Este viernes, 11 de marzo, se cumple el centenario del nacimiento de este prodigioso cómico, un animal escénico que fue capaz de hacernos reír a carcajadas y también de llevarnos de la mano a los dramas más profundos. En sus más de doscientas interpretaciones encarnó como nadie al españolito con el que era fácil identificarse: bajito, calvo, imperfecto, neurasténico, reprimido y obsesionado por el sexo. «Compadezco al español medio si dicen que es como yo», ironizaba el actor.

Le gustaba disfrazarse de Groucho Marx, uno de sus primeros héroes de celuloide: «Nunca olvidaré la proyección a la que asistí de Una noche en la ópera (A Night at the Opera, 1935), de los hermanos Marx, en plena guerra, y cómo, sumergido en sus peripecias, la risa te llevaba a olvidarte por completo de las bombas que estaban cayendo fuera». También admiraba a Charles Chaplin y, cuando tuvo oportunidad de actuar con su hija, no dudó en pedirle su autógrafo. No lo consiguió, pero el genial Charlot dijo de él que era «un actor singular». Sus compañeros de profesión decían que López Vázquez era seco y reservado. Él mismo se definía como tímido e introvertido. Era uno de esos cómicos de raza, como Buster Keaton, Stan Laurel o Peter Sellers, que llenaban su vacío interior con cada papel, dándolo todo en sus interpretaciones, disimulando su incapacidad para estar completos si no encarnaban a un personaje. Sus ojos eran un prodigio interpretativo. Unos ojos tristes, que brillaban como un faro cuando lo requería el papel.

Empezó en el teatro como figurinista y cartelista, pero su destino era otro. Su despegue profesional como actor se produjo en la compañía de Alberto Closas, quien le pondría el apodo de «morito» durante las representaciones de Una muchachita de Valladolid. El teatro le vio nacer como intérprete, pero pronto se le presentarían las primeras oportunidades de trabajar en el cine.

El diablo toca la flauta (José María Forqué, 1953)

Aunque a comienzos de los 50 López Vázquez ya actuaba en el teatro María Guerrero, sus primeras incursiones en el cine se limitarían a trabajos como figurinista y decorador. En El gran Galeoto (1951) y De Madrid al cielo (1952), de Rafael Gil, participaría en labores de ambientación y vestuario. En la película de 1953 El diablo toca la flauta aparecería en los créditos como actor de reparto y, en letras bastante más grandes, con la función de «figurines y ambientación». En el filme haría un pequeño papel de periodista, apareciendo en una escena junto a Antonio Ozores. Sería su primera colaboración con José María Forqué, con quien llegaría a trabajar en 21 películas. El largometraje estaría protagonizado por José Luis Ozores, en el papel de un torpe diablo. López Vázquez reconocería con humildad la importancia de este gran cómico: «Yo creo sinceramente que, si no muere José Luis Ozores, yo no hubiera hecho tanto cine, ahí quedó un hueco que yo ocupé. Él era un actor ejemplar, extraordinario, y murió joven».

Los jueves, milagro (Luis García Berlanga, 1957)

En realidad, la primera aparición de López Vázquez en la gran pantalla se remonta a 1951, donde aparecería, en una breve escena sin diálogo, en Esa pareja feliz, la ópera prima de Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga. El primer papel del actor sería totalmente fortuito, como reconocería él mismo: «Me llamaron a la desesperada porque había un extra que no sabía moverse, por lo visto lo hacía sin la menor gracia». José María Rodero, compañero de tablas y de tertulias en el café Gijón, le recomendaría para el fugaz papel de vendedor, por el que López Vázquez cobraría 500 pesetas. La película, que se puede leer como una crítica al consumismo, fue catalogada de «segunda categoría» por la censura, y no sería estrenada en el Cine Capitol hasta dos años más tarde. Berlanga se fijó en el actor debutante, y quiso contar con él para su siguiente filme, Bienvenido, Mister Marshall (1953), pero la dejadez del equipo de producción, incapaz de localizar al intérprete, hizo que no volvieran a colaborar hasta la tercera película del cineasta, Novio a la vista (1954), que adaptaba un guion de Edgar Neville. Las apariciones del actor en los largometrajes de Berlanga serían cada vez más importantes. En Los jueves, milagro (1957), la frustrada crítica del valenciano a la beatería rural, López Vázquez interpretaría al cura Don Fidel.

