Y Aronofsky tiene claro el porqué de esta excepcional circunstancia en su carrera: «Creo que eso surgió así como consecuencia de vivir en este planeta, ver qué pasa a nuestro alrededor y no poder hacer nada al respecto. Creo que canalicé toda la rabia, toda la ira hacia una emoción determinada. Por eso escribí la primera versión en cinco días. Brotó de mí como un torrente. Como una fiebre. Por eso la película tiene ese tono febril, como si fuera un delirio».
El director lo dice. Nosotros como espectadores, al ver el resultado en pantalla, le damos la razón.