Charlot fue el vagabundo capaz de salir de las situaciones más inverosímiles con habilidad y fantasía. El vagabundo que no quiso empuñar las armas, sino echárselas al hombro, como uno se echa los días. El vagabundo que sabe que, mirada de cerca, la vida es una tragedia, pero, vista de lejos, no deja de ser una comedia. El vagabundo que, cocinando una suela de zapato, fue capaz de transformar el sufrimiento en una sonrisa, cosa que no consiguen los poetas, que, para el dolor, no suelen tener palabras, sino gritos. El vagabundo que descubrió la quimera del oro y deambulaba entre las luces de la ciudad. El vagabundo que dio el abrigo de su amistad a un chico que vivía a la intemperie. Al fin, el vagabundo que se negó a ser una pieza más en la cadena de producción en serie a la que llevan los tiempos modernos.
Después te transformaste en un vagamundo en camino hacia el amanecer para volver a ser Chaplin, pero tampoco tuviste tiempo de ensayar. Había llegado el tiempo de las trompetas apocalípticas, cuyo estruendo había hecho que se abriera la jaula de las fieras. Simplemente dejaste tu bastón en la puerta del barbero judío y tomaste la palabra para convencer a Hannah de que empezaba a ser posible viajar hacia la esperanza, libres del gran dictador. Para convencernos a todos de que, si se juega a la codicia con el globo terráqueo, este puede acabar explotando.
Antes de que cayera el telón, creíste equivocadamente que un viejo vagabundo no tiene gracia y buscaste el aplauso final echándote a la inmensa llanura cinematográfica por nuevas rutas quijotescas. Era el mismo aplauso que con tanto afán buscaba Calvero, el comediante que encarnó como nadie la eterna lucha entre las fuerzas creadoras y las fuerzas destructivas del ser humano. Para entonces ya habías encontrado, sin necesidad de recurrir a la policía ni al FBI –estaban ocupados en tu propia persecución–, que la mezcla de vicio y virtud contenida en el alquimista Verdoux es, en mayor o menor proporción, idéntica a la de cada hombre, a la de todos los hombres.
Al cabo, ya nos habías persuadido de que, después de todo, la vida es hermosa, si no se le tiene miedo y sí una sonrisa a mano.
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