El Pisito (Marco Ferreri, 1958)

En El inquilino (1957), de José Antonio Nieves Conde, un desesperado Fernando Fernán Gómez recorría los barrios de Madrid en busca de un piso para alquilar, ante la amenaza de la demolición de su casa. López Vázquez interpretaría en el largometraje al comercial de una inmobiliaria, sin saber que, tan solo un año después, protagonizaría otro filme que abordaba el problema de la vivienda en las grandes ciudades. La película en cuestión, El Pisito, supondría su primera oportunidad para demostrar en la pantalla sus dotes dramáticas. Dirigiría el filme Marco Ferreri, un guionista italiano que había viajado a España como representante de una firma de lentes para Cinemascope y se había obsesionado por trasladar a la pantalla una novela de Rafael Azcona, hasta el punto de debutar como realizador en la producción. Ferreri, impresionado por la actuación de López Vázquez en Los jueves, milagro, ofreció al actor el papel principal: un infeliz que, presionado por su novia (la estupenda Mary Carrillo), se veía obligado a casarse con su anciana casera para poder heredar un alquiler de renta baja. El Pisito es una comedia de tristeza apabullante, que, a ritmo de organillo, disecciona la miseria del gris Madrid de posguerra. López Vázquez, quien solo conocía a Azcona de leerlo en La Codorniz, colaboraría así por primera vez con el guionista que mejores papeles supo dar al cómico.

Se vende un tranvía (Juan Estelrich, 1959)

Televisión Española había empezado sus emisiones en octubre de 1956. López Vázquez se estrenaría en el medio con Palma y don Jaime (1959), una serie semanal de capítulos de quince minutos de duración. Poco después protagonizaría el «episodio piloto» de un proyecto de serie llamada Los pícaros, que no pasó de ese capítulo por problemas con la censura. Se vende un tranvía fue la primera colaboración entre Luis García Berlanga y Rafael Azcona, probablemente la pareja creativa más importante del cine español, y a los que López Vázquez elogiaría con estas palabras: «Si Berlanga y Azcona no hubiesen existido, yo tampoco existiría como actor». Aunque la dirección de Se vende un tranvía se atribuye a Juan Estelrich, es probable que fuera Berlanga quien realmente dirigiera el episodio, optando por no firmarlo para tratar de burlar a la censura. López Vázquez interpretaba al jefe de una banda de pícaros que quieren vender un tranvía a un hombre que llega a la capital para comprar maquinaria para el campo.

Plácido (Luis García Berlanga, 1961)

Berlanga ambientaría esta corrosiva crítica a la hipocresía de la caridad católica en una ciudad de provincias en la que se organiza una campaña para que las familias pudientes inviten, en nochebuena, a un pobre a cenar a sus casas. De hecho, el título original iba a ser Siente un pobre a su mesa, inspirado en una campaña franquista de los años cincuenta, pero la intervención de la censura hizo que se cambiase el nombre por el del protagonista, un conductor de motocarro, interpretado por Cassen, que se ve enredado por Gabino Quintanilla, un manipulador personaje que López Vázquez describiría de forma demoledora: «Es el que lo lía todo, un cara dura cursi y cínico que no tiene un duro ni manera de ganarlo… Va a lo suyo y no le importa nada ni nadie, así puede andar engañando y manipulando al desgraciado del motocarro, sin que le alteren lo más mínimo los problemas del pobre hombre… No es más que un enredador y un sinvergüenza que trata de sacar provecho del “sarao” aquel». Plácido es una de las grandes películas del cine español, una comedia exagerada y tierna, desarrollada en un solo día («yo digo que es mi Solo ante el peligro (High Noon, 1952)», diría Berlanga) donde el director empezaría a experimentar con los planos secuencia en sus escenas corales, un cine cáustico que acuñaría el término «berlanguiano», algo que el propio López Vázquez definiría así: «Su narrativa es grotesca, ocurrente, inspirada, divertida, esperpéntica, escéptica y sentimental».

Sabían demasiado (Pedro Lazaga, 1962)

El culto nacional a la picaresca, aupado por el éxito de la película Los tramposos (1959), puso de moda en los años sesenta un tipo de comedia, habitualmente protagonizada por Tony Leblanc, que retrataba la fauna de pícaros, mangantes y descuideros que habitaban Madrid en la época. López Vázquez participaría en Los tramposos en un pequeño papel y volvería a coincidir con Leblanc (y por primera vez con Gracita Morales) en Los pedigüeños (1961). Sabían demasiado es uno de los mejores ejemplos de este subgénero, una fábula con inevitables tintes patrióticos sobre una banda de carteristas que envían a su jefe a Chicago para que se modernice, aprendiendo las técnicas de los gánsteres norteamericanos. Con un reparto ejemplar donde destacan Leblanc, Concha Velasco, José Luis Ozores o Ismael Merlo, López Vázquez logra sobresalir como un auténtico «robaescenas» en el papel de El Palillos, un chulesco y divertidísimo granuja de voz nasal.

La gran familia (Fernando Palacios, 1962)

El guionista Pedro Masó, en su faceta de productor, estrenó comedias bienintencionadas e inofensivas, como Las chicas de la Cruz Roja (1958) o El día de los enamorados (1959), que contaron con el beneplácito del régimen franquista. En estas películas, como destacaría Berlanga, se notaba «la influencia del cine rosa italiano, allí alentado por la Democracia Cristiana; ese cine italiano que cubría las necesidades de un Estado sin proporcionar molestias, que fue muy bien acogido y ayudado en España». López Vázquez participaría por primera vez en una producción de Masó en 091: Policía al habla (1960), un clásico del cine policíaco patrio dirigido por José María Forqué. Después intervendría en Usted puede ser un asesino (1961) y en Tres de la Cruz Roja (1961). El gran éxito de Pedro Masó llegaría con La gran familia, todo un hito del cine costumbrista y sensiblero del desarrollismo, que narraba el día a día de un matrimonio, Alberto Closas y Amparo Soler Leal, y sus quince hijos. El largometraje, de marcado moralismo cristiano, sintonizaba con los intereses de la dictadura, entonces embarcada en una campaña a favor de la natalidad. Pepe Isbert, como el abuelo, y López Vázquez, en el papel del padrino, aportarían el punto cómico. El actor recordaría la popularidad del filme: «Fue realmente increíble el efecto que tuvo la película… Me convertí en “El padrino” de España, y me resultaba un tanto extraño porque yo nunca he sido niñero, sin embargo iba por la calle y era la locura… Todos los críos: “¡Padrino… Padrino!”. Un disparate». El éxito de taquilla dio lugar a tres secuelas, donde el personaje de López Vázquez adquiriría mayor protagonismo, pues Pepe Isbert y Soler Leal desaparecieron en La familia y… uno más (1965), en un caso por el fallecimiento del intérprete y en el otro por exigir una subida de sueldo. En consecuencia, Closas pasó a ser viudo, algo que aumentaría, más si cabe, la dosis de almíbar de la producción. La familia, bien, gracias (1979) incrementaría el aire nostálgico, mientras que la mediocre producción televisiva La familia… 30 años después (1999) finalizaría la saga, treinta y siete años después de la película original.

Atraco a las tres (José María Forqué, 1962)

Pedro Masó también escribiría y produciría este clásico de la comedia española, donde López Vázquez encarnaría uno de sus personajes más recordados: Fernando Galindo, el «cerebro» de un grupo de frustrados atracadores, unos grises chupatintas que deciden desvalijar la sucursal de banco para la que trabajan. En el papel, pronunciaría aquello de «Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo», una improvisación del actor, inspirada por la belleza de la actriz alemana Katia Loritz, que ha acabado por convertirse en una de sus frases más emblemáticas. Además de López Vázquez, el reparto contaría con algunos de los mejores cómicos de este país: Manuel Alexandre, Gracita Morales, Agustín González, José Orjas y un casi debutante Alfredo Landa. Esta obra maestra de José María Forqué, embellecida por la inolvidable banda sonora de Adolfo Waitzman, sigue siendo una de las grandes comedias del cine patrio y no ha envejecido en absoluto. Al fin y al cabo, qué trabajador que se abalanza cada mañana hacia su oficina no se identifica con estos entrañables perdedores.

El verdugo (Luis García Berlanga, 1963)

El verdugo es considerada la obra maestra de García Berlanga y la mejor película del cine español. No es para menos. Milagrosamente, esta prodigiosa tragicomedia sobrevivió casi indemne a la censura franquista, narrando la desoladora historia de un empleado de pompas fúnebres que hereda el oficio de ejecutor de su suegro para acceder a un piso de funcionario. Para López Vázquez, sin embargo, El verdugo supuso una de las mayores decepciones de su carrera, al ver cómo perdía el papel protagonista en manos de Nino Manfredi, impuesto por la coproducción italiana que hizo posible la realización de una obra tan transgresora. «El papel era para mí desde el principio, Luis lo ha explicado muchas veces. Tanto es así que, como siempre que tenía decidido asignarme un personaje, a este en el guion le llamaban José Luis o Luis José». Para compensarle, Berlanga le ofreció el papel secundario del hermano del protagonista, un rol minúsculo, cuyo único momento memorable se produce cuando el personaje mide con una cinta métrica la cabeza de su hijo, algo que partió de una improvisación del actor. Fue el primer desencuentro de López Vázquez con las coproducciones italianas, que siempre consideró nefastas para su carrera.

Los Palomos (Fernando Fernán Gómez, 1964)

López Vázquez ya había protagonizado Usted puede ser un asesino y Vamos a contar mentiras (1962), adaptaciones al cine de obras de teatro de Alfonso Paso, cuando encargó al dramaturgo que escribiese una obra para aprovechar su química con la actriz Gracita Morales. Los Palomos era una «comedia con muerto», término empleado por Paso para denominar a sus parodias policiacas, llenas de humor negro. La obra giraba en torno a un infeliz oficinista y su esposa, que son enredados por el jefe de aquel para inculparles en un crimen. La pieza se estrenó en 1964 en el Teatro de la Comedia, de Madrid. El éxito fue tal que el mismo año Fernando Fernán Gómez trasladaría la obra a la gran pantalla. Pese a contar con un reparto impecable que incluía a Julia Caba Alba, Manuel Alexandre y la pareja (profesional y personal) formada por Mabel Karr y Fernando Rey, López Vázquez guardaría un recuerdo amargo del filme: «Sin contar conmigo para nada, Fernando hizo su adaptación y su película. A mí me llamó para que hiciera el mismo personaje que en la versión teatral, pero no tuvimos conversación alguna, ni me comentó ni consultó nada, pese a que en el teatro la había dirigido yo y había hecho también el reparto».

Un vampiro para dos (Pedro Lazaga, 1965)

Esta parodia del cine de terror estaría protagonizada de nuevo por López Vázquez y Gracita Morales, interpretando a una pareja que viaja hasta Düsseldorf para tratar de mejorar su precaria situación laboral. Fernando Fernán Gómez interpretaría a un vampiro que les contrata para servir en su castillo. Según recordaría López Vázquez en sus memorias, el intérprete se metió tanto en el papel que dormía la siesta en el féretro del chupasangre. Cinco años después, López Vázquez protagonizaría otra parodia terrorífica mucho menos lograda, La otra residencia (1970), dirigida por Alfonso Paso.

NOTA: Las citas de López Vázquez han sido extraídas del libro de Luis Lorente José Luis López Vázquez, biografía autorizada. 


No se pierda mañana la segunda parte de nuestro homenaje a López Vázquez en el centenario de su nacimiento.